domingo, 25 de septiembre de 2011

Premios.




En fin, últimamente me han estado otorgando unos cuantos premios, y yo como soy una autentica despistada, y no sé tampoco muy bien como va el tema este de los premios pues... enfin... que voy a dejar ya de ser una roña y os voy a devolver los premios. (En resumidas cuentas)
He de decir que aunque debería poner todos los premios que me han dado y tal y cual, yo solo voy a poner este (que me lo han entregado unas dos veces... creo.. xD)
Las reglas son:
# Anunciar el premio en una entrada junto a la foto.
# Otorgar el premio a 10 blogs, sin importar si ya lo han recibido anteriormente.
# Poner en la entrada los blogs premiados y los enlaces de esta.
# Avisar a los premiados.
Responder a la pregunta: ¿Sacrificarías el cielo por una persona importante para ti?

Bueh, aquí os dejo a los 10 premiados:

http://piensaloquequierasperodilo.blogspot.com/ Escribe de maravilla y su historia no puede ser más prometedora, la cual seguramente terminará siendo tan alucinante como su principio.

http://tentacionessky.blogspot.com/ Aparte de ser un encanto de chica, super maja y que da gusto conocerla, escribe genial y plasma con sus entrandas perfectamente lo que intenta expresar.

http://fightforrock.blogspot.com/ Su historia es incréble y una de las mejores que estoy leyendo por aquí. Además, es una de las que me ha seguido del principio.

http://sielmundodicenegro.blogspot.com/ Una historia preciosa relatada de una manera que te enganchara desde el principio.

http://amormasalladelaunicidad.blogspot.com/ Su historia es intrigante y muy buena.

http://jimenadelaalmena.blogspot.com/ Escribe genial y sigo su historia desde hace ya tiempo.

http://nati-unmundodeverdad.blogspot.com/ Una entradas muy buenas.

http://tras-el-espejo-history.blogspot.com/ Aunque he leído poco de su historia promete.

http://escarlata-carmesi.blogspot.com/ Tiene una historia intrigante y algo original.

http://blueskydestino.blogspot.com/ Tiene pocos capítulos publicados, pero su historia es muy buena.

Y la respuesta a la pregunta: Si es tan importante, sí.
Felicidades a los premiados, y disculpen mi tardanza en hacer esto.

Capítulo 25. Aléjate de mí.

Había ensayado frases en voz alta de camino, tenía todo un estupendo monólogo preparado, el cual pensaba soltarlo y marcharse, no quería hacer aquello más doloroso para él. Debía admitir que estaba a punto de desprenderse de la única persona que alguna vez le había mostrado afecto, y la primera persona a la que él había amado. Había estado mucho tiempo preguntándose lo que sentía por ella, negándose que aquello fuera lo que él pensaba, porque… él no sabía nada del amor. Pero lo estaba, lo sabía, tontamente se había enamorado de ella, y lo había estado desde la primera vez que la vio, saliendo de aquel instituto. Suspiró, ya divisaba aquel parque a lo lejos, y ella estaba allí, esperándole. Podía ver aquella luz blanca que iluminaba tenuemente a la muchacha…y de nuevo él mismo parecía derretirse por dentro. Deseaba tocarla, abrazarla, besarla… y justo entonces apareció en su cabeza el fantasma de Samantha, montada sobre aquella barca, rumbo a la oscuridad. Su sangre manchaba las calles de aquel callejón, sus rizos teñidos de rojo…
Zarandeó la cabeza. De nuevo repasó mentalmente su discurso.  
Ella sonrió y se acercó a él, dispuesta a abrazarle. Llevaba un vestido blanco, botas negras y una chaqueta morada con capucha, que llevaba abierta. Estaba preciosa. Más que eso. Se dijo él.
Y no pudo rechazarla en aquel momento.
- ¿Estás bien? –dijo ella, cogiendo sus manos, para examinar si estaban enrojecidas.
Gabriel asintió. Sus labios temblaban, quería hacerse pequeño y desaparecer. No quería tener aquella conversación, no quería perderla. Su vida se apagaría, como la llama de una vela que se extingue con un soplido. Iría de nuevo a deriva y…
Incómodamente se dio cuenta de que estaba desmoronándose ahí mismo, mientras que la apretaba contra él. La soltó, bruscamente.
Ella ladeó la cabeza, mirándole extrañada.
-         Hoy tengo muchas cosas que hacer.-fue lo único que dijo, comenzando a caminar, al ver que Gabriel se había quedado en el sitio.- ¿Vienes?
-         Sí, claro.-dijo él, con voz temblorosa.
Tenía que hablar con ella. Ya.
Atravesaron la calle en silencio, mientras que Gabriel reestructuraba su discurso mentalmente. Hasta que al final, mientras caminaban por una pequeña calle peatonal, llena de tiendas y alguna que otra pastelería que desprendía un delicioso aroma a chocolate y crema, Gabriel habló:
-         Ingrid… tengo que decirte algo.
Ella le miró unos instantes, como si lo atravesase con la mirada, como si leyese su mente.
-         No es importante.
Gabriel abrió al máximo los ojos. Ella había seguido caminando, sin detenerse aquella vez a esperarlo. Corrió hasta ella y dijo:
-         ¿Cómo que no importa?
-         Ahora no tengo tiempo.-replicó ella.
Sus palabras no eran cortantes, sino suaves y conciliadoras, con lo cual Gabriel se sumió en un hondo desconcierto.
-         Ingrid. En serio, esto es importante. –volvió al ataque.
-         No. No lo es. –cortó ella de nuevo, con aquella chocante suavidad.
Gabriel soltó aire, Ingrid se había detenido.
-         Aquí es. ¿Me esperaras no?
-         Espera…
Ella puso las manos en sus hombros, lo miró intensamente y dijo:
-         Gabriel, sea lo que sea lo que vas a decirme, es una tontería. Así que, quítatelo de la cabeza.
-         ¿Cómo? ¿Por qué iba a ser una tontería? Ingrid…
-         Por que tú verdaderamente no quieres decir eso.-proclamó, dejando al joven sin aliento. –Espérame, por favor.
Resignado e impotente la vio entrar en aquel establecimiento. Se sentó en los escalones de la entrada. ¿Es que ella no entendía lo mucho que le iba a costar aquello? Era por su bien… se repetía, obsesivamente.
La siguió allá donde ella tenía que ir, a través de las calles cargadas de adornos navideños, ya que al fin y al cabo ya era Diciembre y las vacaciones navideñas estaban al caer. Ingrid le explicó que ese día en concreto tenía muchísimo trabajo, que estaba mucho más ocupada en navidad, época de amor y solidaridad, y que quería acabarlo cuanto antes, para quedar libre durante el fin de semana. Gabriel acabó acompañándola, siguiéndola como un perrito faldero que sumiso sigue a su dueño.
Estaba atardeciendo en aquellos momentos, Gabriel estaba mareado, cansado, su amiga lo había tenido todo el día de aquí allá, sin escuchar nada de lo que decía. Restándole importancia o diciendo un muy claro: “No quiero oírlo”.
Gabriel no hacía más que preguntarse si ella sabía lo que iba a decirle, o al menos debería intuirlo. En esos momentos estaba sentado en la entrada de aquel edificio, donde se donaban juguetes. Acababa de salir.
-         ¿Hemos terminado? –quiso saber Gabriel, cansado.
-         Eh…
Este se había levantado, tomado a ella de las manos.
-         Ingrid…
Y fue en ese momento justamente cuando lo sintió, el dolor apuñaló con fuerza sus entrañas, haciendo que sufriera una especie de espasmo, justamente ahora. Cuando ella parecía que iba a escucharle. El dolor era devastador, aniquilando todas sus posibles explicaciones. Quería dejarse caer al suelo, porque sus piernas dolían… todo su cuerpo dolía. Apretó los dientes.
- ¿Gabriel? –la preocupación y el reconocimiento estaban impresos en las palabras de la chica.
Este soltó un gemido ahogado como respuesta.
-         Yo… -soltó sus manos violentamente.- Me encuentro mal… me voy…
Se alejó de ella. Y corrió lejos.
-         ¡Gabriel! –oyó como ella lo llamaba, desesperada. Mientras avanzaba hacia él, intentando seguirle.
No dejó de correr, de huir de nuevo, hasta que la voz de Ingrid se perdió entre alguna de las calles de la ciudad de Praga. Paró y antes de que se hubiese dado cuenta había caído de bruces al suelo. Jadeó, maldiciendo su suerte una vez más. Intentó levantarse, tenía que alejarse todavía más… No podía perder la consciencia allí mismo, Ingrid podría encontrarlo y él… no quería pensar en lo que haría. Observó sus muñecas, sus dedos, volviéndose rojos… hizo otro esfuerzo, tenía que levantarse… tenía que hacerlo, debía… llegar a la mansión.
Había logrado levantarse, tambaleándose llegó hasta una farola. La gente lo estaba mirando. Entre algunos murmullos pudo escuchar un:
-         Jóvenes borrachos.
No podía más, Gabriel no podía más. Había visto su futuro, la barca, los gritos… el inframundo, iba a perder a Ingrid y sufría un ataque en medio de la calle, en el cual además de ser ignorado y considerado como otro joven más que salía borracho de algún bar cercano, seguramente perdería la consciencia y mataría sin acordarse al despertar de lo que había echo.
Ni siquiera quería morir. Tan solo quería que todo acabase. Pero nada iba a hacerlo. Todo seguiría estando tal y como estaba…
Quizás… sus dedos rozaron la pulsera, y la apretó, hundiendo el triangulo, que se iluminó inmediatamente. Pero… en el fondo ¿De que iba a servir? Bah, tampoco perdía ya nada por intentarlo. Permanecía abrazado a la farola, reprimiendo las ganas de chillar. Jadeando, doblegado sobre sí mismo. La calle poco a poco fue quedando vacía y la farola se encendió. Oyó pasos, alguien estaba a punto de aproximarse a él. Por fin, se dijo, alguien iba a ayudarle. El sentimiento de alivio lo invadió, aunque este fue totalmente efímero, pues nada ver a la persona que estaba ahí, todo se congeló, helado por el miedo.
-         ¿Papá? –murmuró en japonés.
Alzó la mirada, su rostro estaba lleno de grietas, sus ojos eran totalmente negros, su pelo negro estaba despeinado, sucio y grasiento, Un hedor a podrido rodeaba su cuerpo desfigurado. Una sonrisa aterradora deformaba su boca torcida. Entre sus dedos llevaba una jeringuilla, en su interior estaba su cura. Podría reconocer en cualquier parte aquel extraño color que tenía aquel líquido. Así que su padre también estaba metido en esto… no entendía nada. ¿Otro delirio?
-         Pronto todo acabará para ti.-sentenció Hiroki Hatsuke, el padre de Gabriel.
Gabriel intentó huir, pero no tenía fuerzas, estuvo a punto de caer, Hiroki lo agarró, lo pegó a la pared, remangó la manga de su chaqueta.
-         Aléjate de mí.-suplicó él, implorante.
Como siempre, todo lo que dijese era ignorado, no escuchado, como si no existiera, como un muñeco de trapo al que manejas a tu antojo.
No tenía fuerza, ni coraje para revolverse. La aguja traspasó su piel, y todo se volvió borroso hasta que su consciencia desapareció por completo. De nuevo.

-         Tú no quieres hacer eso… Gabriel.-escuchaba esa voz. Lejana como la estrella más distante del universo, pero le era tan familiar. Le costaba reaccionar, no sabía lo que hacía, no sabía donde estaba. Incluso le costaba ubicar quien era, estaba tratando de recodar pero una gruesa barrera parecía bloquearle el acceso a sus recuerdos. Su mente se negaba a funcionar.
Un gemido ahogado y cargado de dolor llegó a sus oídos. Sangre. En sus manos…
-         Gabriel, escúchame. Tú no eres así.
Esa voz…
-         Eres más que eso. Vales más que eso. Te mereces algo más que esto.
Jadeó, aquella voz llegaba desde su espalda, seguía todavía sin reconocerla, sin asociarla con algún rostro concreto.
Sintió algo entre sus manos, bañadas en sangre, era una metralleta. La dejó caer, no quería usarla. Oyó el duro golpe en el suelo. Los gemidos se habían extinguido. Vio una pared, un mostrador de cristal, gotitas de sangre deslizándose sobre la superficie de cristal, un cuerpo inerte tirado sobre la mesa de oficina que se hallaba detrás del mostrador. Acababa de matar a aquel hombre…
Cayó de rodillas al suelo, junto a otro cuerpo. Todo se había despejado, y se sentía mareado, inestable. Había matado, lo había vuelto a hacer.
Y en ese momento, sintió como alguien lo abrazaba por detrás. Ese tan conocido y adorado olor llegó a él. Ingrid. Era ella. No podía ser otra.
Los brazos de la chica rodeaban su cintura y había apoyado su cabeza en su hombro.
Ella no dijo nada, se quedó ahí, callada, sintiendo la respiración nerviosa de Gabriel, que acababa de recuperar el control sobre sus actos.
-         Ingrid… yo…-intentó decir él, con voz temblorosa.
-         Shh. Relájate.
-         Como… ¿Cómo quieres que me relaje? No… ¿No ves lo que acabo de hacer? –sus palabras acariciaban la desolación, el miedo, parecía estar a punto de romperse en pedazos.
-         Gabriel…
-         No.-cortó él, de golpe, como movido por un resorte se apartó de ella, evadiéndose de su abrazo, tembloroso se había puesto de pie.
Ingrid le miró desde el suelo, postrada de rodillas, mirándole con aquel gesto inocente, y Gabriel no pudo evitar verla a ella también como otro cadáver más, que yacía inerte en el suelo, con la huella de sus balas…
-         Aléjate de mí.-masculló él, antes de dar media vuelta y salir del edificio, como alma que se lleva el diablo. 

domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 24. Lo mejor para ella.

2Estaban los dos en la puerta, callados, soñolientos.
Ella le miró, sonrió levemente, con cierta timidez. Él presionó su hombro entre sus dedos, con cariño.
-         Tengo que irme ya. –dijo, en la puerta de su casa.
No, no quería despedirse de él. Él besó su pelo.
-         Yo también debería volver… -dijo.
Ella suspiró, y comenzó a andar hacia delante.
-         Ah, Ingrid…-La retuvo la voz de Gabriel.
Dio media vuelta.
-         ¿Si?
Él se aproximó a ella, y sin decir ni una palabra, la besó brevemente.
-         Gracias por aparecer en mi vida.

Se había despedido ya de Ingrid, tenía que asistir al instituto, a sufrir la saturación del viernes para luego volver a encontrarse con Gabriel en el parque cercano a la casa de la muchacha.
Al llegar a la mansión se encontró con una escena curiosa. Nadie estaba jugando al póker en la alfombra, la televisión estaba apagada y todos estaban sentados en el sofá, mudos, detectó la ausencia de dos personas en aquel sofá. Kavita y Samantha. Las persianas estaban corridas y era la primera vez que veía a Chin sin su ordenador en su regazo.
-         Hola.-saludó él, casi temeroso de romper aquel tenso silencio. - ¿Me he perdido algo?
Todos giraron su cabeza hacia él. Roman se levantó del asiento, los demás dejaron de mirarle y volvieron a bajar la cabeza, sin comentar nada. El chico ucraniano lo sacó de la sala, y muy serio argumentó:
-         ¿No te has enterado?
-         Enterarme ¿de qué?
El rostro de Roman se mostró sorprendido, tragó saliva antes de anunciar las malas noticias.
-         ¿No crees que hoy falta alguien? Samantha desapareció. Nos pasamos el día de ayer buscándola. Hoy la han encontrado, muerta...
Gabriel abrió sus ojos al máximo, la noticia cayó sobre él como si una jarra de agua fría se tratase, un bajo golpe. Sintió el dolor de la culpabilidad.
De las entrañas de su mente emergió la imagen de la sangre, rizos rubios bañados en sangre, su cuerpo estaba tirado en el suelo, inerte, sin vida… la había matado, sentía la empuñadura de aquella enorme navaja entre sus dedos manchados.
-         Ella fue a buscarte… por que tú te fuiste a… -seguía Roman.
“Gabriel, espérame. Gabriel, no te vayas sin mí. Prometiste que pasaríamos una buena noche juntos”
-         Al parecer no te encontró, pero alguien si que la encontró a ella. Y la mató, para luego sepultar su cadáver bajo las aguas del río… estábamos dedicándole unos cinco minutos de silencio.
El cuerpo de Gabriel temblaba. Sin decir nada, preso de una gran desesperación corrió lejos, subió las escaleras. ¿Qué estaba mal con él? ¿Qué le ocurría? ¿Qué era?
A base de grandes zancadas, llegó hasta las puertas del cuarto de Akira. Él lo sabía. Sabía lo que era. Algo le habían hecho. Perdía la consciencia de sus actos, su enfermedad se encendía en él con más intensidad y duración que antes. Abrió las puertas con violencia. Entrando sin ceremonias en el cuarto de su jefe. Su respiración era irregular, alterada. Abrió cajones, y rebuscó por sitios. Tenía que haber algo allí que le explicara que estaba ocurriendo con él. Tenía…
- Yo te vi. –dijo una voz, seria.
Gabriel se volvió, y encontró a Kavita en la puerta, armada con una pistola, lo estaba apuntando con ella.
-         Vi como la mataste. –siguió ella, dando unos pasos hacia él.
Su expresión era siniestra, le miraba con un profundo odio ardiendo en sus ojos negros, cogiendo con los músculos en tensión su arma, dispuesta a disparar. Gabriel se quedó quieto, sin atravesarse a decir nada. No podía negarlo.
-         Lo vi todo. –Siguió ella.- Ella estaba buscándote, te encontró. Ibas a otra discoteca, cercana al río. Pude oír los gritos, la agarraste del pelo y la llevaste a un callejón sin salida, yo fui tras ustedes. Iba a decirte que la dejaras en paz… cuando llegué el suelo ya estaba manchado con sangre, y ella estaba muerta.
Kavita zarandeaba la cabeza, mirándole con terror, no parecía ella…
-         Eres como todos.-escupió.- Eres como mi padre. Los hombres solo sabéis dañar a las mujeres, las torturáis hasta el final… os creéis superiores a nosotras ¿cierto? Os pensáis que nuestra vida no vale nada. Llegáis para abusar de nosotras… ¿Qué hizo Samantha para ser asesinada? ¿Qué? ¿Te desagradaba? Las mujeres no existimos para eso.
-         No recuerdo haberlo hecho. –susurró él.
-         Claro.-sus dedos temblaron, acariciando el gatillo.- Eres como todos. ¡Maldito imbécil! Ella tan solo quería estar contigo… y tú… la usaste como quisiste, para luego tirarla, desprenderte de ella. Pensaba que tú eras distinto…
-         Kavita, quieta.
-         ¡Os odio! ¡Os odio!  -rugió ella en esos instantes.- ¿Sabes? Cuando mi padre mató a mi hermana pequeña, y estuvo a punto de hacer lo mismo con mi madre, juré que nunca dejaría que ningún hombre siguiera vivo cuando viera que maltrataba a una mujer.
-         Kavita…
Pero ella disparó, y ante la sorpresa de ella, Gabriel se levantó de un salto, atrapó la bala, caliente, entre sus dedos, y de un manotazo, tiró su pistola al suelo, con la otra mano agarró su muñeca. Kavita retrocedió, asustada, intentando desprenderse de Gabriel, hasta que su espalda chocó contra la pared, y se vio acorralada, el chico no pensaba soltarla hasta verla más calmada.
Ella jadeó.
-         Esa noche no eras tú. Tu piel era roja…-dijo ella en esos momentos.-Al igual que tus ojos. Al igual que tus ojos en estos momentos.
Gabriel suspiró, dejó caer la bala al suelo, sus ojos habían vuelto a la normalidad.
-         No sé como he hecho esto.-admitió.- No sé lo que hago. Pierdo la conciencia.
Ella temblaba, mirándole llena de terror, mirando su pistola, lejos de su alcance en el suelo.
-         No voy a hacerte daño.-le aseguró Gabriel, con tono conciliador.
-         No te creo.
-         No te obligo a ello. Sé que no confiarás en mí…
-         No…
-         Yo no quería hacerlo.
-         Mientes.
-         No la odiaba.
-         ¿Qué más da? Ahora esta muerta.
-         Kavita.-su voz había sonado más seria.-No lo hago porque quiero. Enfermo y pierdo la conciencia de mis actos… esto no me había pasado nunca. Todo empezó cuando Akira…
Kavita había alzado la cabeza, lo miraba de forma extraña, una mueca indescifrable.
-         Yo no soy como tu padre. No sé como hago algunas cosas, por ejemplo, en mi vida había cogido una bala… nunca… no sé que me pasa… no lo sé…-había tanta desesperación en su voz, la huella del sufrimiento grabada en su rostro. Su mala cara, fruto de no haber dormido.
Kavita soltó aire.
-         Parecías un demonio.-fue lo único que dijo.
-         Creo que es culpa de Akira. –dijo entonces Gabriel. –Él me hizo algo…
-         ¿Qué? Akira…
-         Akira no es humano. –cortó Gabriel, quizá con demasiada contundencia en sus palabras. 
Los ojos de Kavita se habían abierto al máximo.
-         ¿Cómo? Sí, es malo. Un poco inhumano pero…
-         No, no es humano. Supongo que… vas a pensar que estoy loco…
-         Vale –murmuró ella, con resignación.- ¿Entonces? ¿Qué es Akira?
-         Un demonio.
Una risa burlona salió de los labios de la joven.
-         De verdad, estás enfermo.
-         No te miento. –gimió él.
-         Que sí, que sí. Y yo mañana me voy con Michael Jackson a Marte.
-         Kavita, tienes que creerme. –dijo él.
-         Estás…
-         Yo lo vi. Se transformó en mis narices.
-         No deberías ir de fiesta con Alix. Ella ve unicornios en la ducha… y a ti parece que te ha dado por los demonios…
Gabriel resopló, exasperado.
-         No te estoy mintiendo. Akira es un demonio, que quiere destruir a los ángeles.
Kavita volvió a echarse a reír.
-         Deberían encerrarte en un psiquiátrico. –comentó.
Gabriel la soltó, abatido y sintiéndose tremendamente incomprendido. Atrapó la pistola de Kavita, y se la guardó en uno de sus bolsillos. Siguió con su tarea, se había aproximado a la chimenea, donde había varios tiestos puestos sobre ella.
-         ¿Qué haces? –quiso saber Kavita.
-         Busco algo…
-         ¿El qué?
-         Yo que sé.-dijo, mientras examinaba una especie de estatuilla con forma de gárgola en miniatura, la alzó, y justamente en aquellos momentos la pared crujió, Kavita dejó escapar un grito, al ver que la chimenea se había abierto en dos, dejando una especie de portal por el cual solo se veía oscuridad.
-         Madre mía…-exclamó la chica.
En esos momentos, millones de antorchas se encendieron, dejando ver el interior del portal, unas escaleras irregulares, maltrechas, el hedor a muerte llegó hasta ellos proveniente de la puerta abierta.
Kavita se estremeció y Gabriel la agarró del brazo.
-         Ven.
-         ¿Cómo? –soltó Kavita, estupefacta al ver que el chico tiraba de ella hasta el interior. -¡No quiero entrar ahí! ¡Ciérralo!
Gabriel no le hizo caso, e ignorando su comentario dijo:
-         Probablemente con esto puedas creer lo que te digo…
Habían entrado en aquellas escaleras, en olor de hizo más agudo, más palpable.
-         Ag.-se quejó Kavita, sujeta a la mano de Gabriel, que seguía arrastrándola al interior de aquel túnel.
Había cráneos humanos en el suelo, pinturas de demonios en las paredes, la masacre humana representada con colores oscuros. Algunas estatuas de ángeles sin cabeza y alas negras se agazapaban pegadas a las paredes. Kavita lo miraba todo entre fascinada, atemorizada e incrédula.
-         Guau, Akira es un pirado satánico. –comentó ella por bajo.
Gabriel la mandó callar.
-         ¡Tú no eres nadie para decir que me calle! –saltó la chica hindú, picada.
El chico dejó escapar aire. Kavita se mosqueaba con una facilidad casi milagrosa. Todo lo que salía de la boca de un hombre estaba mal, siempre había alguna pega. Aunque solo dijeses: Buenos días. Ella contestaba: Lo serán para ti.
A medida que bajaban las escaleras Gabriel sentía una especie de extraño picor por toda su piel, y Kavita observaba sobrecogida como en los dedos de Gabriel aparecían manchas rojizas, que iban ensanchándose por toda su piel.
Llegaron a una explanada, solo de tierra negra, más allá se extendía un lago, un puerto de piedra al estilo gótico estaba a las orillas de este lago. Gritos desgarradores de dolor se oían a lo lejos.
-         ¿Y? –Oyó la voz de Kavita, indiferente.
-         Pues…
-         Sí, Akira está obsesionado con los demonios… pero… eso no indica que lo sea.
Alzaron la vista, para observar más detenidamente el puerto, fue entonces cuando ambos se dieron cuenta de que había una barca en el río, y que alguien vestido como La Parca estaba allí, con un enorme remo entre sus dedos que parecían auténticos huesos, alguien estaba sentado delante de aquel extraño, no tardaron en reconocerla.
Kavita corrió hacia ella.
-         ¡Samantha! –gritó con todas sus fuerzas.
Gabriel optó por seguirla, aún desconcertado, sin querer encontrarse con ella, incrédulo. ¿Era real? ¿Ella era real? Estaba muerta… él la había asesinado.
Samantha se había levantado de la barca, había extendido sus brazos hacia Kavita, su ropa estaba mojada, su pelo rubio mojado se le pagaba a la cara y sus puntas estaban manchadas con sangre. Su piel estaba demasiado pálida, ojeras sombreaban sus ojos azules, y sus labios de color morado estaban entreabiertos, como si quisiese decir algo. Más allá de ella, lejos, en la otra orilla del río se veía un enorme amasijo de cuerpos, que flotaban, algunos sin rostros, unos jóvenes otros casi ancianos, pero todos chillaban, formando una agoniosa melodía que helaba los huesos. Esos… debían de ser los caídos. Estaba viendo su propia muerte ante sus ojos, y sintió miedo, mucho miedo.
-         ¡Samantha! –gritó Kavita.
Ella negó con la cabeza, con el miedo brillando en su mirada.
Habían llegado al puerto, Kavita temblaba, mirando al tipo de la barca, sus dedos eran huesos, auténticos huesos, y llevaba una guadaña colgada de un hombro.
-         Vete de aquí.-susurró ella.
-         Samantha… como es… que…
-         Estoy muerta. –dijo ella, sin mirarla a ella. Sus ojos estaban fijos en Gabriel.
Kavita no cabía en si de asombro, su cuerpo temblaba violentamente, las piernas le fallaron y estuvo a punto de caer al suelo, cuando el tipo encapuchado giró su cabeza hacia ella, no tenía piel, ni músculos, era un cráneo humano, un esqueleto, las cuencas de sus ojos estaban vacías, y su mandíbula se abrió. Por ella salió una voz espectral y espelúznate, que cortaba la respiración:
-         ¿Cómo osáis entrar en el inframundo, Reino de demonios, el propio infierno, el lugar a donde van a parar las almas humanas que ayudaron a los demonios? –había alzado la barbilla de Samantha, y ella había mirado llena de terror a aquella criatura.
Gabriel se vio obligado a sujetar a Kavita, que estaba presa de unas horribles nauseas, y su cara estaba desfigurada por el pánico.
-         Somos los cómplices del diablo, Kavita.- dijo Samantha, con voz fantasmal y la mirada pérdida en los ojos de Gabriel. –Somos caídos. Estamos condenados al eterno sufrimiento desde que Akira nos acoge y nos hizo asesinos. Antes de nuestra primera misión, incluso ahí nuestro destino estaba sellado…
Kavita no podía creer lo que estaba oyendo.
-         ¡Silencio! –ordenó el tipo de la capucha, y apuntó a Kavita con su guadaña. –Vete de aquí, antes de que la acompañes…
Kavita se soltó de Gabriel, y corrió hacia atrás, huyendo de allí con urgencia, sin querer mirar atrás y ver a su difunta compañera, que seguía sin apartar sus ojos sin vida de los de Gabriel, este estaba retrocediendo, mientras se rascaba las muñecas, las cuales tenía enrojecidas.
La barca zarpó, mientras que el tipo de la guadaña remaba. Samantha aún seguía en pie, y cuando Gabriel se dio la vuelta a punto de perderse en aquel túnel, el grito de ella resonó sobre aquel vacío y muerto lugar:
-         ¡Espero que te pudras en el infierno, hijo del demonio!

Kavita estaba encogida sobre si misma, en posición fetal, meciéndose en el suelo, en una esquina de la habitación de Akira, quería desaparecer, lágrimas corrían por sus mejillas. No se movió cuando Gabriel llegó, sombrío, ni se inmutó cuando Gabriel colocó la estatuilla en su sitio y las puertas del inframundo fueron cerradas.
Alzó la cabeza rato después, y vio como Gabriel se acuclillaba junto a ella, y le tendía un pañuelo, estaba serio y callado, las manchas rojizas de sus manos estaban desapareciendo de nuevo.
Kavita cogió el pañuelo, y se limpió las lágrimas. Mientras Gabriel se sentaba junto a ella, sin decir nada. Ella dejó caer su cabeza sobre el pecho de Gabriel, desconsolada.
-         Akira es un demonio…-sollozó.- Y nosotros…
-         Somos caídos. Cómplices del demonio. –completó él.
Kavita alzó la cabeza, estaba llorando a lágrima viva.
-         Entonces… tú no mentías…
Gabriel asintió con la cabeza, lentamente.
-         Y nosotros… nosotros… ¿Asesinamos a ángeles?
-         O a sus ayudantes.
Kavita gimió, angustiada.
-         Nuestro destino es sufrir atrapados ahí abajo. –dijo ella.
Ahora sabía que le traería la muerte, ahora sabía su cruel e injusto destino. Algún día ella misma iría allí, en aquella barca, con aquel tipo extraño… y… todas esas personas… todo ese dolor, el olor a muerte. Sentía miedo. Sentía asco por su vida.
Gabriel no se apartó de allí, escucho sollozos, súplicas, quejas, insultos. Kavita a veces lo abrazaba, otras veces le echaba la culpa de todo y golpeaba el pecho del chico, este no se inmutaba. La comprendía.
Acabó explicándoselo todo, todo lo que sabía, sus ataques, el aspecto de Akira, lo que había leído sobre el fin del mundo en 2.012, el demonio de la biblioteca, los ángeles… le habló de todo. Incluso de Ingrid. Acabó soltándole a Kavita que solo encontraba la paz con ella, y que se había dado cuenta de que tontamente se había enamorado.
-         ¿Puedo decirte una cosa? –lo interrumpió Kavita en un momento dado.
Él asintió.
Ella estaba tumbada en el suelo, con las rodillas flexionadas y pegadas a su pecho.
-         Si no sabes lo que te pasa, si pierdes la consciencia y matas sin quererlo de verdad. Si no sabes lo que te hizo Akira… si de verdad la quieres, creo que deberías dejar de verla. Ya has matado a Samantha… ella podría ser la siguiente.
Gabriel se retorció las muñecas, era consciente de ello.
-         Sería muy egoísta por tu parte que la hagas tener que aguantarte a ti, a tu enfermedad… pienso que deberías dejar de verla. Alejarte. Porque tarde o temprano le harás daño. Y más si ella trabaja para los ángeles. Quizá si sigues más tiempo con ella, su destino sea igual que el de Samantha, que el nuestro.
Gabriel apretó los labios.
-         Yo…
-         Habla con ella. Miéntele si hace falta. Pero no te quedes por más tiempo con ella. No salgas de la mansión, hazle caso a Akira. Él sabe lo que te ocurre, estoy segura…
Tragó saliva. Kavita tenía demasiada razón. Estando junto a él ella corría peligro. Ella…
-         ¿Lo harás?
Gabriel asintió. Era lo mejor. Nunca permitiría que a Ingrid le ocurriese lo mismo que a Samantha…
-         Iré a verla, hoy hemos quedado.-explicó.-Hablaré con ella…
Kavita asintió, conforme. 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capítulo 23. ¿Qué eres verdaderamente, Gabriel?

Gabriel iba ligeramente apoyado en Ingrid cuando salieron de la biblioteca, donde había una muchedumbre de gente, entre ellas estaban las amigas de Ingrid, que al verlos salir acudieron a su encuentro.
-         ¡Dios mío! –gritó una, con voz alterada.- ¿Habéis visto que era aquello que había en la biblioteca? ¡La bibliotecaria decía que era un oso!
-         Sí,-siguió la otra, a la que Gabriel reconoció como Kate.- Empezamos a oír gruñidos y a salir todos de la biblioteca en silencio, la bibliotecaria hizo una especie de simulacro…-y señaló a la encargada de la biblioteca hablando con una panda de policías más allá.
-         Nadie sabe verdaderamente lo que ha pasado… menos mal que estáis bien…-entrecerró los ojos, observando a Gabriel más atentamente, el cual oprimía con fuerza un pañuelo con manchas negras sobre su hombro.- Gabriel… ¿Estás bien?
Este asintió rápidamente con la cabeza.
-         Me he manchado…-mintió.
-         ¿Con qué?
-         No lo sé… - Genial, ahora encima de todo no se le ocurría nada convincente.
Ingrid miró a Gabriel preocupada, estaba dejándose caer cada vez más sobre ella, incapaz de quedarse de recto.
-         Bueno, nosotros nos vamos a casa. No hay que entregar el trabajo hasta dentro de una semana, hay tiempo.
-         Susan tiene los apuntes principales en su portátil, no los íbamos a dejar ahí.-explicó Helena.
-         Ah, pues entonces perfecto. Nos vemos mañana.
Y mientras que los demás seguían alborotados por los extraños jadeos y gruñidos que habían escuchado, sumando a aquella figura negra que todos decían ser un oso, se acercaban curiosos y la policía entraba en la biblioteca, dispuestos a investigar, Gabriel e Ingrid se largaron de allí, dejando también un tanto confundidas a las amigas de esta.

Gabriel seguía estando débil, aunque trataba de disimularlo. La hemorragia no se le había pasado, a pesar de estar oprimiendo con fuerza el pañuelo sobre su hombro, que se había teñido de negro.
No tardaron en llegar a la casa de Ingrid, ella lo ayudó a llegar al sofá, donde se tumbó durante unos minutos.
-         Creo que debería irme ya a casa.-comentó él.
Ingrid lo miró como si se hubiese vuelto loco, y negó con la cabeza.
-         No antes de que tu herida deje de sangrar.
Se fue al pasillo, donde en un armario estaba el botiquín. Lo abrió y comenzó a rebuscar entre aquel desorden de cajas, armarios, gorros y otras prendas.
-         Pero si ya estoy bien. En plena forma.-se oyó la voz de Gabriel que provenía desde el salón, ciertamente apagada.
Ella llegó con el botiquín bajo el brazo y una pequeña papelera de hojalata, los cuales dejó en el suelo, se arrodilló sobre la mullida alfombra al pie del sofá y le retiró el pañuelo viscoso y negro, el cual llevó a la papelera.
-         ¿Te escuece?
Gabriel asintió, lentamente, intentando mantenerse recto en el sofá.
Ella apretó los labios y dijo:
-         Quítate la camisa, subiré la calefacción si tienes frío.
Él la miró extrañado, durante unos segundos, hasta que finalmente obedeció.
-         ¿Dónde la dejo? Está toda manchada.
Ella se la quitó de las manos y la dejó en el suelo, apartada de la alfombra. La herida no paraba de expulsar líquido negro, y su piel estaba enrojecida en aquella parte.
-         Gabriel… tú sangre…
-         No es mi sangre.-negó él.- Es la baba del monstruo ese.
-         No lo creo.
-         No puede ser mi sangre, es negra.
Ella se quedó callada, intentando desinfectar la herida, mojando algodón en alcohol y presionando esto contra el hombro de Gabriel. La sangre no se detenía, negra, se deslizaba por todo su torso desnudo, ocultando trocitos de su tatuaje satánico.
-         Gabriel, ¿Qué era eso? –dejó caer ella en ese momento, refiriéndose al monstruo.
Él la miró, como movido por un resorte. El cansancio grabado en sus ojos ahora azules.
Eres de los nuestros. Sonó en su cabeza, la frase comenzó a repetirse. ¿Qué era él? ¿Por qué sus ojos se volvían rojos? ¿Por qué de repente sentía una enorme fuerza u otras veces se sentía abandonado por ella? ¿Cómo había acabado con aquello? ¿Se habría disuelto por propia voluntad? No, estaban acabados. Los habría matado sin dudar en ese mismo instante.  Pero… ¿Cómo? Akira lo sabía, sabía lo que él era. Por eso no quería que saliese de la mansión. Sería peligroso cruzarse con otro demonio que no fuera él. Era eso… ¿Otro demonio? Su cabeza daba vueltas, mareado. No quería pensar en nada. No quería ser nada. Todo aquello le venía demasiado grande. Tan solo quería huir de la realidad, con ella. ¿Era tan difícil de entender?
-         No lo sé.
-         Pero…
No pudo acabar, porque justo en aquel momento Gabriel se echó a sus brazos, envolviéndola, tembloroso.
-         No lo sé. Ni quiero saberlo. Ni quiero saber lo que me pasa. Estoy harto de tener que hacerle frente a la realidad. No quiero nada de eso. –le dijo al oído, mientras la apretaba contra él.
Ella lo sujetó unos minutos y le susurró:
-         Entonces ¿Qué quieres?
Gabriel la miró durante una fracción de segundo, antes de estamparle un ligero beso en los labios.
-         A ti.
Y la besó de nuevo, más largamente. Cuando se separaron, Ingrid murmuró:
-         Al menos, deja que vende tu herida, estás entero pringado.

Se había quedado dormido en su cama, la poca luz proveniente de la noche traspasa la ventana y alumbraba tenuemente el cuerpo de Gabriel, tendido en el lado derecho de la cama, de lado, con el hombro vendado, descalzo. Ingrid estaba a su lado en pijama. Gabriel seguía sin camisa, tapado con una gruesa manta. Refugiada bajo la misma manta ella permanecía despierta, acariciándole la cara, el pelo, que a pesar de estar ya algo sucio para ella seguía siendo bonito. Su piel era suave, cálida.
No se entendía a si misma, era una contradicción. Estaba en un punto intermedio, quería alejarse de todo, dejar huir a su mente, que le decía que quizás aquello no era lo mejor para ella. Gabriel. Su nombre estaba tatuado a su piel, inscrito en su cabeza. Era una persona extraña, un asesino, un cómplice del diablo, y a ella no le importaba. No le importaba nada cuando se trataba de él. Su mundo rutinario tan vacío se llenaba de vida cuando él estaba a su lado. Y no lo podía evitar. Se había enamorado. Era la primera vez que aquello pasaba en ella. Y sentía todo eso, los nervios, las mariposas en el estómago, las palpitaciones aceleradas de su corazón cuando su distancia se reducía. Quería tenerlo para ella, solo para ella,  quería acariciarlo a todas horas, protegerlo… deseaba besarlo. Y podría haberlo echo, en esos momentos, mientras sus dedos se deslizaban por su mejilla, mientras que dormía. Pero no quería despertarlo en esos momentos…
Suspiró, besó el cuello del chico y se recostó en la cama, hasta quedar dormida, oyendo la suave respiración de Gabriel.

Se despertó a eso de las cuatro de la mañana, sentía calor, demasiada calor. Gabriel jadeaba, parecía estar sudando. Ingrid se acercó a él, su piel ardía. En ese momento comenzó a revolverse, liberándose de la manta, que cayó al suelo, a los pies de la cama. Palmeaba el aire, dio un par de pataletas y dejó escapar un gemido ahogado. Había llevado una de sus manos al lugar de la herida. Ingrid se tumbó sobre él, inmovilizándolo.
-         Shhh.-lo calmó.- Gabriel, ya está… estoy aquí… tranquilízate.
-         Duele…-se quejó él.
Ingrid observó su piel, presentaba manchas rojizas, sus manos se alzaron, dedos llenos de marcas rosadas… su dedo anular intentaba alcanzar una extraña pulsera que llevaba en atada a su otra muñeca.
-         Gabriel.-susurró, recostándose sobre él.
En esos momentos comenzó a gritar en japonés, algo que sonaba como: Ité.
Ella se colocó encima de él, a horcajadas, inmovilizándole, y taponó su boca con la suya, en un beso un tanto extraño, que lo hizo callar y permanecer quieto.
Él comenzó a respirar pesadamente, inmóvil, abrió los ojos en ese momento, y la observó sobre él, que lo miraba con cierta preocupación. Él alzó una mano para acariciar su rostro. Un suspiró estremeció su cuerpo, y antes de que Ingrid se diese cuenta, él la había agarrado, haciéndola rodar en la cama, quedando él encima de ella, sus rodillas estaban a cada lado de su cintura, hasta que terminó por inclinarse hacia ella, y besarla, no con tanta suavidad como en las veces anteriores. Ella lo dejó hacer, correspondiendo aquellos besos, mientras sentía como Gabriel se iba pegando más a ella, acabó por posar sus manos en su espalda rodeándole. Acabó acariciándolo por todas partes, revolviendo su pelo, mientras sus labios no podían separarse, como si todo lo demás se hubiese evaporado. Y esta dejó escapar una exclamación, al sentir los labios de Gabriel por su cuello, lo que la hizo comprender hasta que punto podría llegar aquello. Y se vio a sí misma deseando todo aquello… pero no podía evadirse de aquella manera.
-         Gabriel… -suspiró ella, a la cual aquel contacto en su cuello la estaba excitando demasiado.- ¿Qué… qué te ha pasado antes?
Este se incorporó jadeante, con el pelo más despeinado de lo normal, sacudió su cabeza, estaba sudando ligeramente, quedando sentado sobre el regazo de Ingrid. Las manchas rojizas de sus dedos habían desaparecido, aunque su temperatura corporal seguía siendo elevada, aunque Ingrid dudaba que aquello fuera por que le fuese a entrar fiebre.
-         ¿A qué te refieres? –dijo con voz entrecortada.
-         Antes has…-Las manos de Gabriel habían empezado a deslizarse por sus piernas, haciendo que las palabras se detuvieran en su boca.- has empezado a gritar y…
-         Ah, creí que iba tener un ataque….-le restó él importancia, mientras la miraba con una sonrisa traviesa, inclinándose de nuevo hacia ella, para robarle el aliento con otro beso.- Pero solo ha sido una falsa alarma.
Y ella en ese momento terminó por rendirse, cuando fue ella la que volvió a unir sus labios, la que quiso que sus lenguas se enroscasen, la que acarició su torso… se dejó llevar, Porque… ¿Qué importancia tenían en ese mismo momento otras cosas? ¿Qué más daba…?
- ¿Ingrid? –se oyó la voz se su hermano, que llamaba a su puerta.- ¿Se puede saber que estás haciendo?
Gabriel se detuvo, rodó los ojos, en una mueca de fastidio. Y sin decir ni una palabra, se quitó de encima de ella y se escondió debajo de la cama, justo antes de que Thomas abriese la puerta, furioso porque unos jadeos lo habían despertado.
Y la observó, con el pelo levemente alborotado, y su pijama a medio desabrochar.
- ¿Tu no estarás viendo programas nocturnos no? –dijo entrecerrando los ojos.
- Tengo calor y no puedo dormir. –se excusó.
- Yo he oído….
- Tú tienes una imaginación muy retorcida Thomas. –Le cortó ella-Ahora déjame dormir, mañana tengo que ir al instituto.
- ¡Eh! ¡Y yo también!
- Pues, a dormir.-lo echó su hermana.
Thomas resignado, finalmente cerró la puerta, dejando de nuevo sola a su hermana. Bueno, sola, sola…
Gabriel volvió a subir a la cama, la miró e hizo otra una mueca de fastidio.
-         Cuando no se le oyen los ronquidos, es que definitivamente esta despierto.-gruñó, dejándose caer junto a ella. –Creo que vamos a tener que dormir.
Ingrid apretó los labios, mientras Gabriel volvía a abrochar los botones de su pijama. A ella también la habían fastidiado. Hacía mucho tiempo que no deseaba tanto algo, y Thomas había venido a estropearlo.
Gabriel soltó aire, rodeándola con los brazos, pegándola a él como si quisiera fundirse con ella, y apoyando su cabeza en su hombro.
- Buenas noches.-susurró, tras darle un casto beso en la mejilla, para luego volver a posar la cabeza en su hombro y cerrar los ojos.

Había intentado alejarse de aquel lugar, irse lejos. La pillarían si permanecía anclada a aquel aeropuerto. Pero no podía evitarlo. Había conseguido un trabajo, limpiado un salón de strip-tease. Feo trabajo, sí. Pero ganaba algo de dinero para comer. Si seguía invirtiendo… no, era una locura. Nunca saldría de allí, seguiría durmiendo en el aeropuerto. Sería la loca del aeropuerto de las afueras de Tokio, cuyo nombre ni siquiera sabía. Soltó aire. Nunca podría disolver sus errores del pasado. Sus oportunidades fallecieron cuando fue encerrada en aquel psiquiátrico del que se había fugado. Podría haberlo hecho años atrás, pero le faltaron fuerzas…
-         Mira por donde. Con que aquí está el viejo y usado juguetito de Akira. –dijo una voz, conocida pero ya olvidada.
Gabriela se levantó de un salto, como si la hubieran pellizcado, observó a su alrededor, alerta.
Alguien salió a su encuentro.
-         ¡Baal! –exclamó ella.
-         Veo que me recuerdas.
La rabia sacudía el cuerpo de la mujer cuando ladró:
-         Tu esclavo me maltrató a mí y a mi hijo durante años, hijo de puta.
Tenía los puños apretados, estaba clavándose sus propias uñas en las palmas de sus manos, su cuerpo temblaba entre furioso y algo atemorizado. Se encontraba frente al demonio más poderoso que tenía la suerte de seguir vivo.
Aquellos tiempos eran difíciles, los demonios estaban cansados y se asesinaban los unos a los otros. Hartos de que todo lo que hacían fuera luego arreglado por los ángeles. Por eso ahora estaban asesinando a los ángeles y a sus elegidos en tropel. Manchando sus manos con sangre celestial.
Una sonrisa sardónica llena de afilados dientes deformó la boca del demonio.
-         Nada de ello te hubiera pasado si Akira no se hubiese cansado de ti. Te abandonó a tu suerte. Y a ti…y a tu niño.
La rabia acumulada durante años hacía que su boca temblara, incapaz de decir la frustración que sentía en aquellos momentos.
-         ¿Quieres ver a tu hijo, verdad?
Ella no contestó, el demonio se había acercado a ella y podía sentir su cuerpo más cerca de ella. Era consciente que el demonio podía partirla por la mitad con un solo movimiento. Pero no le importaba manifestar el asco que sentía hacia él, hacía todos los demonios que acabaron convirtiéndose su vida en una vertiginosa pesadilla sin retorno. Alzó la cabeza, con un febril orgullo y declaró:
-         Mi vida no te importa.
Una risa burlona salió de entre los labios del demonio con forma de hombre de mediana edad.
-         Tu vida no, juguetillo. Pero si la de tu hijo. Sí, pequeña marioneta, sé donde está. Muchos demonios lo quieren ahora en su poder y Akira está fuera, buscando venganza. Buscando a aquel demonio que maltrató lo que era suyo. Buscándome a mí.-su sonrisa se amplió.- El pobre Gabriel está tan desprotegido…
-         ¿Gabriel está…?
-         Está bien, de momento. Y yo puedo llevarte junto a él.
-         ¿A cambio de qué?
-         A cambio de nada. De la satisfacción de ver la cara de Akira cuando regrese y se de cuenta de que lo ha perdido, porque se ha ido contigo lejos. Y bien ¿Qué me dices?
-         No me das buena espina.
Baal se encogió de hombros.
-         No tienes nada que perder. –dijo, tentándola con su sonrisa.
Gabriela suspiró. No, no tenía nada que perder. De nuevo, ella misma sucumbía ante los caprichos de algún diablo, tan manipulable…

Algo volvió a despertar a Ingrid, una extraña claridad. Podía oír a Gabriel, su respiración irregular e intranquila. Ya no sudaba y su cuerpo estaba a una temperatura normal. Era una especie de resplandor, que la había sacado del dulce país de los sueños. Parpadeó varias veces y se incorporó lentamente, intentando no despertar a Gabriel. La luz provenía del interior del cajón de su mesilla de noche, lo abrió tratando de no hacer ruido. Era el libro, el libro que le dio aquel ángel. Emitía una extraña luz. Ingrid lo cogió, y alumbrándose con la luz que desprendía su libro salió de su cuarto dejando descansar en paz a su amigo. Bajó al salón, encendió la luz, oía los ronquidos de Thomas en el piso superior…
Aquel libro no servía de nada, no traía respuestas. Ya lo había revisado de arriba abajo, y no había encontrado respuestas a nada. Sí, hablaba del respeto hacia los ángeles, de la maldad de los demonios, de las normas para ser un buen ayudante, de que un ayudante podía convertirse en ángel si el ángel que la hizo su ayudante decide que está preparado para ascender de los cielos. Miles de cosas que hacer por los demás. Nada que ella no supiera. Y en cuanto a trasformarse en ángel, no era algo que ella peculiarmente deseara. Así que, furiosa, por haberla despertado, soltó el libro en la papelera donde yacía el pañuelo lleno de la baba de aquella criatura.
Dio media vuelta, pero cuando se disponía a salir de la habitación, un estrépito la hizo girarse; el libro había salido solo de la papelera, y las hojas se movían como si una ráfaga de viento las estuviera empujando a hacerlo. Atónita, quedó clavada en el suelo, rezando por que Thomas o Gabriel no se hubiesen despertado. Los ronquidos de su hermano confirmaron que seguía dormido, y el hecho de que Gabriel no hubiese aparecido en el salón, certificaban que su amigo no había despertado.
Se acercó al libro, despacio, y vio como la contraportada se había teñido de rojo, se había ensanchado y en las páginas estaban apareciendo letras, explicaciones. El movimiento violento de las hojas se detuvo, en una página.

“Chupasangres.
Tienen un cuerpo deforme, viscoso y completamente negro. A pesar de ser demonios poderosos suelen estar bajo la orden de demonios superiores, debido a que tienen un olfato especial para encontrar ángeles o a sus ayudantes.
Su alimento principal es la sangre y sienten debilidad por la sangre de demonios más jóvenes.
Estos demonios están a punto de extinguirse, quedando vivos como una docena de ellos…”
Ingrid pasó las hojas, una y otra vez. Toda la información acerca de los demonios, todas sus razas… sus puntos débiles… apenas podía creerlo. Y si aquello había ocurrido al poner el libro en contacto con la baba del demonio. ¿Qué ocurriría si…?
Corrió hacia la camisa de Gabriel tirada en el suelo, y puso un trozo de aquella tela manchada sobre la pasta del libro. Este se agitó de nuevo, quedando abriendo en una página con una breve descripción.
Sustancia desconocida. Raza desconocida. No hay descripción disponible.
Suspiró frustrada.
¿Qué eres, Gabriel, qué eres?


Podía ver aquella casa situada en lo alto de la colina, tan solitaria y espeluznante como se la había imaginado, agazapada entre árboles frondosos, que tan solo dejaban ver aquel tejado de color rojo apagado, color sangre se podría decir, bajo este se observaba la segunda planta del edificio, construida de piedra gris y con grandes ventanas con vidrieras de colores violáceos y rojizos. Un lugar que hacía que te alejaras, sin querer saber que clase de persona era capaz de vivir en un lugar como aquel. Tan sombrío y tan poco acogedor. Akira se aproximó a la casa, un camino de piedras maltrechas lo condujo hasta la enorme verja de metal. Alguien ya lo estaba esperando allí, Furfur ya estaba avisado de su presencia. El hombre lo aguardaba en la entrada, era delgado, pálido y su pelo grisáceo lo llevaba bien peinado hacia atrás, por su rostro ya se veía marcado el paso de los años, nada más con ver aquellas arrugas que surcaban su frente.
-         Bienvenido, Chax. Mi señor le espera. –dijo escuetamente aquel hombre, que lo guió hasta las enormes puertas de la casa, las abrió y lo llevó hasta un enorme salón cubierto por alfombras rojas, con dibujos macabros tejidos con hilos gruesos de colores oscuros. Tapices que representaban al infierno colgaban de las paredes, una chimenea estaba encendida, y en frente de ella, sentado elegantemente con un deje de arrogancia estaba Furfur.
El demonio era menos poderoso que él, pero su presencia infundía respeto. Su aspecto era de un hombre de treinta y pocos, pelirrojo y con unos ojos enormes amarillos.
-         Chax.-dijo con aquella voz ronca tan característica suya.-Cuanto tiempo, no nos vemos desde que rechazaste la propuesta de la nueva raza. ¿Me equivoco? Y… ¿Puede saber este viejo demonio a que se digna la presencia del poderoso Chax por mis dominios? Supongo que no será para volver a recuperar el contacto ¿Verdad? Estamos en plena guerra contra los ángeles y vamos ganado. Es más, hoy mismo, el ángel superior esta barajando las posibilidades de la “purificación” ¿La conoces no? Esa excusa que tenemos los demonios para aniquilar a todo ser humano, que los ángeles crean que podrán crear nuevos humanos, dejando vivos solo a sus elegidos. Cuando no saben que el mundo que conocemos se doblegara ante los demonios en 2.012. El fin del mundo, tú ya me entiendes.
-         Ese asunto me trae sin cuidado en estos instantes.
-         ¿Qué si? Pues este asunto no debería dejarte tan indiferente, viejo amigo. Sobre todo cuando Baal, quiere convertirse en el Rey Superior de los demonios. ¿Lo sabías? Dice que tiene un arma con la cual hará que todos los demonios le teman, y que nadie se interponga en su camino hacia el poder absoluto. A mi no me preocupa, el poder de Baal no puede compararse con el mío, hemos hecho un pacto. Seré la segunda entidad más importante en el nuevo mundo, junto a mi hija. –Sonrió, divertido.- Baal te matará, lo está deseando desde hace tiempo.
Chax se cruzó de brazos ante tanta palabrería.
-         ¡Randon! –dijo entonces Furfur.- ¡Oni estúpido! ¿Dónde está mi Martini de las cinco en punto?
El pobre siervo llegó corriendo como loco a entregar el Martini a su amo, para luego retirarse igual de rápido. Este le dio un ligero sorbo.
-         ¿Estás amenazándome Furfur? –dijo Chax con tono peligroso.
-         Solo te digo que tienes todas las perder. Baal cada vez es más poderoso, su hijo es un autentico monstruo y ha matado a ángeles incluso. Mi hija también ha asesinado a muchos ayudantes. En cambio ¿Dónde está el tuyo? Dijiste que jamás harías una prueba como esta. Y en cambio te salió sin más remedio. Tu hijo ni siquiera es un demonio completo, Chax. Y Baal lleva mucho tiempo con ese niño bajo su poder. Uno de sus Onis se encargó de maltratarlo durante años, haciendo de él una criatura débil y enfermiza.
El rostro de Chax se había ensombrecido, una mueca horrible surcó su rostro.
-         ¡Así que lo sabías! ¡Sabías de su existencia!
La sonrisa de Furfur se hizo más amplia.
-         Los demonios llevamos mucho tiempo riéndonos de ti. Has estado tan ciego... –meneó la cabeza, con desaprobación.-Cuando la purificación empiece y la guerra por el nuevo mundo estalle, el hijo de Baal jugará al baloncesto con tu cabeza.
Una furia enorme sacudió a Chax, estaba a punto de lanzarse contra Furfur, de arrancarle las entrañas ahí mismo, de hacerlo sangrar hasta matarlo. Lo habría echo, eso y mucho más, de no haber sido porque el sonido de la puerta cerrándose los distrajo. Una figura menuda apareció el salón, no era muy alta. Su piel era blanca, su rostro de mejillas rosadas, tenía un piercing en la nariz y otro en la ceja, su pelo largo y lacio le caía a ambos lados de la cabeza, era de un color entre rubio y rojizo. Sus ojos eran anaranjados. Su semblante parecía imperturbable, y su boca estaba curvada en una sanguinaria sonrisa.
-         Hola Padre. –dijo la chica, con voz seria.
-         ¿Ves? –dijo en ese momento Furfur, señalándola con el mentón – Ella ya es un demonio completo, ¿No es una maravilla? Es una maestra, conoce doce tipos de luchas asiáticas diferentes y más de ciento cincuenta formas de asesinar. El orgullo de su padre. Todo lo contrario a tu hijo. –Miró a su hija y dijo.- Lilith, saluda a Chax, es un demonio importante que pronto dejará de existir.
-         ¿Y a mí que? –repuso la chica, encogiéndose de hombros, mirándolo con desprecio a Chax.- Traigo las noticias, Padre.
Furfur se puso derecho y dijo:
-         Dime, hija. ¿Son buenas?
-         Más que eso.-respondió ella, con una sonrisa feroz.- Los ángeles han aceptado la purificación. El nuevo mundo ha llegado.
Furfur estalló en crueles risotadas.
-         ¡Chax tu sentencia de muerte está grababa en piedra! ¡Vas a morir!
Chax dio media vuelta, permaneciendo sereno. Ahora ya sabía a por quién tenía que ir, sobre quien recaería su sádica venganza. Las cartas estaban ya echadas, y su vida parecía colgar de un hilo. Pero no moriría sin luchar por lo que era suyo. Las sucias manos de Baal no volverían a hacerle daño. No lo consentiría.
Y él no corría peligro por parte de Baal, le había dicho que no saliera de la mansión. Lo habría obedecido…