Había ensayado frases en voz alta de camino, tenía todo un estupendo monólogo preparado, el cual pensaba soltarlo y marcharse, no quería hacer aquello más doloroso para él. Debía admitir que estaba a punto de desprenderse de la única persona que alguna vez le había mostrado afecto, y la primera persona a la que él había amado. Había estado mucho tiempo preguntándose lo que sentía por ella, negándose que aquello fuera lo que él pensaba, porque… él no sabía nada del amor. Pero lo estaba, lo sabía, tontamente se había enamorado de ella, y lo había estado desde la primera vez que la vio, saliendo de aquel instituto. Suspiró, ya divisaba aquel parque a lo lejos, y ella estaba allí, esperándole. Podía ver aquella luz blanca que iluminaba tenuemente a la muchacha…y de nuevo él mismo parecía derretirse por dentro. Deseaba tocarla, abrazarla, besarla… y justo entonces apareció en su cabeza el fantasma de Samantha, montada sobre aquella barca, rumbo a la oscuridad. Su sangre manchaba las calles de aquel callejón, sus rizos teñidos de rojo…
Zarandeó la cabeza. De nuevo repasó mentalmente su discurso.
Ella sonrió y se acercó a él, dispuesta a abrazarle. Llevaba un vestido blanco, botas negras y una chaqueta morada con capucha, que llevaba abierta. Estaba preciosa. Más que eso. Se dijo él.
Y no pudo rechazarla en aquel momento.
- ¿Estás bien? –dijo ella, cogiendo sus manos, para examinar si estaban enrojecidas.
Gabriel asintió. Sus labios temblaban, quería hacerse pequeño y desaparecer. No quería tener aquella conversación, no quería perderla. Su vida se apagaría, como la llama de una vela que se extingue con un soplido. Iría de nuevo a deriva y…
Incómodamente se dio cuenta de que estaba desmoronándose ahí mismo, mientras que la apretaba contra él. La soltó, bruscamente.
Ella ladeó la cabeza, mirándole extrañada.
- Hoy tengo muchas cosas que hacer.-fue lo único que dijo, comenzando a caminar, al ver que Gabriel se había quedado en el sitio.- ¿Vienes?
- Sí, claro.-dijo él, con voz temblorosa.
Tenía que hablar con ella. Ya.
Atravesaron la calle en silencio, mientras que Gabriel reestructuraba su discurso mentalmente. Hasta que al final, mientras caminaban por una pequeña calle peatonal, llena de tiendas y alguna que otra pastelería que desprendía un delicioso aroma a chocolate y crema, Gabriel habló:
- Ingrid… tengo que decirte algo.
Ella le miró unos instantes, como si lo atravesase con la mirada, como si leyese su mente.
- No es importante.
Gabriel abrió al máximo los ojos. Ella había seguido caminando, sin detenerse aquella vez a esperarlo. Corrió hasta ella y dijo:
- ¿Cómo que no importa?
- Ahora no tengo tiempo.-replicó ella.
Sus palabras no eran cortantes, sino suaves y conciliadoras, con lo cual Gabriel se sumió en un hondo desconcierto.
- Ingrid. En serio, esto es importante. –volvió al ataque.
- No. No lo es. –cortó ella de nuevo, con aquella chocante suavidad.
Gabriel soltó aire, Ingrid se había detenido.
- Aquí es. ¿Me esperaras no?
- Espera…
Ella puso las manos en sus hombros, lo miró intensamente y dijo:
- Gabriel, sea lo que sea lo que vas a decirme, es una tontería. Así que, quítatelo de la cabeza.
- ¿Cómo? ¿Por qué iba a ser una tontería? Ingrid…
- Por que tú verdaderamente no quieres decir eso.-proclamó, dejando al joven sin aliento. –Espérame, por favor.
Resignado e impotente la vio entrar en aquel establecimiento. Se sentó en los escalones de la entrada. ¿Es que ella no entendía lo mucho que le iba a costar aquello? Era por su bien… se repetía, obsesivamente.
La siguió allá donde ella tenía que ir, a través de las calles cargadas de adornos navideños, ya que al fin y al cabo ya era Diciembre y las vacaciones navideñas estaban al caer. Ingrid le explicó que ese día en concreto tenía muchísimo trabajo, que estaba mucho más ocupada en navidad, época de amor y solidaridad, y que quería acabarlo cuanto antes, para quedar libre durante el fin de semana. Gabriel acabó acompañándola, siguiéndola como un perrito faldero que sumiso sigue a su dueño.
Estaba atardeciendo en aquellos momentos, Gabriel estaba mareado, cansado, su amiga lo había tenido todo el día de aquí allá, sin escuchar nada de lo que decía. Restándole importancia o diciendo un muy claro: “No quiero oírlo”.
Gabriel no hacía más que preguntarse si ella sabía lo que iba a decirle, o al menos debería intuirlo. En esos momentos estaba sentado en la entrada de aquel edificio, donde se donaban juguetes. Acababa de salir.
- ¿Hemos terminado? –quiso saber Gabriel, cansado.
- Eh…
Este se había levantado, tomado a ella de las manos.
- Ingrid…
Y fue en ese momento justamente cuando lo sintió, el dolor apuñaló con fuerza sus entrañas, haciendo que sufriera una especie de espasmo, justamente ahora. Cuando ella parecía que iba a escucharle. El dolor era devastador, aniquilando todas sus posibles explicaciones. Quería dejarse caer al suelo, porque sus piernas dolían… todo su cuerpo dolía. Apretó los dientes.
- ¿Gabriel? –la preocupación y el reconocimiento estaban impresos en las palabras de la chica.
Este soltó un gemido ahogado como respuesta.
- Yo… -soltó sus manos violentamente.- Me encuentro mal… me voy…
Se alejó de ella. Y corrió lejos.
- ¡Gabriel! –oyó como ella lo llamaba, desesperada. Mientras avanzaba hacia él, intentando seguirle.
No dejó de correr, de huir de nuevo, hasta que la voz de Ingrid se perdió entre alguna de las calles de la ciudad de Praga. Paró y antes de que se hubiese dado cuenta había caído de bruces al suelo. Jadeó, maldiciendo su suerte una vez más. Intentó levantarse, tenía que alejarse todavía más… No podía perder la consciencia allí mismo, Ingrid podría encontrarlo y él… no quería pensar en lo que haría. Observó sus muñecas, sus dedos, volviéndose rojos… hizo otro esfuerzo, tenía que levantarse… tenía que hacerlo, debía… llegar a la mansión.
Había logrado levantarse, tambaleándose llegó hasta una farola. La gente lo estaba mirando. Entre algunos murmullos pudo escuchar un:
- Jóvenes borrachos.
No podía más, Gabriel no podía más. Había visto su futuro, la barca, los gritos… el inframundo, iba a perder a Ingrid y sufría un ataque en medio de la calle, en el cual además de ser ignorado y considerado como otro joven más que salía borracho de algún bar cercano, seguramente perdería la consciencia y mataría sin acordarse al despertar de lo que había echo.
Ni siquiera quería morir. Tan solo quería que todo acabase. Pero nada iba a hacerlo. Todo seguiría estando tal y como estaba…
Quizás… sus dedos rozaron la pulsera, y la apretó, hundiendo el triangulo, que se iluminó inmediatamente. Pero… en el fondo ¿De que iba a servir? Bah, tampoco perdía ya nada por intentarlo. Permanecía abrazado a la farola, reprimiendo las ganas de chillar. Jadeando, doblegado sobre sí mismo. La calle poco a poco fue quedando vacía y la farola se encendió. Oyó pasos, alguien estaba a punto de aproximarse a él. Por fin, se dijo, alguien iba a ayudarle. El sentimiento de alivio lo invadió, aunque este fue totalmente efímero, pues nada ver a la persona que estaba ahí, todo se congeló, helado por el miedo.
- ¿Papá? –murmuró en japonés.
Alzó la mirada, su rostro estaba lleno de grietas, sus ojos eran totalmente negros, su pelo negro estaba despeinado, sucio y grasiento, Un hedor a podrido rodeaba su cuerpo desfigurado. Una sonrisa aterradora deformaba su boca torcida. Entre sus dedos llevaba una jeringuilla, en su interior estaba su cura. Podría reconocer en cualquier parte aquel extraño color que tenía aquel líquido. Así que su padre también estaba metido en esto… no entendía nada. ¿Otro delirio?
- Pronto todo acabará para ti.-sentenció Hiroki Hatsuke, el padre de Gabriel.
Gabriel intentó huir, pero no tenía fuerzas, estuvo a punto de caer, Hiroki lo agarró, lo pegó a la pared, remangó la manga de su chaqueta.
- Aléjate de mí.-suplicó él, implorante.
Como siempre, todo lo que dijese era ignorado, no escuchado, como si no existiera, como un muñeco de trapo al que manejas a tu antojo.
No tenía fuerza, ni coraje para revolverse. La aguja traspasó su piel, y todo se volvió borroso hasta que su consciencia desapareció por completo. De nuevo.
- Tú no quieres hacer eso… Gabriel.-escuchaba esa voz. Lejana como la estrella más distante del universo, pero le era tan familiar. Le costaba reaccionar, no sabía lo que hacía, no sabía donde estaba. Incluso le costaba ubicar quien era, estaba tratando de recodar pero una gruesa barrera parecía bloquearle el acceso a sus recuerdos. Su mente se negaba a funcionar.
Un gemido ahogado y cargado de dolor llegó a sus oídos. Sangre. En sus manos…
- Gabriel, escúchame. Tú no eres así.
Esa voz…
- Eres más que eso. Vales más que eso. Te mereces algo más que esto.
Jadeó, aquella voz llegaba desde su espalda, seguía todavía sin reconocerla, sin asociarla con algún rostro concreto.
Sintió algo entre sus manos, bañadas en sangre, era una metralleta. La dejó caer, no quería usarla. Oyó el duro golpe en el suelo. Los gemidos se habían extinguido. Vio una pared, un mostrador de cristal, gotitas de sangre deslizándose sobre la superficie de cristal, un cuerpo inerte tirado sobre la mesa de oficina que se hallaba detrás del mostrador. Acababa de matar a aquel hombre…
Cayó de rodillas al suelo, junto a otro cuerpo. Todo se había despejado, y se sentía mareado, inestable. Había matado, lo había vuelto a hacer.
Y en ese momento, sintió como alguien lo abrazaba por detrás. Ese tan conocido y adorado olor llegó a él. Ingrid. Era ella. No podía ser otra.
Los brazos de la chica rodeaban su cintura y había apoyado su cabeza en su hombro.
Ella no dijo nada, se quedó ahí, callada, sintiendo la respiración nerviosa de Gabriel, que acababa de recuperar el control sobre sus actos.
- Ingrid… yo…-intentó decir él, con voz temblorosa.
- Shh. Relájate.
- Como… ¿Cómo quieres que me relaje? No… ¿No ves lo que acabo de hacer? –sus palabras acariciaban la desolación, el miedo, parecía estar a punto de romperse en pedazos.
- Gabriel…
- No.-cortó él, de golpe, como movido por un resorte se apartó de ella, evadiéndose de su abrazo, tembloroso se había puesto de pie.
Ingrid le miró desde el suelo, postrada de rodillas, mirándole con aquel gesto inocente, y Gabriel no pudo evitar verla a ella también como otro cadáver más, que yacía inerte en el suelo, con la huella de sus balas…
- Aléjate de mí.-masculló él, antes de dar media vuelta y salir del edificio, como alma que se lleva el diablo.
T.T. ¡No pueden separarse! Ingrid es la única que lo ayuda más o menos a conservar la cordura XDD. Y lo de su padre, no tengo claro si es una alucinación suya o es real. Si es real, y su padre está metido en el ajo, es aún más H.P. de lo que pensaba. ¿Qué dirá Akira cuando vuelva y se entere de toda la historia? Buen capi. Esperando el próximo. ¡Un beso!
ResponderEliminarEspero saber que pasa con estos dos pronto, no me gusta que se separen, pero si es por el bien de ella... Lo entiendo, pero ¿Sí solo Ingrid le ayuda a controlarse y se aleja de ella, quién le ayudara ahora?
ResponderEliminarBuen capitulo =D
Me encanta.
Serela