jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 31. Mentalidad de demonio.

Se mantuvo firme, segura de sí misma, no tembló, el tiempo parecía languidecer y hacerse eterno, pero ella tomó aire y siguió allí, sin perder la compostura. Necesitaba verlo ya… y lanzarse a sus brazos… y…
El tiempo se detuvo, su cuerpo tembló, víctima de un escalofrío, sus pensamientos se bloquearon al verle aparecer. No era posible. Él no… él no era él. Pero si… guardaban parecido… pero…
-         ¿Qué haces tú aquí? –le espetó abruptamente con una voz mucho más profunda, más grave.
Sus labios temblaron, parpadeó varias veces, mientras que sus ganas de correr a abrazarlo habían sido sustituidas por la conmoción.
Un demonio de dos metros se hallaba en frente suya, sus ojos eran completamente amarillos, su piel era rojiza, su masa corporal había aumentando notablemente, pantalones negros que dejaban ver sus tonificadas y fuertes piernas, unas botas enormes ocultaban sus pies, y su torso estaba cubierto por una camisa negra de tirantes, su pelo del mismo castaño claro, le caía sobre los hombros y sobre la espalda, el triple de largo y totalmente liso. Tan solo, en su rostro quedaban difusos retazos de aquel Gabriel humano del que ella estaba enamorada.
-         ¿Ga…briel? –Tartamudeó ella.
Él arqueó las dejas y se volvió hacia los demás demonios que estaban en aquella habitación.
-         Déjenos solos, no quiero ver a nadie merodeando por aquí ¿Entendido?
-         Sí, señor.-obedecieron raudos.
Ingrid volvió a centrar su mirada en Gabriel, quería bucear en los ojos azules de Gabriel, no chocar contra la barrera de odio que escondían los ojos amarillos de aquel demonio.
-         ¿Qué te ha pasado…? ¿Por qué eres un demonio? –empezó a balbucear ella.
-         Yo pregunté primero.-terció él, con frialdad.
Ella dejó escapar un suspiro, mirando con una honda tristeza al nuevo Gabriel.
-         He venido a buscarte.
-         ¿Y para qué? –replicó este, con una burlona crueldad destilando de la media sonrisa que acababa de aparecer en su rostro.
La había derrumbado, ahí mismo. Consumiendo todas sus esperanzas con aquella cruel indiferencia. Aquella pregunta la hizo callar, pero no solo para reflexionar, sino para tratar de tragarse las lágrimas que nublaban sus ojos, para reafirmar su tono de voz y hacerlo más sólido.
-         Porque te quiero. –dijo con firmeza, con la cabeza gacha, mirando sus zapatos. –Porque no quiero vivir sin ti, porque no quiero nada que no te incluya a ti.
Un silencio extraño cayó sobre ellos. Alzó la cabeza, para ver a Gabriel con los ojos entrecerrados.
-         Niña ingenua e insensata.-dijo Gabriel.- Han cambiado muchas cosas.
-         Sí, eres un demonio.
-         Soy el hijo de un demonio. –testificó él, con orgullo.
Ella quedó paralizada, sin saber como procesar eso.
-         Mi jefe, él es mi padre. El segundo demonio más poderoso que queda sobre la faz de la Tierra. –sonrió como un demente.- Yo nunca he estado enfermo, tan solo he estado toda mi vida reprimiendo ser esto. –dijo, señalándose a sí mismo.- Reprimiendo mi parte demonio que estaba encerrada en aquella mente humana… que ahora está muerta. Y me siento tan bien.
-         Siempre has sido un demonio…-dijo ella.
Una sonrisa cargada de desprecio apareció en su rostro.
-         Has perdido el tiempo viendo aquí. Y menos si pensabas que yo me alegraría de verte. Y mucho menos si pensabas que iba a dejar todo esto por ti, una semi-ángel.
Sus palabras ardían en su interior, clavándose como dagas en  su ahora sangrante alma, esperanzas se desprendían de su corazón con cada palabra que él pronunciaba.
-         Tú no sabes lo que está a punto de pasar, ¿Cierto? Vais a ser aniquilados, tanto ángeles como humanos, y tan solo dejaremos a unos pocos vivos, una nimiedad de esclavos. La era de los demonios ha llegado.
Ella lo miraba, sin reconocerlo.
-         Gabriel… tú no…
-         Te lo he dicho, han cambiado muchas cosas. Acabo de descubrir cual es mi función en mi vida y es esta.
-         ¿Esta cual? –inquirió ella.- ¿Te espera la gloria? Una eternidad vacía, solo, completamente solo. Con demonios cansados y aburridos tras su victoria, viendo día tras día como te hundes de nuevo, como la euforia de una victoria sin sentido acaba contigo. Viendo día tras día a demonios enfrentarse entre ellos, hartos y sin tener nada que hacer. Nada por lo que luchar. Nada a lo que perseguir. El reinado sobre un mundo muerto, donde nadie te querrá, donde serás despreciado. ¿Y crees que te divertirás? ¿Cómo? ¿Vas a torturar ángeles? ¿Humanos? Sí, adelante, véngate de esta sociedad que no te comprendió, que no supo ver lo mal y perdido que estabas. Pero algún día te aburrirás de este mundo, te aburrirás de oír gritos y súplicas por la misericordia. ¿Serás importante? ¿Entre quién? Entre un puñado de demonios viejos, que gobiernan un mundo destruido, y un puñado de humanos mugrientos que apenas puedan moverse…. Y  desearás morir, cuando vuelvas a odiarte…
Se había quedado sin aliento, mientras que Gabriel había enmudecido.
-         No sé que clase de lavado de cerebro te han hecho… ¿No estabas cansado de matar? ¿De ver tus manos manchadas de sangre inocente? ¿De ser un monstruo? ¿De ser juzgado como tal?
Lágrimas habían comenzado a caer por las mejillas de Ingrid.
-         Tú y yo estábamos perdidos, Gabriel. Nos apoyábamos el uno en el otro. Yo no quería nada más que estar contigo. Porque se sentía tan bien… porque me sentía libre, me sentía viva. No sé lo que te pasa, y porque de repente quieres hundirte de nuevo… ¿Tú no te das cuenta de que todo puede cambiar si lo deseas? Nunca pierdas tus fuerzas y te dejes llevar por la corriente, porque entonces dejarás de ser tu mismo, a ser lo que ellos quieren que seas. Una simple marioneta manejada al son de los demás.
Él seguía callado.
-         Todos los que han estado siempre a tu alrededor han querido utilizarte, te han dañado. Y no sabes darte cuenta de que yo soy diferente. –musitó, cargada de tristeza. –Porque yo realmente te quiero, Gabriel.
Lo miró fijamente.
-¿Me oyes, maldito estúpido descerebrado?
Él la taladró con la mirada.
-         Soy un demonio. –Se aproximó a ella.- Y los demonios no aman. Nacen para destruir.
Ella lo miró descorazonada, acababa de destrozarla de un golpe. Había renunciado a todo para llegar junto a él… para ahora acabar tocada y hundida. Todas sus esperanzas rotas.
Se había puesto frente a frente y se inclinó hacia ella. Quedando sus ojos amarillos a la misma altura de los suyos.
-         ¿No tienes miedo? ¿No tienes miedo a ser destruida?
-         No.-negó ella.- Ya estoy destruida, alma incomprendida. Tú mismo lo haces con tus mismas palabras. –Y en ese momento colocó su mano en su mejilla, ardiente como el infierno.-Sí, eso es lo que eres, un alma incomprendida que en realidad reprime lo que quiere, dice lo que no quiere decir y que verdaderamente no sabe para que hay que luchar. Tú no quieres esta vida, Gabriel.
-         Tú no sabes nada de mí.-masculló él, apartando la cara.
-         Olvidas que puedo ver a través de ti.
Gabriel respiraba entrecortadamente, estaba fuera de sí y la miraba henchido de odio.
-         Has agotado mi paciencia. No quiero escuchar ni una sola palabra tuya más.
-         ¿Y entonces que quieres?
Iracundo, agarró violentamente su muñeca.
-         ¡Quiero que te vayas! ¡Que te mueras! ¡Lo que sea necesario como para que estés fuera de mi vista para siempre! –iba gritando mientras la arrastraba con una fuerza sobrenatural hacia la salida de la sala.
La empujó hacia una panda de corpulentos demonios, que la agarraron de inmediato.
-         Llévensela de nuevo  al mundo de los vivos.
Ella no se debatió, tan solo miró a Gabriel, fijamente, sin decir ni una palabra.
-         Y que sepas, que con esto estoy siendo muy benevolente contigo. Mi padre no habría tenido mi misma piedad. –Y dicho esto cerró las puertas de la sala, quedando fuera de la mirada desolada y rota de Ingrid.
A la cual acababa de destrozar en todos los sentidos en los que se puede herir a una persona.


No sentía nada, absolutamente nada. Vacía, fuera de todo. Todos sus esquemas habían sido incinerados, consumida como la cera de una vela encendida. De nuevo estaba en el mundo de los vivos, en aquel cuarto, donde encontró a Kavita sentada como los indios en el suelo, al igual que al chico negro. Ambos sonrieron cuando vieron su figura salir de allí. Sonrisas que se congelaron cuando vieron que la joven muchacha tenía el rostro empapado en lágrimas.
Abeeku miró preocupado a Ingrid, y Kavita abrió los brazos, justo para resguardar a la joven en un cálido abrazo.
Mientras que ambas se encontraban fundidas en aquel abrazo, e Ingrid ahogaba sus lágrimas, tratando de tragarse su dolor, Abeeku cerró la puerta del inframundo.
-         ¿Qué ha pasado? –le susurraba Kavita a Ingrid.
Ella no contestó, no contestó a ninguna de aquellas preguntas que le formularon, no volvió a hablar. Tampoco volvió a casa, se limitó a encerrarse en la habitación de Gabriel, pasando los días echa un ovillo sobre aquella cama revuelta y que olía a él.
En aquella habitación, donde quedaron los recuerdos de la mejor noche de su vida, viendo su ropa tirada en la esquina, los cuencos de cerezas sobre el escritorio, y la pared, repleta de extrañas anotaciones pintadas con rotulador negro. Variadas fechas que tendrían algún significado para él… y que ella no llegaba a entender.
Kavita trataba de hacerla hablar, le llevaba comida a la habitación, pero Ingrid parecía haberse abandonado a sí misma… parecía estar esperando lentamente su muerte, y eso preocupó a la joven hindú, la cual despotricaba de los hombres cada vez que visitaba a la destrozada muchacha.
Lo que nadie sabía era que cada día que pasaba, el fin de todas sus vidas estaba cada vez más cerca.


martes, 20 de diciembre de 2011

Capítulo 30. Sin miedo.

Primeramente, siento haber estado tan desaparecida durante todo este tiempo. He tenido ciertos problemas personales. Pero bueno, siento esta larga espera, y he de decir, que pienso subir el resto de la historia ya en estas fiestas, ya que como estaréis viendo, HDLR, está llegando a su fin. De nuevo, muchas disculpas, y espero que os guste el siguiente capítulo. Un beso^^




Tenía su cura, la liberación de Gabriel, se había aprendido aquella página de memoria… aquella página que decía como librar a un caído de su jefe demonio,  y al fin podría poner en práctica lo que aquel libro le había enseñado. Por fin podría ser libre, con Gabriel. Ella conocía millones de lugares donde a ella el alojamiento se lo dejarían gratis, es más, incluso una mujer estaba dispuesta a darle el pequeño pisito en el cual había vivido su madre, ya fallecida a la que ella cuidó el año anterior.
-         ¿Estás segura? –dijo entonces una voz.
Ella dio media vuelta, sorprendida. No podía ser Trevor… era una voz femenina…
Era un ángel. Su ángel, aquel que la marcó cuando tan solo era una niña. Sorprendida, tartamudeó, sin llegar a creer que de verdad estuviese frente a su jefa:
-         ¿De que hablas?
-         ¿Vas a por él, verdad? A por el chico demonio.
Ella enmudeció, sin saber que decir, hasta que al final acabó asintiendo con la cabeza.
-         No sabes el error que estás cometiendo, Ingrid. Él no es bueno para ti.
-         Tú no sabes nada de él. Él es distinto. Quiere cambiar. No quiere ser así.
-         Te equivocas, Ingrid. Un demonio siempre será un demonio… No vayas.
Ella no la escuchó, dio la vuelta, y sin echar cuenta a las palabras del ángel siguió su camino, dejándolo atrás, tras torcer la esquina.
Se hallaba ante las puertas de la mansión entró por el patio sin vacilaciones, no tenía ni un ápice de miedo. Llamó a la puerta. Y esperó.
Para su sorpresa alguien la abrió, pasado un rato. Un joven de piel negra, rastas enorme recogidas en una coleta, que tenía la boca llena de… ¿Gofres?
-         Hola… -dijo ella, no muy convencida.
-         Hola.-respondió el otro, hablando sin preocuparse de los trocitos de comida que se escapaban de sus labios.
Tragó en ese momento, y volviéndose hacia dentro, gritó:
-         ¡Roman! ¿Tú has vuelto a invitar a una chica? ¡La de ayer era más guapa!
Ingrid alzó la vista y pudo ver como un chico de pelo rubio muy corto la miraba.
-         Yo no he invitado a ninguna esta vez… Y no creo que Adnan haya tenido éxito con una chica como esta… y bueno, ya de Chin ni hablemos…
-         No…-negó ella. –Yo vengo a buscar a Gabriel…
-         ¡Ea! ¿Tú no serás la novia de Gabriel no? –repuso Abeeku. - ¿Pero el no cortó contigo?
-         ¿Cómo? –Ingrid entrecerró los ojos. ¿Qué demonios había contado Gabriel sobre ella y su relación? Estaba empezando a mosquearse ella sola, cuando apareció otra persona, que apartó de un empujón a Abeeku.
-         No le hagas caso a este muerto de hambre.-Dijo ella, dedicándole una sonrisa.- ¿Eres Ingrid verdad? Yo soy Kavita.
Ella asintió, perpleja.
La chica arqueó las cejas.
-         ¿Y que has visto en el psicópata gay de Gabriel?
-         Él no es…
-         ¡Lo sé! –cortó Kavita, divertida. –Era una broma, mujer.
Ella sonrió, nerviosa. Y la mirada preocupada de Kavita no la tranquilizó lo más mínimo.
-         ¿Y Gabriel?
Vio como Abeeku apretaba los labios, incómodo. Y como Roman pasaba del tema y desaparecía en una de las habitaciones cercanas.
-         Ese es el problema.- musitó Kavita.- Que no sabemos donde está.
Ingrid resopló, decepcionada y a la vez ciertamente preocupada. ¿Pasaba algo?
-         Si te sirve de ayuda.-Añadió el chico de raza negra.- La última vez que lo vimos entró chillando histérico algo como: Tú no eres mi padre, siendo cargado en hombros por nuestro jefe, que estaba transformado en demonio. Ambos se encerraron en la habitación del jefe y no han vuelto a salir. Hemos llamado a la puerta… pero nadie contesta…
Ahora si que estaba preocupada, muy preocupada. ¿Volvió su jefe? ¿No era su padre de que? A lo mejor él se negó a obedecer una orden y…
No entendía nada. Y tan solo quería ver a Gabriel, necesitaba verlo. Ya.
Por la cara que puso, Abeeku dijo:
-         Ya sé que suena estúpido… y que creerás que estoy loco…
-         Suena peligroso.- terció Ingrid, asustada.
Sintió la mano de Kavita en su hombro.
-         Yo creo que sé donde puede estar. Abeeku, llama a Adnan. Dile que se traiga la dinamita justa como para hacer volar en pedazos una puerta.
Ingrid tragó saliva, estaban pirados, tal y como le habían contado, ¿Qué podría esperarse de ellos?
Con un gesto Kavita le pidió que la siguiera.
-         ¿Sabes, Ingrid? Tengo la sensación de que Gabriel no te dejó ¿Verdad?
-         No…
-         Te lo digo porque fui yo la que le pedí que lo hiciera. Porque él tenía miedo de hacerte daño, ya ha hecho daño a muchas personas y matado a otras. Le dije que si de verdad te quería te dejaría en paz, por tu seguridad. Pero hoy me he dado cuenta de lo equivocada que estaba…
-         ¿Por…?
-         Porque te miro y… madre mía, nunca me había sentido tan en paz conmigo misma, es tu simple presencia. Todos los de esta casa estamos rotos, de una manera u otra estamos perdidos, nos odiamos a nosotros mismos… y Gabriel no era menos. Si tu me haces estar tranquila con solo mirarme, con solo estar cerca de mi… imagina como era tu repercusión en Gabriel, que pasaba los días enteros contigo. Tú lo arreglabas de una manera u otra. Además… me parece precioso lo vuestro… os brillan los ojos cuando producíais el nombre del otro ¿Lo sabéis?
Ingrid asintió con la cabeza, confusa y a la vez un tanto conmovida.
-Gabriel encontró lo que todos buscamos. Alguien que de verdad nos acepte y nos haga sentir bien, olvidando nuestro pasado. Y he pensado que no vale la pena romper algo así.
Y justo en ese momento se oyó un enorme ¡Boom! Unos chillidos eufóricos
 y unos aplausos. Y allí estaban dos chicos junto a una puerta destrozada.
- ¡Aquí no hay nadie! –informó Abeeku. –Está vacío.
Kavita se acercó rápidamente al enorme agujero que ahora presentaba la puerta, y un poco extrañada frunció el ceño, era verdad, la sala estaba intacta y vacía…. Totalmente desierta.
Ingrid ya había llegado al lado de la chica hindú y observó su interior, sentía la preocupación palpitando en su cabeza, no podía creerlo. ¿Dónde estaba Gabriel? ¿Y si su jefe había descubierto que tenía tratos con ángeles y…? No quería pensar en esas cosas.
En ese momento Kavita atrapó su mano y tiró de ella hacia el interior de la estancia.
-         ¿Pero no lo ves? No hay nadie. No creo que estés escondidos debajo del sofá.
Kavita hizo un ruido extraño con la boca para hacerla callar y dijo:
-         Si no están aquí…-Estaba de espaldas, en frente de la chimenea situada al fondo de la habitación, y había quitado de su sitio una estatuilla con forma de gárgola.
He Ingrid era incapaz de creer lo que pasó en esos momentos, la chimenea se partió por la mitad, dejando un portal que conducía a unas oscuras escaleras. Un pasadizo secreto como el de las películas. Kavita se había vuelto hacia ella, con una nueva seriedad, retrocediendo unos pasos hasta llegar a su lado y decir:
-         Como chica medio ángel supongo que no sabrás mucho de demonios… y tal. Yo tampoco, seré sincera. Pero estás son las puertas del inframundo, más conocido como infierno. Aquí están todas las almas malditas de los difuntos, aquellas que deben de pagar sus malos actos en vida agonizando allí abajo… aunque también es el hogar de los demonios. Así que si Akira se ha llevado a Gabriel a algún lugar debe ser este.
Ingrid tomó aire. ¿Aquello era el mismísimo infierno?
-         ¿Vas a entrar?-preguntó Kavita.
Tragó saliva indiscretamente.
-         Mi vida quedaría incompleta sin él. –Dijo.- No quiero volver a estar muerta en vida. Iré.
-         Oh, ¿Pero que te dio ese psicópata? –soltó Kavita emocionada y conmovida, luego la miró, mientras añadía.- Bajaría contigo, si no tuviera tanto miedo. Ehm… suerte…
Ingrid se volvió hacia ella, y antes de que su acompañante pudiese detenerla, Ingrid la abrazó, brevemente.
-         Muchas gracias. –murmuró, mientras era tragada por la oscuridad, rumbo hacia una ciega búsqueda de Gabriel por el infierno.


Era un lugar siniestro, espelúznate, muerto. Carente de esperanza. Desolación, decadencia, dolor, amargura y una eternidad insufrible, todo ello se podía respirar allí, era… demasiado horripilante, y sus pelos estaban de punta. Nada más llegar algo parecido a la Parca quiso echarla, expulsarla al mundo de los vivos antes de que tuviera que retenerla allí, mientras que ella no dejaba de insistir en que necesitaba ver a Gabriel, sin miedo, no tenía miedo de nada. Porque ya nadie iba a alejarla del camino que ella había tomado. Afortunadamente otro demonio llegó y le dijo al tipo parecido a la parca que hiciese lo que yo pedía, que la llevara hasta “el chico de Akira”, él sabría que hacer conmigo.
A continuación la habían invitado a montar en aquella barca que apestaba a muerte, que sería llevaba hasta Gabriel. Desde ahí podía observar a las almas flotando perdidas y suplicando clemencia de aquí para allá, cuerpo extraños se revolvían como gusanos entre aquellas aguas y a veces alzaban sus manos, intentando alcanzar la embarcación, cosa que la Parca no permitía, echando heladas miradas de advertencia, sin dejar de remar con gesto carente de cualquier tipo de sentimiento, tanto positivo como negativo.
Además de eso, veía enormes edificaciones, algunas ruinosas, abandonadas, otras llenas de ornamentos macabros, en las que se veía actividad, demonios saliendo y entrando de aquellas edificaciones, una vez dejaron atrás la parte de los muertos desamparados.
La barca acabó por detenerse, la parco señaló una edificación, mientras le indicaba que saliera de la barca y ella sin temblar obedeció, observando cautelosamente aquel edificio cargado de columnas al estilo romano, de un mármol oscuro y lleno de betas rojas, gárgolas por los rincones, y una enorme puerta con afiladas rejas negras.
-         Sígueme.-dijo la voz profunda y difunta de aquella criatura.
Otros demonios de aspecto más pequeño le abrieron la puerta a La Parca, con Ingrid pegada a su espalda. Avanzaron por un largo corredor hasta llegar a una especie de salón lleno de alfombras rojas, candelabros con llamas de color azul, cuadros de otros demonios, sofás antiguados, plantas espinosas y de ramas retorcidas crecían sin restricciones pegándose a las paredes.  
-         Vengo a dejar mercancía.-dijo en ese momento su acompañante, empujando a Ingrid para que otro demonio la viera. –Expresamente para el chico de Akira.
El demonio asintió.
-         Espera aquí.-le ordenó a Ingrid mientras desaparecía escaleras arriba.
-         Mi trabajo ha terminado.-anunció en ese momento La Parca, mientras daba una lenta media vuelta y se iba por donde había venido.
Oyó el ruido de la verja al cerrarse tras él, estaba encerrada en aquella mansión de pesadilla… esperando que de un modo u otro apareciese Gabriel.




viernes, 11 de noviembre de 2011

29. Verdades escondidas, aclaraciones tardías.


Todo parecía tranquilo en la mansión, algunos como Roman y Alix se habían ido a sus respectivas habitaciones a pasar tumbados su persistente resaca que aún pellizcaba sus estómagos.
Chin estaba viendo a saber que cosa en su ordenador, igualmente marginado en su habitación, Adnan jugaba a los videojuegos.
Kavita y Abeeku charlaban.
-         ¿Un demonio? –repitió Abeeku con la boca llena de patatas.
-         Por enésima vez, sí.
-         ¿De verdad?
-         Sí.
-         ¿De la buena?
-         Me estás escupiendo patatas, merluzo. –dijo asestándole un puñetazo en el brazo.
-         ¡Ay! ¡No seas bruta!
Otro movimiento, el de unas pesadas pisadas, alertaron a los dos chicos.
Voces se oían desde el exterior.
-         ¡Suéltame, monstruo! ¡Tú no eres mi padre! ¡Mi padre está muerto! ¡Yo lo maté! ¿Me oyes? ¡Él se está pudriendo en el infierno!
Abeeku y Kavita intercambiaron una rápida mirada.
-         ¿Esa no es la voz de Gabriel?  ¿No dijiste que estaba rompiendo con su novia? –murmuró Abeeku.
Sin decir ni una palabra Kavita se levantó de un salto, y salió al pasillo, justo para ver como la puerta se abría y un enorme demonio rojo, con el pelo negro largo y liso cayéndole por la espalda, sus ojos amarillos que brillaban como brasas entraba en la mansión. Cargaba a alguien sobre su hombro, alguien que estaba mojado de pies a cabeza, que chillaba y pataleaba histérico.
Poco a poco los asesinos llegaron al pasillo para observar al enorme monstruo que se hallaba ahí.
-         Es un demonio…-oyó la voz traspuesta de Abeeku Kavita, en su oído.-Akira es un demonio.
Chax no se detuvo allí, siguió caminando, mientras Gabriel chillaba y se revolvía, fuera de sí.
Abeeku y Kavita volvieron a mirarse.
-         Vamos a seguirles. –murmuraron.
-         ¡Cerrad la puerta! –Vociferó Chax mientras subía las escaleras con Gabriel a cuestas.
A base de grandes zancadas llegaron a la habitación de Akira, depositó al mojado Gabriel sobre el suelo, al lado del sofá.
El chico se calló, retorciéndose las muñecas, viendo como Chax volvía a ser de nuevo Akira, y como este cerraba la puerta con cerrojo. Akira dejó escapar aire, mientras abría su armario y del él sacaba una toalla, la cual tiró a Gabriel.
-         Sécate.-le pidió.- Podrías coger un constipado.
Gabriel refunfuñó, tomando la toalla, y pasándosela por la cabeza.
Akira se había dejado caer sobre el sofá, en frente de Gabriel.
-         No me creo nada. –dijo en ese momento, con la toalla sobre su cabeza.
-         No deberías creer nada de lo que Baal te diga. Por suerte, llegué a tiempo.
Gabriel alzó la mirada hacia Akira, que acababa de cruzar las piernas sobre el sofá, con un deje de desdén que le recordó a él mismo. Sintió escalofríos.
-         ¿Por qué no iba a creerle? Él parece mucho más fiable que tú. Él decía las cosas claras.
-         ¡Porque él solo quiere utilizarte, maldita sea! –estalló Akira.
-         ¿Utilizarme? ¿Para qué? Si yo…
-         Tú derrites demonios, Gabriel. Has desarrollado ese poder.
-         ¿Por ser un caído? ¿Los caídos desarrollan poderes? Espera, espera… ¿Qué tiene de importante derretir demonios?
Akira suspiró.
-         Derretir demonios es el mayor poder que ha existido, Gabriel. Nada que no sea otro demonio o un ángel puede matar a un demonio. Y todo eso tras una larga y reñida lucha, ya que los demonios no son fáciles de matar. Tú en cambio haces un pequeño gesto con el brazo y el demonio desaparece. Rápido y eficaz. ¿Te das cuenta de lo que eres capaz de hacer?
Gabriel calló, meditando sobre ello.
-         Y no.-siguió Akira.- Esto no es por ser un caído. Eres una prueba.
-         ¿Una prueba?
Akira lo miró fijamente, muy serio.
-         Creo que ya va siendo hora de que sepas la verdad.
Gabriel lo miró con los ojos muy abiertos. ¿Respuestas? ¿Al fin?
-         Son malos tiempos, los demonios apenas nos aguantamos y nos matamos entre nosotros. Quedamos pocos, muy pocos. Y algún día sabíamos que acabaríamos extintos. Así que los demonios más poderosos, hace aproximadamente unos veinte años, convocaron una reunión. No podíamos extinguirnos, y ya la lucha contra los ángeles nos tenía aburridos, estábamos demasiado igualados. A uno de nosotros se le ocurrió una idea. Queríamos cambiarlo todo, queríamos crear un nuevo mundo. Sin ángeles, donde nosotros fuéramos los reyes. Y sellamos un plazo límite. En 2.012 empezaría el nuevo mundo, empezaría la conquista. Reclutamos a chicos problemáticos, asesinos psicópatas para ganarles terreno a los ángeles, para destruir de forma masiva todo lo que ellos hacían. Ellos también acabaron reclutando ayudantes para arreglar lo que nosotros destruíamos. Fue entonces cuando surgió la idea de crear las pruebas. Una nueva raza, ni demonios completos, ni humanos. Hijos engendrados por demonios con un humano. Criaturas que nacen en un principio humanas y que terminaran por transformarse en demonios completos. Con una sola diferencia, ellos vivirán tan solo los años que suelen vivir los humanos, no llegando a poseer la inmortalidad de los demonios completos. Además de que desarrolláis poderes especiales y de que sois emocionalmente inestables.
-         Y yo soy una prueba… Porque mi padre era en realidad un demonio.
Akira frunció el ceño.
-         Hiroki Hatsuke no es tu padre, Gabriel. –cortó.
-         Sí, si lo es. –contradijo él.
Akira suspiró quedadamente.
-         Ese al que tú llamas padre, tan solo era un Oni.
-         ¿Un Oni?
-         Demonios que sirven a otros demonios más poderosos. Y en este caso ese Oni servía a Baal. Baal le ordenó que te tuviese vigilado, Baal es el culpable de todo aquello que os hizo ese demonio. A ti, y a tu madre.
-         ¿Qué? –Gabriel estaba demasiado confuso como para querer atar cabos.- ¿Pero porqué estás empeñado en que yo sea tu hijo?
-         ¡Porque yo estuve con tu madre! ¿Entiendes? Estuvimos juntos. Y la dejé cuando los demonios empezaron a engendrar pruebas con mujeres humanas. Yo estaba en contra de crear pruebas, porque había visto al hijo de Baal, porque muchas pruebas morían nada más nacer, o porque otras veces moría la madre del bebé. Y no quería eso para ella. Yo no… -Paró de hablar, con la mirada ausente, perdido en sus propios recuerdos. Los cuales habían intentando enterrar entre las entrañas de su mente, pero que ahora salían a flote.
Gabriel lo observó, ¿En serio estuvo con su madre? ¿Ella sabía que su amante, novio, o lo hubiese sido Akira para ella….era un demonio?
-         Que más da ahora.- dijo en ese momento Akira.- Se quedó embarazada. Y sola. Y entonces Baal aprovechó pata tenerla recluida junto a uno de los demonios que lo servían. Y le mandó tenerte vigilado, para así tener a su disposición a otra prueba.
Se retorcía las muñecas, con nerviosismo.
-         Entonces… tú eres mi padre, Hiroki, el hombre al que yo consideraba mi padre tan solo es un demonio que servía al doctor que me suministraba una cura, que resulta que ese mismo tío es el demonio más poderoso que queda vivo, y que intentó quedarse conmigo, porque tengo el especial de poder de derretir demonios.
En su cabeza sonaba más convincente, pensó Gabriel, incómodo.
Akira suspiró.
-         No sé como no pude verlo cuando nos vimos aquel día en la cárcel de Tokio. Supongo que es porque eres la viva imagen de tu madre, pero en masculino. Aunque… -se levantó en ese momento de la silla, y corrió hasta su armario.
Perplejo, Gabriel observó a Akira, definitivamente, si era la viva imagen de su madre… Akira también pensaba que parecía una chica. En ese momento, Akira regresó, y le extendió una fotografía.
Gabriel la tomó entre sus manos.
-         Ahí te pareces a mí. –indicó, con un tono que acariciaba la ilusión.
La fotografía representaba a su madre, más joven, sonriente, la cual estaba sentada encima de otro chico de su misma edad quizás. Gabriel no supo que pensar cuando vio ahí a Akira, aguantando a su madre, sonriendo tal y como él sonreía, con un peinado prácticamente parecido al suyo, el flequillo negro brillante ocultando uno de sus ojos y vestido con una ajustada camisa negra. Luego observó a los dos chicos japoneses que había al lado de la pareja, todos sentados en un banco de un parque. Eran su tío y el tal Hiroki.
-         ¿Cómo? Hiroki no era un…
-         Antes no. Iban a la misma universidad de tu madre. Los Onis son demonios especiales, no tiene un cuerpo como nosotros. Deben robar uno. –Señaló a Hiroki, sonriente, no era como el padre que Gabriel recordaba.- Hiroki murió seis meses antes de que tu nacieras, en un accidente de coche. Este Oni se quedó con su cuerpo, y todo el mundo pensó que había tenido una recuperación milagrosa, y que su personalidad había cambiado porque seguía traumatizado por el accidente.
-         Buda… ¿Entonces he vivido un engaño durante toda mi vida? –Paró en seco.- Espera, espera… ¿Cómo sé que eso no es otra jugarreta de mi mente? A lo mejor tengo un ataque, eso es…
Akira había fruncido el ceño exasperado.
-         Deja de huir de la realidad. –terció, cortante.- Tú no eres esquizofrénico. Es tu parte demoníaca que quiere salir, a eso viene ese dolor. Tú reprimes el ser un demonio, te aferras demasiado a tu humanidad. Por eso tienes esos ataques. No dejas al demonio. Esa “cura” lo único que hacía era dormir tu parte humana, con lo cual tu parte demonio tenía total libertad para hacer lo que le pareciese. Tan solo quería probar tu fuerza….
Gabriel tembló, se agarró a la mesilla que había a su espalda.
-         ¿Qué? ¿Quieres decir que nunca he estado enfermo? ¿Qué todos esos monstruos que veía por mi casa eran reales?
-         Demonios.-fue la única explicación que dio Akira.
Tragó saliva. No podía más. Aquello era demasiado grande para él.
-         ¿Voy a sufrir toda mi vida por ser una prueba? –dijo, al borde de derrumbarse de nuevo.
Sintió a Akira, acariciando su pelo, con aire fraternal, mientras decía.
-         No te preocupes, yo haré que dejes de sentir ese dolor. Todo acabará pronto, hijo mío.
Gabriel miraba al suelo, la suela de sus botas, sus pantalones mojados.
-         ¿Puedo hacer una última pregunta? –murmuró.
Akira se había levantado y de nuevo buscaba algo en su armario. ¿Una nueva cura?
-         Dispara.-repuso este, sin detenerse en su tarea.
-         ¿Tú amabas a mi madre? –Akira se había parado.-Porque… según dices la dejaste porque no querías que ella sufriera y…
Akira avanzaba hacia él, a base de grandes zancadas.
-         Soy un demonio.-declaró mientras se agachaba detrás suya, con un brazo lo inmovilizó, y sintió su mano huesuda sobre su boca, taponándola.
¿Qué se proponía Akira?
Y fue entonces cuando lo comprendió, cuando vio alzar un puñal hacía él, cuando la mano de Akira le impidió chillar y pedir auxilio. Pataleó, inútilmente, intentó apartar la mano de Akira de su boca, en vano.
- Y los demonios no aman…- siguió Akira.
El golpe fue limpio, justo en el corazón. Y la muerte no se hizo esperar.
-         Nacen para destruir….
Se había quedado completamente quieto, sus manos habían caído inertes a ambos lados de su vientre. Muerto.


28 de Diciembre de 2.011 (Unos días más tarde)

La nieve caía pesadamente sobre los tejados de la ciudad de Praga, mientras todo estaba adornado a rebosar por adornos navideños, se oían voces por el pasillo, despedidas, el sonido de cargar equipajes.
-         ¡Ingrid! –Oyó la voz de su madre.
Y ella se asomó al pasillo, sus padres estaban en la puerta, embutidos en abrigos y sonrientes. Llevaba una semana sin ver a Gabriel, sin salir de casa, castigada por sus padres, investigando en su libro con nueva información.
- ¿Os vais? – Quiso saber Ingrid.
- Así es. –Afirmó su madre.-Volveremos para Año Nuevo. Lo prometemos. Portaos bien. –Fijó su mirada en Thomas.- Que tu hermana no salga sola, por favor.
Ingrid refunfuñó.
-         ¿Cuánto tiempo más voy a estar castigada? ¡Es navidad! ¡Y tengo casi diecisiete años…!
-         Pero mientras vivas bajo nuestro techo acatarás nuestras órdenes. –dijo la voz de su padre, que ya se encaminaba hacia el coche. -¡Adiós!
La puerta se cerró, el motor rugió y el coche desapareció de la vista de los dos hermanos. De nuevo solos. Thomas y ella se miraron. Ingrid se había pasado todo el tiempo ignorando a su hermano, y este parecía apenarle verdaderamente aquel comportamiento tan indiferente por parte de ella, que lo observaba todavía en pijama, despeinada y con cara de pocos amigos.
Ella dio media vuelta dispuesta a volver a su habitación.
-         Ingrid… -la llamó la voz de su hermano.
Giró levemente la cabeza, impaciente.
-         Me alegro de que al final no te tengas que ir a un convento.-murmuró, intentando parecer afable, mientras esbozaba una sonrisa de disculpa. –Pero sabes que soy tu hermano mayor y que siempre querré lo mejor para ti… y Gabriel… no era un buen chico…
Ella abrió mucho los ojos, alterada.
-         ¡Tú no lo entiendes! –masculló y subió mosqueada a su cuarto.
Corrió a vestirse, a peinarse mientras oía a su hermano charlar con alguien en la planta de abajo, hoy no pensaba quedarse allí encerrada. Iba a ver a Gabriel, se acabó. No aguantaba más, iba a pudrirse ahí dentro.
Bajó las escaleras, mientras se colgaba un bolso pequeño al hombro, sigilosamente, intentando no hacer ruido. Pero falló, puesto que mientras buscaba las llaves en su bolso, hizo demasiado ruido.
-         ¿Ingrid? –oyó la insistente voz de su hermano a su espalda.
Con el susto, más cosas cayeron al suelo desde el interior de su bolso. Se volvió, rauda, justo para ver a su hermano, mirándola ceñudo, y a su espalda la figura arrogante de Trevor.
-         ¿A dónde vas?
-         De compras navideñas ¿Puedo?
-         Vamos contigo.-replicó Thomas, rápidamente.
Ingrid fue consciente de que ese “vamos” también incluía a Trevor y ese chico la agobiaba demasiado. Frunció el ceño, denotando su fastidio.
-         Es ropa interior.-declaró.
Vio como una sonrisa crecía por el rostro de Trevor, y aquello no le gustó ni un pelo.
-         Da igual. A Trevor y a mí no nos importa decirte lo mona que estás con braguitas nuevas. –dijo Thomas mientras corría hacia el armario a por su chaquetón.
Ingrid farfulló por bajo, insultando a su hermano en voz baja, mientras se agachaba a recoger sus pertenencias que yacían esparcidas por el suelo. Su monedero, su móvil, una chocolatina Kinder y lo más importante, su libro, que había caído abierto por una página que retractaba a un ángel anunciador.
Trevor se acercó a ella, y alcanzó el libro. Ingrid trató de detenerlo, pero antes de que pudiese hacer nada, el libro se convulsionó en las manos del chico y se cerró de golpe, ante sus ojos. La misma reacción que cuando Gabriel tocó el libro.
Y los ojos del chico, habitualmente grises, ahora se tornaron amarillos.
- Toma.-Trevor le tendió el libro, con total tranquilidad, aunque su boca estuviese curvada en una sardónica sonrisa, que destilaba crueldad.
Ingrid le arrebató el libro de las manos y se lo guardó de nuevo en el bolso, mientras observaba sobrecogida como los ojos de Trevor volvían a presentar su color habitual.
Y en ese momento tan incómodo, Thomas llegó con su chaquetón puesto.
- ¿Nos vamos?
Enfurruñada, Ingrid salió por la puerta.

Horas después, ambos se habían pasado todo el día dando vueltas por tiendas (a las cuales Ingrid verdaderamente no prestó atención) Y por supuesto no entró en ninguna tienda de ropa interior, a pesar de las insistentes peticiones de Trevor de que lo hiciese. Ya no se fiaba de él… era extraño. Era… pero no podía ser como Gabriel, los ojos de Gabriel se volvían rojos, no amarillos…
En esos momentos estaban sentados en una cafetería, Ingrid removiendo una infusión relajante, Thomas tomando una simple coca-cola y Trevor tomando un Capuchino, sin dejar de observarla con mirada penetrante. E Ingrid no podía soportar aquel contacto visual, la sacaba de sus casillas.
-         ¡Tommy! –se oyó una voz en esos momentos.
Thomas se levantó, con una sonrisa en los labios. Ingrid recordaba aquella voz, Anna. Vestida con un cuello alto de rayas, su pelo rubio recogido en una elegante coleta y unos pantalones rosa pastel, conjuntados con unas botas marrones.
Para sorpresa de Ingrid se saludaron con un prolongado beso en los labios. Apretó los puños, ella castigada por haberse enamorado y Thomas liándose con la primera que salía a su paso.
Se acercaron a la mesa, Thomas la rodeaba con un brazo, mientras ella sonreía, como una lela.
-         In ¿Te acuerdas de Anna?
-         Claro que sí.-forzó una sonrisa.
La pareja se miró con deseo contenido, e Ingrid los envidió. Se moría en esos momentos por estar con Gabriel, por besarle, abrazarle.
Y tenía que soportar estar ahí junto al baboso de Trevor.
- Trevor… ¿Puedo pedirte un favor?
Trevor rió por bajo.
-         Vete con ella de una vez, yo me aseguraré de que tu hermana vuelve a casa sana y salva.
Thomas esbozó una sonrisa radiante y Anna le guiñó un ojo al jugador de baloncesto, sin tardar en salir por la puerta, dejando a Ingrid sola en la cafetería
Esta se terminó su infusión de un sorbo y declaró.
-         Ya puedes llevarme a casa.
Trevor arqueó las cejas.
-         No seas impaciente, mujer. Espera a que me termine mi Capuchino.
Ingrid lo miró, furiosa.
Pero Trevor no respondió ante su amenaza visual, tan solo la miró fijamente y dijo.
-         Con que un ángel ¿Cierto? Oh no, a ayudante de un ángel.
-         ¿Y tú? ¿Un… demonio? –contraatacó ella.
-         Ni tan patético como un humano, ni tan longevo como un demonio.- explicó.
-         ¿Quieres hacerme daño entonces? –Quiso saber, mirándole alerta.- ¿Por ser ayudante de un ángel?
Negó con la cabeza.
-         Quiero avisarte de una simple cosa: Cuando la purificación estalle, vas a tragarte tus palabras.
Ella ladeó la cabeza. ¿Purificación?
-         ¿No lo sabes no? –preguntó. –Los demonios dominaremos el mundo, doblegaremos a los ángeles… y tú ya no podrás negarme nada. Porque te haré mi esclava, como el resto de vuestra clase.
Ingrid no supo que contestar a eso, era demasiado exagerado…
-         Aunque tengo una solución. Podría llegar a perdonar el hecho de que seas una ayudante celestial, podría convencer a mi raza de que no te dañase. Ni a ti, ni a tu familia. Porque el único futuro para los humanos… es la muerte. Tan solo tienes que hacer por mí, una pequeña cosita.
-         ¿El que? –Respondió ella, ásperamente.
-         Bésame. Y te juro, que nadie a quien tu ames será dañado.
Ella calló. ¿Besarle? No sabía si creerle, pero besar a ese tío le provocaba arcadas. Fue justo en ese momento cuando una idea le vino a la cabeza.
-         Está bien.-accedió.
Una sonrisa pícara ensombreció su rostro ansioso.
-         Tú cierra los ojos.-musitó con dulzura.
Y justo en ese momento, ella se levantó furtivamente y salió corriendo calle arriba. Librándose de Trevor.
- ¡Vas a tragarte tus palabras! –vociferó Trevor desde la puerta de la cafetería, pero sin hacer ademán de seguirla.- ¡Te arrepentirás de esta, te acordarás de este día durante el resto de tu vida!
Ingrid no se molestó en escucharlo. Corría, sin parar, sus pies parecían volar. Libre, libre al fin. Corriendo veloz hacia la mansión. Hacia Gabriel.