viernes, 11 de noviembre de 2011

29. Verdades escondidas, aclaraciones tardías.


Todo parecía tranquilo en la mansión, algunos como Roman y Alix se habían ido a sus respectivas habitaciones a pasar tumbados su persistente resaca que aún pellizcaba sus estómagos.
Chin estaba viendo a saber que cosa en su ordenador, igualmente marginado en su habitación, Adnan jugaba a los videojuegos.
Kavita y Abeeku charlaban.
-         ¿Un demonio? –repitió Abeeku con la boca llena de patatas.
-         Por enésima vez, sí.
-         ¿De verdad?
-         Sí.
-         ¿De la buena?
-         Me estás escupiendo patatas, merluzo. –dijo asestándole un puñetazo en el brazo.
-         ¡Ay! ¡No seas bruta!
Otro movimiento, el de unas pesadas pisadas, alertaron a los dos chicos.
Voces se oían desde el exterior.
-         ¡Suéltame, monstruo! ¡Tú no eres mi padre! ¡Mi padre está muerto! ¡Yo lo maté! ¿Me oyes? ¡Él se está pudriendo en el infierno!
Abeeku y Kavita intercambiaron una rápida mirada.
-         ¿Esa no es la voz de Gabriel?  ¿No dijiste que estaba rompiendo con su novia? –murmuró Abeeku.
Sin decir ni una palabra Kavita se levantó de un salto, y salió al pasillo, justo para ver como la puerta se abría y un enorme demonio rojo, con el pelo negro largo y liso cayéndole por la espalda, sus ojos amarillos que brillaban como brasas entraba en la mansión. Cargaba a alguien sobre su hombro, alguien que estaba mojado de pies a cabeza, que chillaba y pataleaba histérico.
Poco a poco los asesinos llegaron al pasillo para observar al enorme monstruo que se hallaba ahí.
-         Es un demonio…-oyó la voz traspuesta de Abeeku Kavita, en su oído.-Akira es un demonio.
Chax no se detuvo allí, siguió caminando, mientras Gabriel chillaba y se revolvía, fuera de sí.
Abeeku y Kavita volvieron a mirarse.
-         Vamos a seguirles. –murmuraron.
-         ¡Cerrad la puerta! –Vociferó Chax mientras subía las escaleras con Gabriel a cuestas.
A base de grandes zancadas llegaron a la habitación de Akira, depositó al mojado Gabriel sobre el suelo, al lado del sofá.
El chico se calló, retorciéndose las muñecas, viendo como Chax volvía a ser de nuevo Akira, y como este cerraba la puerta con cerrojo. Akira dejó escapar aire, mientras abría su armario y del él sacaba una toalla, la cual tiró a Gabriel.
-         Sécate.-le pidió.- Podrías coger un constipado.
Gabriel refunfuñó, tomando la toalla, y pasándosela por la cabeza.
Akira se había dejado caer sobre el sofá, en frente de Gabriel.
-         No me creo nada. –dijo en ese momento, con la toalla sobre su cabeza.
-         No deberías creer nada de lo que Baal te diga. Por suerte, llegué a tiempo.
Gabriel alzó la mirada hacia Akira, que acababa de cruzar las piernas sobre el sofá, con un deje de desdén que le recordó a él mismo. Sintió escalofríos.
-         ¿Por qué no iba a creerle? Él parece mucho más fiable que tú. Él decía las cosas claras.
-         ¡Porque él solo quiere utilizarte, maldita sea! –estalló Akira.
-         ¿Utilizarme? ¿Para qué? Si yo…
-         Tú derrites demonios, Gabriel. Has desarrollado ese poder.
-         ¿Por ser un caído? ¿Los caídos desarrollan poderes? Espera, espera… ¿Qué tiene de importante derretir demonios?
Akira suspiró.
-         Derretir demonios es el mayor poder que ha existido, Gabriel. Nada que no sea otro demonio o un ángel puede matar a un demonio. Y todo eso tras una larga y reñida lucha, ya que los demonios no son fáciles de matar. Tú en cambio haces un pequeño gesto con el brazo y el demonio desaparece. Rápido y eficaz. ¿Te das cuenta de lo que eres capaz de hacer?
Gabriel calló, meditando sobre ello.
-         Y no.-siguió Akira.- Esto no es por ser un caído. Eres una prueba.
-         ¿Una prueba?
Akira lo miró fijamente, muy serio.
-         Creo que ya va siendo hora de que sepas la verdad.
Gabriel lo miró con los ojos muy abiertos. ¿Respuestas? ¿Al fin?
-         Son malos tiempos, los demonios apenas nos aguantamos y nos matamos entre nosotros. Quedamos pocos, muy pocos. Y algún día sabíamos que acabaríamos extintos. Así que los demonios más poderosos, hace aproximadamente unos veinte años, convocaron una reunión. No podíamos extinguirnos, y ya la lucha contra los ángeles nos tenía aburridos, estábamos demasiado igualados. A uno de nosotros se le ocurrió una idea. Queríamos cambiarlo todo, queríamos crear un nuevo mundo. Sin ángeles, donde nosotros fuéramos los reyes. Y sellamos un plazo límite. En 2.012 empezaría el nuevo mundo, empezaría la conquista. Reclutamos a chicos problemáticos, asesinos psicópatas para ganarles terreno a los ángeles, para destruir de forma masiva todo lo que ellos hacían. Ellos también acabaron reclutando ayudantes para arreglar lo que nosotros destruíamos. Fue entonces cuando surgió la idea de crear las pruebas. Una nueva raza, ni demonios completos, ni humanos. Hijos engendrados por demonios con un humano. Criaturas que nacen en un principio humanas y que terminaran por transformarse en demonios completos. Con una sola diferencia, ellos vivirán tan solo los años que suelen vivir los humanos, no llegando a poseer la inmortalidad de los demonios completos. Además de que desarrolláis poderes especiales y de que sois emocionalmente inestables.
-         Y yo soy una prueba… Porque mi padre era en realidad un demonio.
Akira frunció el ceño.
-         Hiroki Hatsuke no es tu padre, Gabriel. –cortó.
-         Sí, si lo es. –contradijo él.
Akira suspiró quedadamente.
-         Ese al que tú llamas padre, tan solo era un Oni.
-         ¿Un Oni?
-         Demonios que sirven a otros demonios más poderosos. Y en este caso ese Oni servía a Baal. Baal le ordenó que te tuviese vigilado, Baal es el culpable de todo aquello que os hizo ese demonio. A ti, y a tu madre.
-         ¿Qué? –Gabriel estaba demasiado confuso como para querer atar cabos.- ¿Pero porqué estás empeñado en que yo sea tu hijo?
-         ¡Porque yo estuve con tu madre! ¿Entiendes? Estuvimos juntos. Y la dejé cuando los demonios empezaron a engendrar pruebas con mujeres humanas. Yo estaba en contra de crear pruebas, porque había visto al hijo de Baal, porque muchas pruebas morían nada más nacer, o porque otras veces moría la madre del bebé. Y no quería eso para ella. Yo no… -Paró de hablar, con la mirada ausente, perdido en sus propios recuerdos. Los cuales habían intentando enterrar entre las entrañas de su mente, pero que ahora salían a flote.
Gabriel lo observó, ¿En serio estuvo con su madre? ¿Ella sabía que su amante, novio, o lo hubiese sido Akira para ella….era un demonio?
-         Que más da ahora.- dijo en ese momento Akira.- Se quedó embarazada. Y sola. Y entonces Baal aprovechó pata tenerla recluida junto a uno de los demonios que lo servían. Y le mandó tenerte vigilado, para así tener a su disposición a otra prueba.
Se retorcía las muñecas, con nerviosismo.
-         Entonces… tú eres mi padre, Hiroki, el hombre al que yo consideraba mi padre tan solo es un demonio que servía al doctor que me suministraba una cura, que resulta que ese mismo tío es el demonio más poderoso que queda vivo, y que intentó quedarse conmigo, porque tengo el especial de poder de derretir demonios.
En su cabeza sonaba más convincente, pensó Gabriel, incómodo.
Akira suspiró.
-         No sé como no pude verlo cuando nos vimos aquel día en la cárcel de Tokio. Supongo que es porque eres la viva imagen de tu madre, pero en masculino. Aunque… -se levantó en ese momento de la silla, y corrió hasta su armario.
Perplejo, Gabriel observó a Akira, definitivamente, si era la viva imagen de su madre… Akira también pensaba que parecía una chica. En ese momento, Akira regresó, y le extendió una fotografía.
Gabriel la tomó entre sus manos.
-         Ahí te pareces a mí. –indicó, con un tono que acariciaba la ilusión.
La fotografía representaba a su madre, más joven, sonriente, la cual estaba sentada encima de otro chico de su misma edad quizás. Gabriel no supo que pensar cuando vio ahí a Akira, aguantando a su madre, sonriendo tal y como él sonreía, con un peinado prácticamente parecido al suyo, el flequillo negro brillante ocultando uno de sus ojos y vestido con una ajustada camisa negra. Luego observó a los dos chicos japoneses que había al lado de la pareja, todos sentados en un banco de un parque. Eran su tío y el tal Hiroki.
-         ¿Cómo? Hiroki no era un…
-         Antes no. Iban a la misma universidad de tu madre. Los Onis son demonios especiales, no tiene un cuerpo como nosotros. Deben robar uno. –Señaló a Hiroki, sonriente, no era como el padre que Gabriel recordaba.- Hiroki murió seis meses antes de que tu nacieras, en un accidente de coche. Este Oni se quedó con su cuerpo, y todo el mundo pensó que había tenido una recuperación milagrosa, y que su personalidad había cambiado porque seguía traumatizado por el accidente.
-         Buda… ¿Entonces he vivido un engaño durante toda mi vida? –Paró en seco.- Espera, espera… ¿Cómo sé que eso no es otra jugarreta de mi mente? A lo mejor tengo un ataque, eso es…
Akira había fruncido el ceño exasperado.
-         Deja de huir de la realidad. –terció, cortante.- Tú no eres esquizofrénico. Es tu parte demoníaca que quiere salir, a eso viene ese dolor. Tú reprimes el ser un demonio, te aferras demasiado a tu humanidad. Por eso tienes esos ataques. No dejas al demonio. Esa “cura” lo único que hacía era dormir tu parte humana, con lo cual tu parte demonio tenía total libertad para hacer lo que le pareciese. Tan solo quería probar tu fuerza….
Gabriel tembló, se agarró a la mesilla que había a su espalda.
-         ¿Qué? ¿Quieres decir que nunca he estado enfermo? ¿Qué todos esos monstruos que veía por mi casa eran reales?
-         Demonios.-fue la única explicación que dio Akira.
Tragó saliva. No podía más. Aquello era demasiado grande para él.
-         ¿Voy a sufrir toda mi vida por ser una prueba? –dijo, al borde de derrumbarse de nuevo.
Sintió a Akira, acariciando su pelo, con aire fraternal, mientras decía.
-         No te preocupes, yo haré que dejes de sentir ese dolor. Todo acabará pronto, hijo mío.
Gabriel miraba al suelo, la suela de sus botas, sus pantalones mojados.
-         ¿Puedo hacer una última pregunta? –murmuró.
Akira se había levantado y de nuevo buscaba algo en su armario. ¿Una nueva cura?
-         Dispara.-repuso este, sin detenerse en su tarea.
-         ¿Tú amabas a mi madre? –Akira se había parado.-Porque… según dices la dejaste porque no querías que ella sufriera y…
Akira avanzaba hacia él, a base de grandes zancadas.
-         Soy un demonio.-declaró mientras se agachaba detrás suya, con un brazo lo inmovilizó, y sintió su mano huesuda sobre su boca, taponándola.
¿Qué se proponía Akira?
Y fue entonces cuando lo comprendió, cuando vio alzar un puñal hacía él, cuando la mano de Akira le impidió chillar y pedir auxilio. Pataleó, inútilmente, intentó apartar la mano de Akira de su boca, en vano.
- Y los demonios no aman…- siguió Akira.
El golpe fue limpio, justo en el corazón. Y la muerte no se hizo esperar.
-         Nacen para destruir….
Se había quedado completamente quieto, sus manos habían caído inertes a ambos lados de su vientre. Muerto.


28 de Diciembre de 2.011 (Unos días más tarde)

La nieve caía pesadamente sobre los tejados de la ciudad de Praga, mientras todo estaba adornado a rebosar por adornos navideños, se oían voces por el pasillo, despedidas, el sonido de cargar equipajes.
-         ¡Ingrid! –Oyó la voz de su madre.
Y ella se asomó al pasillo, sus padres estaban en la puerta, embutidos en abrigos y sonrientes. Llevaba una semana sin ver a Gabriel, sin salir de casa, castigada por sus padres, investigando en su libro con nueva información.
- ¿Os vais? – Quiso saber Ingrid.
- Así es. –Afirmó su madre.-Volveremos para Año Nuevo. Lo prometemos. Portaos bien. –Fijó su mirada en Thomas.- Que tu hermana no salga sola, por favor.
Ingrid refunfuñó.
-         ¿Cuánto tiempo más voy a estar castigada? ¡Es navidad! ¡Y tengo casi diecisiete años…!
-         Pero mientras vivas bajo nuestro techo acatarás nuestras órdenes. –dijo la voz de su padre, que ya se encaminaba hacia el coche. -¡Adiós!
La puerta se cerró, el motor rugió y el coche desapareció de la vista de los dos hermanos. De nuevo solos. Thomas y ella se miraron. Ingrid se había pasado todo el tiempo ignorando a su hermano, y este parecía apenarle verdaderamente aquel comportamiento tan indiferente por parte de ella, que lo observaba todavía en pijama, despeinada y con cara de pocos amigos.
Ella dio media vuelta dispuesta a volver a su habitación.
-         Ingrid… -la llamó la voz de su hermano.
Giró levemente la cabeza, impaciente.
-         Me alegro de que al final no te tengas que ir a un convento.-murmuró, intentando parecer afable, mientras esbozaba una sonrisa de disculpa. –Pero sabes que soy tu hermano mayor y que siempre querré lo mejor para ti… y Gabriel… no era un buen chico…
Ella abrió mucho los ojos, alterada.
-         ¡Tú no lo entiendes! –masculló y subió mosqueada a su cuarto.
Corrió a vestirse, a peinarse mientras oía a su hermano charlar con alguien en la planta de abajo, hoy no pensaba quedarse allí encerrada. Iba a ver a Gabriel, se acabó. No aguantaba más, iba a pudrirse ahí dentro.
Bajó las escaleras, mientras se colgaba un bolso pequeño al hombro, sigilosamente, intentando no hacer ruido. Pero falló, puesto que mientras buscaba las llaves en su bolso, hizo demasiado ruido.
-         ¿Ingrid? –oyó la insistente voz de su hermano a su espalda.
Con el susto, más cosas cayeron al suelo desde el interior de su bolso. Se volvió, rauda, justo para ver a su hermano, mirándola ceñudo, y a su espalda la figura arrogante de Trevor.
-         ¿A dónde vas?
-         De compras navideñas ¿Puedo?
-         Vamos contigo.-replicó Thomas, rápidamente.
Ingrid fue consciente de que ese “vamos” también incluía a Trevor y ese chico la agobiaba demasiado. Frunció el ceño, denotando su fastidio.
-         Es ropa interior.-declaró.
Vio como una sonrisa crecía por el rostro de Trevor, y aquello no le gustó ni un pelo.
-         Da igual. A Trevor y a mí no nos importa decirte lo mona que estás con braguitas nuevas. –dijo Thomas mientras corría hacia el armario a por su chaquetón.
Ingrid farfulló por bajo, insultando a su hermano en voz baja, mientras se agachaba a recoger sus pertenencias que yacían esparcidas por el suelo. Su monedero, su móvil, una chocolatina Kinder y lo más importante, su libro, que había caído abierto por una página que retractaba a un ángel anunciador.
Trevor se acercó a ella, y alcanzó el libro. Ingrid trató de detenerlo, pero antes de que pudiese hacer nada, el libro se convulsionó en las manos del chico y se cerró de golpe, ante sus ojos. La misma reacción que cuando Gabriel tocó el libro.
Y los ojos del chico, habitualmente grises, ahora se tornaron amarillos.
- Toma.-Trevor le tendió el libro, con total tranquilidad, aunque su boca estuviese curvada en una sardónica sonrisa, que destilaba crueldad.
Ingrid le arrebató el libro de las manos y se lo guardó de nuevo en el bolso, mientras observaba sobrecogida como los ojos de Trevor volvían a presentar su color habitual.
Y en ese momento tan incómodo, Thomas llegó con su chaquetón puesto.
- ¿Nos vamos?
Enfurruñada, Ingrid salió por la puerta.

Horas después, ambos se habían pasado todo el día dando vueltas por tiendas (a las cuales Ingrid verdaderamente no prestó atención) Y por supuesto no entró en ninguna tienda de ropa interior, a pesar de las insistentes peticiones de Trevor de que lo hiciese. Ya no se fiaba de él… era extraño. Era… pero no podía ser como Gabriel, los ojos de Gabriel se volvían rojos, no amarillos…
En esos momentos estaban sentados en una cafetería, Ingrid removiendo una infusión relajante, Thomas tomando una simple coca-cola y Trevor tomando un Capuchino, sin dejar de observarla con mirada penetrante. E Ingrid no podía soportar aquel contacto visual, la sacaba de sus casillas.
-         ¡Tommy! –se oyó una voz en esos momentos.
Thomas se levantó, con una sonrisa en los labios. Ingrid recordaba aquella voz, Anna. Vestida con un cuello alto de rayas, su pelo rubio recogido en una elegante coleta y unos pantalones rosa pastel, conjuntados con unas botas marrones.
Para sorpresa de Ingrid se saludaron con un prolongado beso en los labios. Apretó los puños, ella castigada por haberse enamorado y Thomas liándose con la primera que salía a su paso.
Se acercaron a la mesa, Thomas la rodeaba con un brazo, mientras ella sonreía, como una lela.
-         In ¿Te acuerdas de Anna?
-         Claro que sí.-forzó una sonrisa.
La pareja se miró con deseo contenido, e Ingrid los envidió. Se moría en esos momentos por estar con Gabriel, por besarle, abrazarle.
Y tenía que soportar estar ahí junto al baboso de Trevor.
- Trevor… ¿Puedo pedirte un favor?
Trevor rió por bajo.
-         Vete con ella de una vez, yo me aseguraré de que tu hermana vuelve a casa sana y salva.
Thomas esbozó una sonrisa radiante y Anna le guiñó un ojo al jugador de baloncesto, sin tardar en salir por la puerta, dejando a Ingrid sola en la cafetería
Esta se terminó su infusión de un sorbo y declaró.
-         Ya puedes llevarme a casa.
Trevor arqueó las cejas.
-         No seas impaciente, mujer. Espera a que me termine mi Capuchino.
Ingrid lo miró, furiosa.
Pero Trevor no respondió ante su amenaza visual, tan solo la miró fijamente y dijo.
-         Con que un ángel ¿Cierto? Oh no, a ayudante de un ángel.
-         ¿Y tú? ¿Un… demonio? –contraatacó ella.
-         Ni tan patético como un humano, ni tan longevo como un demonio.- explicó.
-         ¿Quieres hacerme daño entonces? –Quiso saber, mirándole alerta.- ¿Por ser ayudante de un ángel?
Negó con la cabeza.
-         Quiero avisarte de una simple cosa: Cuando la purificación estalle, vas a tragarte tus palabras.
Ella ladeó la cabeza. ¿Purificación?
-         ¿No lo sabes no? –preguntó. –Los demonios dominaremos el mundo, doblegaremos a los ángeles… y tú ya no podrás negarme nada. Porque te haré mi esclava, como el resto de vuestra clase.
Ingrid no supo que contestar a eso, era demasiado exagerado…
-         Aunque tengo una solución. Podría llegar a perdonar el hecho de que seas una ayudante celestial, podría convencer a mi raza de que no te dañase. Ni a ti, ni a tu familia. Porque el único futuro para los humanos… es la muerte. Tan solo tienes que hacer por mí, una pequeña cosita.
-         ¿El que? –Respondió ella, ásperamente.
-         Bésame. Y te juro, que nadie a quien tu ames será dañado.
Ella calló. ¿Besarle? No sabía si creerle, pero besar a ese tío le provocaba arcadas. Fue justo en ese momento cuando una idea le vino a la cabeza.
-         Está bien.-accedió.
Una sonrisa pícara ensombreció su rostro ansioso.
-         Tú cierra los ojos.-musitó con dulzura.
Y justo en ese momento, ella se levantó furtivamente y salió corriendo calle arriba. Librándose de Trevor.
- ¡Vas a tragarte tus palabras! –vociferó Trevor desde la puerta de la cafetería, pero sin hacer ademán de seguirla.- ¡Te arrepentirás de esta, te acordarás de este día durante el resto de tu vida!
Ingrid no se molestó en escucharlo. Corría, sin parar, sus pies parecían volar. Libre, libre al fin. Corriendo veloz hacia la mansión. Hacia Gabriel.