El frío lo golpeó nada más salir de aquel lugar, pero aquello no era nada comparado con lo que sentía en esos momentos. Una mezcla de sentimientos, había caído en el más profundo abismo, regresaría a la mansión y él mismo se ataría a la cama, tal y como lo hacía su padre con él, un tortuoso camino hacia la eterna oscuridad. Tan solo quería desaparecer, mientras se maldecía a sí mismo. Ojala se hubiese cortado las venas aquel día dos años atrás, si hubiese muerto en aquel momento nunca jamás nadie habría muerto en sus manos, jamás habría puesto a Ingrid en peligro. ¿Por qué quiso acercarse a ella y estropear su vida con su presencia que podría todo aquello que estaba a su alrededor? Ya no odiaba al mundo, no odiaba a nadie salvo a él. Él era lo que nunca debió haber existido.
- ¿Y si yo no quiero alejarme de ti? –oyó en ese momento a su espalda.
Se sentía cansando, muy cansado. Quería correr pero sus pocas fuerzas pero el dolor de todos sus músculos no se lo permitió. Así que comenzó a caminar más deprisa. Intentando ahogar en su frustración aquella voz de ángel. No podía echarse ahora atrás, el paso estaba dado. Adiós. Para siempre.
Lo agarró de la muñeca, reteniéndolo a unos centímetros de ella, con fuerza, sus dedos apretando dolorosamente su muñeca. No iba a dejarle escapar.
- Déjame.-gimió él, sin fuerzas.
Ella tiró de él, hacia ella, intentando voltearlo, para mirarle a los ojos. Gabriel no iba a llorar, no en aquel momento, nunca más.
- Suéltame-dijo él, despacio, intentando envolver sus palabras con frialdad.
- No.
Un nuevo tirón, ella no tenía tanta fuerza como él, pero su cuerpo estaba cansado, agotado y su resistencia estaba demasiado baja.
- Deja que me vaya. –Repitió él, en un murmullo cargado de impotencia.- Nunca… nunca debí haberme acercado a ti, estropeé tu vida al hacerlo.
Ella oprimió aún más fuerte su muñeca, el silencio llegó mezclándose con la quietud que inundaba las calles dormidas de Praga.
Podía oír la respiración entrecortada de Ingrid, antes de que ella dijese, con total claridad, sin temblar en ningún tramo de aquella frase:
- Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
Estupefacto, Gabriel terminó por volverse hacia ella, que lo miraba desolada, con lágrimas acumulándose en sus ojos.
- Mi vida antes era tan vacía…-comenzó.- No tenía amigos, era ignorada hasta por mi familia y no terminé nunca de acostumbrarme a la soledad. Nada era mío. Todo, mi tiempo, mis fuerzas, mi buen humor era para lo demás. Pensé que esa era mi vida y que lo sería así para siempre. Habría seguido igual que ahora, haciendo lo imposible por mejorar este mundo en el que vivimos. Pero era aburrido, igual… Pensaba que si hubiera muerto ese día, aquel en el que me caí de ese caballo, todo habría ido mejor. ¿Querías comprender como una chica como yo querría morir?
Paró para tomar aire, liberarse de todo aquello que había contenido durante años y que ahora se estaba desbordando delante de Gabriel, que la contemplaba afligido y a la vez enteramente conmovido.
- Mi vida no era mía, puesto que no deseaba nada para mí, salvo entregar mi vida a los demás, a los necesitados. Y entonces, cuando más pérdida me encontraba… entonces llegaste tú.
Gabriel estaba negando con la cabeza, lentamente.
- Siempre todos me dijeron que fuese más egoísta. ¡Y ahora quiero serlo! ¡Óyeme de una maldita vez y deja de escapar de mí!
- Ingrid… tú no lo entiendes. Pierdo el sentido del control y…
- ¡Me da igual! –ella jadeó.- ¿Crees que no sé lo que eres? Desde el principio supe que eras un asesino, y no me importó. No te temo Gabriel, tú no eres ningún monstruo. Eres una persona demasiado incomprendida… solo eso…
- Tú no entiendes nada. –masculló él.-No hablo de eso. Hablo de que mato sin ser consciente de ello. Y no quiero hacerte daño, no quiero despertar una mañana y verte, encontrarte muerta a mi lado. Porque nunca me lo perdonaría. Porque eres…
Fue incapaz de continuar. “Eres lo más hermoso que he visto en mi vida, eres demasiado buena para sufrir por un imbécil como yo, que no se merece nada de ti.” Podría haber salido de su boca, pero sabía que se estaba echando hacia atrás, a pasos cada vez más grandes.
- Antes, estabas matando a diestro y siniestro. No tenías piedad con nadie, gritabas a todo pulmón cosas en japonés… -tragó saliva.- Cuando te encontré… he estado más de una hora corriendo tras de ti, intentando hacerte despertar. He tirado de ti, he intentado hacerte retroceder. Pero tú te limitabas a apartarme de ti, y a decirme por favor que me fuera, porque no ibas a hacerme daño. No me haces daño… nunca lo haces.
Gabriel se había quedado sin aliento, un mudo y envolvente alivio cayó sobre él. Soltó aire, ya no tenía palabras. Se veía incapaz de despedirse, de irse, alejarse.
Ella lo miraba, esperando su respuesta. Pero nunca llegaría, porque no tenía palabras para describir su estado de ánimo en esos instantes.
Antes de que Ingrid se diese cuenta, Gabriel la había atrapado entre sus brazos rodeando su cintura, pegándola a él, tanto que podía sentir la respiración ahora calmada del chico. El pecho de él se estremeció con un suspiro, y ella sintió su aliento sobre sus labios, y un sonido parecido a un gemido salió de su boca, apenas audible.
Se miraron, largamente, hasta que finalmente, sus labios se tocaron, lentamente, casi con inseguridad; el primero fue un simple roce, demasiado corto y efímero, el segundo no tardó en llegar, más largo, más intenso, aumentando la presión entre sus labios… hasta que en el tercero, los labios de ambos se abrieron y sus lenguas se encontraron enroscándose la una en la otra, voraz, aquello había sido demasiado contenido, demasiado evitado y ahora estaba desbordándose inevitablemente. Como una especie de explosión, que por fin eclosionaba, con la fuerza de un huracán.
Acercándose cada vez más, encerrados en los brazos del otro, sin querer soltarse, nunca más.
Gabriel acariciaba su cuello, sus mejillas, su pelo, mientras que sus labios eran incapaces de separarse. Se sentía tan bien en aquellos momentos, como flotando en otra realidad, ajena a aquella, abrazada a Gabriel, sintiendo un extraño y agradable hormigueo por todo su cuerpo. Algo imparable, que al fin había llegado.
Hasta que la sirena de la policía llegó a los oídos de ambos.
- Vámonos de aquí.- susurró ella, tomándole de la mano y tirando de él.
Corrieron por las calles, cogidos de la mano, Gabriel ya no se sentía cansado, estaba exuberante de energía. Nunca se había sentido así, tan bien, tan feliz. Estaba cansado de reprimirse, de ocultar todo lo que la deseaba, y en aquellos momentos le daba igual todo. Tan solo existía ella, lo único que importaba.
Por ese mismo motivo, la detuvo una vez que estuvieron lejos de las sirenas de policía, en una silenciosa calle, la giró hacia él, acorralándola en un envolvente abrazo, buscó sus labios y los presionó contra los de él, en un beso voraz y a la vez caprichoso, prolongado aquel contacto hasta acabar separándose jadeantes.
Ella dejó escapar una risilla divertida antes de que Gabriel la ahogara de nuevo, con otro beso mucho más intenso, como si fuera a devorarla. Hasta llegar a un tercero, a un cuarto, a un sexto… hasta perder la cuenta.
- Vamos a tu casa.-susurró Gabriel, dando un paso hacia atrás y tirando de ella hacia él de nuevo.
Ingrid negó rápidamente.
- No, allí no.
- ¿Ha pasado algo en tu casa Ingrid…?
- No, están mis padres, es por eso. –aunque algo más escondían aquellas palabras, Ingrid no quería estropear aquel momento, diciéndole que iban a ingresarla en un convento, porque precisamente en ese justo momento, había decidido que nunca pisaría un sitio como aquel, porque iba a ser egoísta, y mucho. Quería a Gabriel en su vida y nadie se lo arrebataría. Ahora no.
Gabriel la estaba mirando con cierta desilusión.
- Entonces ¿Tienes que volver a casa? ¿No vas a quedarte conmigo esta noche?
Ella le miró azorada, con las mejillas encendidas, acababa de ver las segundas intenciones de aquella frase. Gabriel rió, al verla tan avergonzada.
- Entonces… ¿A dónde vamos? –quiso saber él.
- Vayamos a tu casa.-propuso ella, rápidamente, sin pensar en las consecuencias que tendría aquella frase.
Gabriel palideció y negó.
- No…
- Venga…-pidió ella.
- Insensata, ¿Qué pasaría si llegase mi jefe?
- ¿Los demás asesinos nunca llevan chicas allí? –inquirió ella, acertando justo en la diana.
A decir verdad, todos, incluida Kavita, se habían marchado a una ciudad cercana, a la apertura de un club nocturno donde las copas serían gratis, se repartirían canapés variados y un DJ medianamente famoso de la región iba a actuar, iban a ahogar las penas de su compañera perdida. La casa estaba vacía, Akira no estaba. Pero podría llegar en cualquier momento, aunque pensándolo bien, Abeeku llevó a unas tres cubanas a su habitación, a saber que hacer (Aunque los gritos y gemidos que lo habían atosigado toda la noche, respondían a su muda pregunta); Roman llevaba continuamente a ligues, y Samantha había aparecido muchas noches agarrada a algún chico mucho más bueno que él (Sí, los había comparado consigo mismo, preguntándose por que a Samantha podría interesarle él, cuando venía acompañas de chicos que parecían salidos de anuncios de Calvin Klein). Y Akira nunca se había enfurecido. A la mañana siguiente, cuando alguien volvía a preguntar nadie abría o Chin anunciaba por el telefonillo con su voz metálica que se habían mudado y que como volviera a llamar soltaría a sus Pit-bulls rabiosos.
Ingrid estaba mirándole interrogante, hasta que él pronunció un resignado:
- Está bien.
Ella aplaudió ligeramente, ante la mirada burlona de Gabriel, que pasando su brazo por sus hombros, la guió por las preciosas y silenciosas calles de Praga cargadas de adornos navideños, la mansión quedaba algo lejos, con lo cual no llegaron enseguida. Ingrid miró fascinada la enorme edificación, abrió la boca y exclamó:
- Menuda casa.
- Llena de psicópatas.-terció Gabriel, con sorna.
- Pero… tiene que ser una pasada por dentro. –comentó ella, emocionada, mientras que entraban por la verja.
Miraba de aquí allá, fascinada, ilusionada, frunció levemente el ceño cuando pasaron por la fuente con aquel ángel sin cabeza.
- Aquí vive un demonio ¿Qué esperabas? –dijo Gabriel, imitando un tono tétrico totalmente burlón.
Ingrid sonrió, mientras que Gabriel la apretó contra él. Llegaron a las grandes puertas de la mansión, Gabriel se agachó y de debajo de una maceta vacía sacó unas llaves. La puerta emitió un sordo chirrido al abrirse, Gabriel estaba demasiado acostumbrado como para sobresaltarse, al contrario de Ingrid que pegó un ligero salto en el sitio. Todas las luces estaban apagadas y a Gabriel se le hizo raro no ver a nadie por allí, sin aquel ruido tan normal de la televisión encendida, Kavita poniendo verde a cualquiera de los asesinos, Abeeku en la cocina, engullendo cualquier cosa, “come como un vagabundo, no sé para que Akira trajo a un muerto de hambre como este, supongo que le viene bien que la comida no se le eche a perder” se burlaba Kavita de él. Roman y Adnan podrían estar ahora mismo desparramados sobre aquella alfombra que ellos estaban pisando en esos momentos.
- Así que aquí viven los asesinos…-dijo Ingrid, dando unos pasos hacia delante, mirando ceñuda las estatuas de demonios que estaban en aquel enorme recibidor con el suelo cubierto de mullidas alfombras.
El chico por el contrario respiró aliviado de que verdaderamente no hubiese nadie en casa, tenían la mansión para ellos solos y toda una noche por delante.
Cuando se quiso dar cuenta Ingrid estaba examinando una estatua de lo que parecía un monstruo con cuernos, pequeño y algo deforme. A ninguno de los asesinos les habían llamado la atención las estatuas de Akira, tan solo se habían limitado a criticar desdeñosamente su mal gusto, sin duda la decoración no era su fuerte.
- ¿Tienes hambre? –preguntó Gabriel en ese momento. -¿Quieres cenar?
Ingrid asintió, corriendo hasta él para situarse a su lado.
Gabriel la empujó suavemente hacia la derecha.
- Es por aquí.-explicó él.
Las luces de la cocina se encendieron e Ingrid quedó de nuevo prendada por la cocina.
- Esta casa es una pasada.
Gabriel apretó los labios.
- Pero su interior está podrido.-sentenció, con cierta amargura.
Ingrid alzó la cabeza para besar su barbilla, y Gabriel sonrió de nuevo.
- ¿Qué quieres para cenar?
- Umm… me da igual.
- Genial, tengo una pizza estupenda que estará lista en cinco minutos.
Ella protestó divertida. Viendo el tamaño de aquella nevera seguro que había algo más interesante que una simple pizza.
- Hazme algo japonés.-pidió ella, en ese momento.
Gabriel estaba examinando la nevera, y giró su cabeza hacia ella. Curvó los labios con gesto cansado.
- ¿Sushi?
- Por ejemplo.
- Umm, no sé si te va a gustar el Sushi, es pescado crudo básicamente.
- Flojo. –gimió ella
Gabriel arqueó una ceja, molesto, mientras sacaba diversas cosas de la nevera.
- ¿Por qué no te vas dando una ducha mientras yo cocino? –preguntó.
Ella ladeó la cabeza, sorprendida.
- No tengo ropa para cambiarme. –dijo, incómodamente.
- Te prestaré algo.
La llevó hasta la ducha.
- Espero que Alix no haya sido la última en usarlo.-declaró.-Si no vas a encontrarte la placa de ducha llena de pelos. Vamos, podrías hacer un gato con ellos, esa niña está medio calva.
Ingrid se rió, y en cuanto Gabriel le mostró el cuarto de baño examinó la placa de ducha, estaba limpia a pesar de todo, y suspiró aliviada. No es que ella fuese una chica muy pulcra pero no se le hacía agradable ducharse con los pelos de otra chica en ella.
- Tendrás que usar mi toalla.- dijo él, señalando una toalla roja colgada en una percha, había una de cada color, seguramente cada una estaba asignada a cada miembro de aquella patrulla de asesinos.
Ella asintió conforme, mientras que Gabriel abandonaba la habitación.
- Ah, y no cojas el champú morado, su interior contiene orina.
Una mueca de asco ensombreció la cara de Ingrid, perdida en sus pensamientos de las locuras que harían los compañeros de Gabriel, con los que era obligado a convivir. Con un suspiro empezó a quitarse la ropa, la puerta estaba abierta y no le importó. La casa estaba vacía a excepción de Gabriel que debía estar ya en el piso inferior preparándole una cena japonesa. Dejó su ropa en un banquete de plástico cercano a la ducha, abrió la puerta de cristal de la ducha y entró en ella. El agua caliente comenzó a caer a borbotones desde el techo tras girar el grifo. Se sintió mucho mejor, las duchas solían relajarla mucho. Con lo cual echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, dejando que el agua mojara su cuerpo. Soltó aire. No había nada como una buena ducha.
Pero cuando bajó la cabeza y abrió los ojos, se quedó petrificada. Gabriel estaba apoyado en la muerta, escrutándola con interés, examinando su cuerpo desnudo de arriba a abajo, mientras una sonrisa cargada de deseo iluminaba su rostro oriental. Parecía que iba a devorarla con la mirada.
Gabriel rió, divertido, pero sin poder apartar los ojos de ella, que se había cubierto inútilmente con las manos.
- Te dije que me esperaras.-dijo, alzando una blusa blanca y unos vaqueros.
- No te escuché.- Murmuró ella, incómoda observando a Gabriel totalmente avergonzada, con las mejillas teñidas de rojo.
Este rió, mientras dejaba las cosas sobre la banqueta.
- Eso ya lo veo.-comentó, divertido.
Ella frunció el ceño “O tal vez verdaderamente no me dijiste nada para poder verme así” Pensó ella.
- Si adelantas acontecimientos, la cosa ya no tiene gracia. –dijo Ingrid.
Gabriel arqueó las cejas, sin dejar de mirarla, caminando hacia la salida del baño.
- Eres preciosa.-dijo entonces Gabriel, esbozando una sonrisa bobalicona.
- ¡Oh! ¡Vete ya a cocinar!-lo echó ella.
- Vale, vale.-dijo Gabriel conciliador, intentando calmar a la azorada muchacha.
Cerró la puerta y suspiró, ahora, justo en esos momentos, se estaba muriendo de ganas de hacerle el amor, viéndola de esa manera. Reprimía el entrar allí junto a ella, besarla, acariciar su cuerpo y…
Zarandeó la cabeza, fue una lástima que Thomas tuviese que interrumpir. Bajó por las escaleras, feliz, con la imagen del cuerpo desnudo de Ingrid todavía en la cabeza. Iba a esforzarse al máximo para que la cena resultase buena, al fin y al cabo no tenía tampoco grandes dotes culinarias.
Gabriel sabía que a Ingrid no le iba a gustar el sushi, a muchos europeos les desagradaba comer pescado crudo con arroz, y lo veía lógico. Tampoco es que a él eso le pareciese una autentica delicia. Por lo que además había preparado Chawan-Mushi, que en otras palabras era caldo de huevo al vapor, muy típico de Japón, por si las moscas.
- No es gran cosa.-había opinado Gabriel cuando Ingrid apareció en la cocina, vestida con su camisa blanca con un gran redondel rojo, que representaba la bandera de Japón y sus vaqueros que le quedaban bajos.
Él la agarró por la cintura y arrastrándola suavemente hasta la mesa dijo:
- Bon apettit.
Una media sonrisa apareció en su cara. Se sentó y examinó cuidadosamente el plato de diversos trozos de Sushi que tenía en frente. Había también a su lado unos cuencos con sopa, y Gabriel le explicó en que consistía la sopa, al ver que ella lo miraba con extrañeza. El chico acababa de servirle un vaso lleno de Fanta de limón, él ya sabía que era su bebida favorita; mientras que él había abierto una lata de Heineken, al lado de su sopa y su plato de Sushi, residía un cuenco lleno de cerezas. Podía ver desde la encimera el humo que expulsaba el cigarro que Gabriel habría apagado recientemente en ese cenicero de metal y con forma de hoja.
Se decantó por lanzarse primero a por el Sushi, y no le supo malo como Gabriel creía, es más, estaba bueno porque había cocinado él. Gabriel estaba callado, esperando su opinión.
- ¿Está bien? Quizá…
Ingrid negó con la cabeza, masticando con la boca llena, alzó su pulgar en señal de que la comida estaba buena, lo que hizo callar al muchacho que sonrió despacio, mostrándose complacido por haber echo una cena aceptable.
- Está genial.-dijo ella.
Y en ese momento sintió la mano de Gabriel atrapando su mano, que estaba sobre la mesa, ella le miró, mientras que él presionaba sus dedos contra los suyos. Y en ese momento, Ingrid se sintió verdaderamente completa, sin aquel desmesurado vacío en su interior. Se imaginó su futuro, algo parecido a aquello. Una simple cena con Gabriel, quería repetir eso durante el resto de su vida.
Estaba sentada en la cama, la de Gabriel, mientras este recogía la mesa. Sabía que debería estar ayudándole, pero él se había negado diciendo que si colocaba algo en un sitio que no era, iban a pensar que alguien había estado allí, puesto que todos ya se sabían de memoria cada pequeño recoveco de la cocina. Él no le había explicado que no quería que Kavita supiese que no había dejado a Ingrid, y que encima de todo eso, acababa de empezar una relación con ella. Y no. No se arrepentía.
Ingrid observaba su habitación, un ordenador apagado en un escritorio, donde residía su Iphone, sus cascos, sus collares de pinchos, y varios cuencos vacíos, que seguramente habrían sido de cerezas, junto al cartón de una pizza.
En el suelo había una pila de vaqueros sucios, situados en una esquina. Su chaquetón negro con la capucha cubierta de pelo estaba colgado en una de las perchas del armario, que se encontraba abierto. Las paredes estaban pintadas, con algunas fechas, frases en japonés… sus gafas de cristales violetas descansaban sobre su mesita de noche, junto a un móvil de aspecto más antiguo, que estaba enchufado a la corriente eléctrica por un cargador.
Sentándose sobre el borde de la cama, cogió el móvil y lo abrió. De fondo de pantalla aparecía una chica japonesa, con sonrisa alegre y que vestía con el mismo chaquetón que Gabriel, aunque no llevase la capucha puesta.
Gabriel acababa de entrar en su habitación y se había sentado detrás de ella, la abrazó por detrás y colocó su cabeza en su hombro.
- Es mi prima.-oyó decir a Gabriel en su oído.- Se llama Natsumi.
- Es muy guapa.-comentó ella a media voz, asombrada, devolviendo el móvil al lugar donde lo había encontrado.
- Y una persona maravillosa.-añadió Gabriel, tras besar la mejilla de Ingrid.
Ingrid se dio la vuelta justo para quedar cara a cara con Gabriel, que comenzó a acariciar el pelo de ella.
- ¿La echas de menos? –quiso saber Ingrid en ese momento.
- A veces. Me he acostumbrado a su ausencia. No la veo desde hace más de un año. Está en un internado en Irlanda.
- Oh. ¿Y eso?
- Es inteligente. Y su padre quería sacar el mayor rendimiento de ella, o alejarla de mí. Una de dos.
- Eso habría sido muy cruel por parte de tu tío.
Gabriel apretó los labios, incómodo.
- Ya no me importa mucho el pasado.-comentó él, con un deje de tristeza en su voz. –Simple y sencillamente porque mi vida cambió. Y porque ahora lo más importante para mí, eres tú.
Se miraron a los ojos, e Ingrid sonrió antes de que Gabriel sellara sus labios con los suyos, al principio el beso fue tierno, efímero, pero luego la presión entre sus labios aumentó, convirtiéndose en un contacto cargado de ansiedad, voraz. Sus labios acariciaban los suyos a mayor velocidad, dejándose caer sobre la colcha, Ingrid había quedado tumbada, bajo el peso del cuerpo de Gabriel, que había comenzado a besar suavemente su cuello. Ella acarició su espalda, le revolvió el pelo mientras que sus labios volvían a unirse, y soltó un gemido de alarma cuando sintió las manos de Gabriel, deslizándose por debajo de su camisa, hasta que ella se incorporó un poco y terminó por quitársela, haciendo luego lo mismo con la de Gabriel.
Este le dedicó una sonrisa cargada de deseo, las piernas de Ingrid rodeaban la espalda del chico, sus manos acariciaron su torso, lentamente, y besó su hombro desnudo.
No quería que aquello acabase nunca, parecía estar sumida en un sueño, sin llegar a creerse que era real, que Gabriel estaba ahí, y era suyo. Sonaba egoísta y lo sabía. Pero por primera vez en su vida tenía algo propio, algo que si había deseado verdaderamente.
- Tú también eres lo mejor de mi vida.-dijo Gabriel tras interrumpir uno de sus besos, casi sin aliento.
Ella sonrió, rizando uno de sus mechones castaños entre sus dedos, para luego alcanzar su boca y besarle de nuevo. Nunca se cansaría de aquello, de aquellos labios que sabían a cigarros y cerezas. Un sabor para ella casi adictivo, parecía que nunca iban a parar, volviéndole un contacto más violento, impaciente y avaricioso, al borde de perder el control.
- Te quiero.-musitó ella en esos momentos, mientras Gabriel dejaba caer su pantalón al suelo. Él no contestó, simplemente volvió a abalanzarse sobre ella, quizás algo más agitado. A ella no le importaba no obtener respuesta, porque mirándolo al final de sus ojos veía ese: “Yo también” que colgaba de su lengua.
Hasta que Gabriel terminó por apagar la luz, antes de terminar por fin lo que Thomas interrumpió aquella noche, quizás esa era la última noche en la que los dos podrían escapar de la realidad. Ingrid mañana tendría que enfrentarse a sus padres, para no acabar encerrada en un convento para el resto de sus días, y Gabriel seguía sin saber lo que le ocurría, ni lo que era. Pero esa noche nada importaba, porque ambos flotaban en otra realidad, ajena a todo, nada importaba más que el uno al otro.