sábado, 8 de octubre de 2011

Capítulo 27. Las voces del infierno.

-         ¿Te imaginas que todas las mañanas fueran así? –Había dicho Ingrid, con voz soñadora, esa mañana, arrimándose a él, cubierta por  una de las sábanas.
Gabriel había asentido, pensativo, con aire triste, correspondiendo a su abrazo. La guerra entre demonios y ángeles no acabaría nunca. Siempre estaría preso en aquella mansión, con sangre manchando sus manos e Ingrid algún día terminaría olvidándose de él, o acabaría despreciándole, como pasaba con todo el mundo. No quería pensar en eso, pero veía un futuro tan frágil entre ellos dos. La noche había acabado… ¿Por cuánto tiempo más aguantarían huyendo de la evidente realidad?
Suspiró apretándola contra él, y cerrando los ojos. Disfrutando de los último segundos de su compañía antes de que terminasen por volver a la casa de Ingrid.

Estaban de camino, ambos cogidos de la mano, hablando de cosas de poca importancia que no recodarían después, como que a Ingrid le quedaba una semana para que le dieran las vacaciones de navidad…
Y antes de que se hubiesen dado cuenta habían llegado a la entrada de la casa de Ingrid. Gabriel no quería volver a alejarse de ella, siempre que ella se iba él acababa perdiendo el control, acababa perdiendo esa quietud interna que ella le provocaba. Y ahora menos que nunca quería irse de nuevo a la mansión. Al parecer Ingrid tenía algo que hablar con sus padres que era importante y Gabriel pensaba respetarlo. No iba a exigirle que se quedara junto a él. Tenía que ser fuerte por su cuenta, y quedar con ella un poco más tarde o para el día siguiente.
Ella se había detenido allí, mirándole sonriente, una leve brisa movía sus mechones negros que le caían por los hombros, se había vuelto a poner su vestido blanco, sus botas negras y Gabriel le había prestado su chaqueta negra de cuero. Estaba preciosa, como siempre.
Gabriel no pudo evitarlo, la besó allí en medio, mientras que cogía su rostro con sus manos y se acercaba a ella, un beso envolvente y caprichoso que dejó a Ingrid sin respiración. Volvieron a mirarse, estando a centímetros. Ella tendría que haber dado unos pasos hacia atrás; pero en cambio sus ojos le pedían más, le decían que se quedase sin necesidad de palabras; sus labios volvieron a unirse de nuevo, sus lenguas se enroscaron, y sus cuerpos se fundieron en un apasionado abrazo.
Ingrid sentía su corazón latiendo desbocadamente, mientras sus manos revolvían el pelo de Gabriel, la pierna de él aprisionó la suya, no podían separarse, ahora no. Porque se sentía demasiado bien.
-         ¡Ingrid! –era una voz desconocida, grave, furiosa y escandalizada.
Ambos se separaron de un salto. E Ingrid observó alarmada a su padre, con un rictus de ira en su cara, acercándose amenazante a Gabriel. Detrás estaba su madre, recriminándola con una mirada cargada de desapobración. Y Thomas, mirando con infinito desprecio a Gabriel, tanto, que parecía que iba a correr hacia él y asestarle un buen puñetazo.
-         ¿Se puede saber quien es este niñato? –vociferó su padre.
Gabriel hizo una mueca de fastidio, era normal que no le gustase como novio para su hija… ella era lo más parecido a un ángel de la paz, y él… tenía cara de chica, semblante de pirado y su vestimenta negra y apagada tampoco causaban muy buena impresión.
Pero Ingrid se relajó en seguida, tomó la mano de Gabriel con fuerza y dijo, totalmente serena, contrarrestando la tensión interna de su padre, que estaba a punto de estallar:
-         Papá, él es Gabriel. Y es mi novio. – alzó más la voz al pronunciar la última palabra de aquella frase, para darle contundencia.
Vio la decepción en los ojos de aquel hombre.
-         Hija mía, vas a ingresas en un…
-         No. –cortó ella.
-         Ingrid, tu madre y yo ya lo hemos decidido…
-         Claro, y por supuesto sin consultármelo a mí antes. ¿No os habéis preguntado si yo quiero eso en mi vida? ¡Puedo pensar por mí misma!
Gabriel se sentía incómodo, no entendía de lo que hablaban, tan solo veía las miradas de odio que le echaba la madre de Ingrid y Thomas, que parecía reprimir sus ganas de lanzarse sobre él. ¿Qué era lo que Ingrid no quería para su vida? ¿Y por qué no se lo había contado? Quizá por que esa noche les pertenecía solo a ellos y no valía la pena estropearla…
-         ¿No quieres ir a un convento? –soltó entonces su madre, confundida, dando unos pasos hacia ellos.
-         No, mamá.-corroboró ella.
-         ¡La culpa la tiene este golfo! –dijo en ese momento su padre.- ¡Te ha comido la cabeza!
-         Sí, porque no pienso pasar toda mi vida encerrada en un lugar así. No sabéis lo que es bueno para mí…
-         ¿Y tú si no? –bramó él.- ¡Crees que es bueno irse con el primer imbécil que llame a tu puerta! ¡Thomas nos lo ha contado todo!
-         ¡Thomas no sabe nada de mi vida! –explotó Ingrid.
-         ¡Tú si que no sabes nada de él, Ingrid! –se hizo oír Thomas. – Aunque… yo tampoco quiero que vayas a un convento…
Gabriel había palidecido levemente, se mordió el labio inferior, pensativo. No le gustaba estar en medio de aquella discusión familiar, aunque siendo él la causa de aquella disputa tendría que intervenir de alguna manera. Y lo peor de todo aquello…. Es que no sabía como demonios arreglar esa situación. Él no sabía ser conciliador, ni tan solo se veía capaz de hacerle la pelota al padre de Ingrid, porque cuando se trataba de él, normalmente terminaba aquel tipo de peleas con algún grito histérico con el cual intentar llamar la atención de su desnaturalizo padre. Zarandeó la cabeza, sentía la presión de los dedos de Ingrid, sobre los suyos. Sus manos sudaban, y se deslizaban la una sobre la otra con la amenaza de separarse.
-         ¡Por encima de mi cadáver! –estaba vociferando su padre en aquel momento.- ¡No me fío de este…!
Ingrid fue a abrir la boca para replicar, pero su padre habló de nuevo, fuera de sí, con una voz grave y contundente.
-         ¡Ni necesito ni quiero conocer a este chico! ¿No quieres ir a un convento? Está bien. No irás. Pero apártate de una vez de este criminal juvenil.
-         ¡No quiero!
-         Ingrid…
-         ¡Eh, déjela que tome una decisión por ella misma! –soltó en ese momento Gabriel. – Usted no entiende lo importante que es su hija para mí. Y si cree que mi intención es dañarla, está usted muy equivocado. Mi mal aspecto es evidente. Pero creo que no está bien juzgar un libro por su portada.
El padre de la chica se había quedado petrificado, ante las palabras de aquel tipo con aspecto de delincuente que sujetaba con nerviosismo la mano de su hija pequeña.
-         Tan importante no será cuando…
Thomas no pudo acabar su frase puesto que el padre de Ingrid la agarró del brazo y tiró de ella, hasta que su mano resbaló de la Gabriel y quedaron separados.
Ingrid gritó, con la llama de la rebeldía ardiendo en su pecho. Se desaió de los brazos de su progenitor, justo a tiempo como para que Thomas tomara el relevo de su padre, y la empujara hacia el interior de su casa.
Gritó, con impotencia, sin querer aceptar aquella separación completamente injusta. Veía a Gabriel retrocediendo poco a poco, a medida que su padre avanzaba hacia él, hecho una fiera.
-         ¡Fuera de aquí, golfo!
Lo había agarrado por el cuello alto negro que llevaba, y sacudiéndole le dijo, con voz potente:
-         ¡Cómo vuelva a ver tus sucias manos sobre mi hija te vas  a arrepentir durante el resto de tu vida…!
Gabriel le dirigió una mirada furiosa, cargada de una impotencia creciente que estaba reprimiendo a duras penas. Apretó los puños con fuerza, hasta clavarse las uñas en las palmas de su mano. Mordió su labio inferior, algo extraño estaba ahí, agazapado en su interior, chillando y debatiéndose por salir. Quería golpearle en aquellos momentos para ahogar la rabia que sentía, la puerta se cerró, quedando ella aislada en el interior de su casa, junto a Thomas y a la madre de ambos.
De nuevo, como siempre en su odiosa vida, algo o alguien lo alejaba cruelmente de lo que amaba. Y esa vez no parecía ser menos.
El padre de Ingrid lo seguía observando, con una mueca de asco grabada en su cara, el desprecio al fondo de sus ojos oscuros, los mismos ojos de ella. 
Maldiciones interiores se fueron formulando silenciosamente en su mente. 
Tragó saliva y él terminó con soltarle.
Dio media vuelta, el poco control que tenía iba desaparecer si prolongaba aún más ese incómodo contacto visual.
Intentó caminar sin vacilaciones, no dar marcha atrás, sin girar su cabeza. Sentía la afilada y descontenta mirada del padre de Ingrid sobre su nuca, sin perderlo de vista, vigilándolo sin tregua hasta que por fin desapareció en una calle que torcía a la derecha. Una vez fuera del campo de visión de aquel intolerante hombre, dejó escapar un suspiro, lento, intentando serenarse. 
Apretando los dientes, se abofeteó las mejillas, un grito de rabia salió de su boca, lo que hizo que todos se volviesen para mirarle. 
Tenía unas ganas horribles de patear algo, de golpear a alguien, pero no podía, no iba a agachar la cabeza, no iba a llorar. Todo iba a acabar así tarde o temprano. La separación de ambos estaba grabada a fuego en su destino, ¿qué más daba cuando llegase ese momento? Si ya era de esperar que llegase. Inevitable, era inevitable. 
Intentó bloquear a voluntad su mente, dejarla en blanco, deshacer cualquier pensamiento y seguir andando, por las calles de Praga. No tenía rumbo fijo, es más, andaba perdido, con gesto indiferente caminando entre un torbellino de personas, viendo caras sin expresión, mientras todo lo que veía se iba haciendo cada vez más confuso y monótono. Una realidad gris que se abría paso a su alrededor. 
Ya no sentía ni el movimiento de sus pies caminando por el asfalto de la acera. Se dijo que debería volver a la mansión y encerrarse en su habitación hasta la llegada de Akira, hasta la llegada de aquellas explicaciones que estaban tardando demasiado en llegar.
Pero no se sentía capaz, no quería volver allí de momento. 
Con lo cual se instaló en una cafetería de aspecto agradable y acogedor, a las orillas del río, a sentarse, a tomarse algo. La cafetería tenía dos pisos, tras sacar un paquete nuevo de cigarrillos en una máquina que estaba equipada en la entrada del establecimiento y pedir un café y un pastel de chocolate con cerezas por encima, se sentó en la segunda planta, en una mesa libre al lado una ventana, desde la cual se apreciaba el movimiento de las aguas del río, que era relajante. 
Encendió un cigarro, y comenzó a destrozar la tarta con su cuchara, sin comerla, tan solo la partía a trocitos, la aplastaba, pegándola al plato. Mientras no cesaba de gastar cigarrillos, mientras las agujas del reloj giraban consumiendo las horas de aquella mañana, mientras gente abandonaba las mesas y nuevos clientes las ocupaban, mientras las camareras corrían de un lado a otro, se oía risas provenientes de la calle. Y ahí estaba él, marginado en aquella mesa, jugando vulgarmente con su tarta de chocolate, como si se tratase de un chiquillo de cinco años, mientras gastaba deliberadamente su paquete de cigarros. 
- Gabriel. ¿Estás ahí? 
Se sobresaltó enseguida, saliendo del trance en que se había sumido. Apagó su cigarrillo en su muñeca y alzó la cabeza, esperando encontrarse a algún asesino.
Aunque era una voz femenina, a lo mejor era alguna de esas amigas de Ingrid que él conoció en la biblioteca. Pero no, allí no había nadie. 
-Gabriel… 
Se levantó, no, no había nadie. Giró su cabeza, pero a su lado sobre estaba aquella ventana que conducía al río.
- Ven aquí. 
Desesperado, se asomó a la ventana. Si aquello era una broma, no hacía ni la más mínima gracia. 
- Aquí arriba. 
Gabriel miró hacia arriba, la voz venía de tejado. ¿A quién se le ocurre subirse a un tejado a llamar a alguien como él? No reconocía esa voz. Pero la recordaba… la había oído antes… hace mucho tiempo, pero no podía relacionarla con nadie. 
Se encaramó a la ventana, quedando de pie sobre el alfeizar. 

- ¡Eh tú, baja de ahí! –oyó la voz de alguien aproximándose a la ventana. - ¿Estás loco? Podrías caer al río. 
Y antes de que llegasen a alcanzarlo, pegó un enorme saltó y quedó enganchado al tejado, con esfuerzo tiró de su cuerpo, hasta que terminó por subir al tejado, mareado y tambaleándose peligrosamente hacia atrás logró quedar de pie sobre el tejado. 
Alzó la mirada. 
Y sus ojos se cruzaron con otros, exactamente iguales a los suyos, del mismo azul, que lo miraban con sorpresa, con dolor… con amargura. 
- ¿Mamá? –se escapó de sus labios. 
La figura de su madre temblaba, con los brazos pegados al pecho, zarandeó la cabeza, sin dejar de mirarle, mientras que Gabriel caminaba hacia ella, con pasos dubitativos. 
- No te acerques.-musitó, con el terror grabado en su cara. –No te acerques, no te acerques, no te acerques… 
Gabriel se quedó parado. Se pellizcó. Sí, era real. Muy real. 
- ¿Te has escapado del manicomio para buscarme por los tejados de cafeterías o…?
Se sintió estúpido al decir eso, aunque aquella situación era bastante estúpida. ¿Qué demonios hacia su madre allí? ¿Por qué no corría a abrazarlo? ¿Por qué lo llamaba y luego le pedía que no se acercase a ella? ¿Le había decepcionado? Hacia ya casi dos años que no veía a su madre y su aspecto había cambia demasiado. Desde que se fue su prima él cambio completamente. Pasando de ser ese chico que llevaba jerseys de colores gastados, conjuntados con algunos vaqueros claros y unas deportivas demasiado usadas, que normalmente escondía sus ojos sobrenaturales bajo unas gafas negras, que se peinaba echándose el pelo hacia atrás… en esos momentos llevaba un ajustado cuello alto negro, unos pantalones de camuflaje verdes, con sus botas altas negras, y su pelo castaño cayéndole sobre la frente, dejó de llevar gafas cuando dejaron de importarle sus calificaciones en el instituto… 
- No lo entiendes. –dijo ella en ese momento, sacándolo de sus reflexiones. 
- Mamá yo…
- ¡Vete! 
-         ¡No! –negó él ese momento, fuera se sí.- ¡Explícame que es lo que está pasando!
Su madre lo miraba con los ojos descolocados por el terror, su mirada paseaba entre las inmensidades del cielo hasta perderse de nuevo en los ojos de su hijo.
Gabriel apretó los puños.
-         ¡Estoy harto de todo esto! ¿Me oyes? ¡Estoy harto de ser el único confundido!
-         Gabriel… cálmate…-musitó su madre, con voz quebradiza. – Tú no deberías estar aquí.
-         Me has llamado…
-         Pero aún tienes tiempo de salir de aquí…
En ese justo momento los labios de su madre se detuvieron, convirtiendo su expresión en una máscara de terror, mientras que Gabriel sentía un movimiento pesado a su espalda.
Se volteó, lentamente, temiendo lo que podría encontrarse.
Y allí estaba él, mirándole con la cabeza cayéndole hacia un lado, con su sonrisa podrida y su olor putrefacto.
Su padre.
Las pupilas del joven se empequeñecieron, tembló violentamente, movido por un resorte. Y cayó, cayó de rodillas y chilló, con todas sus fuerzas, con todo el aire que le quedaban en sus consumidos pulmones:
-         ¡Esto no es real! ¡Tú no eres real! ¡Eres una puta pesadilla!
Había deformado su boca en una sonrisa, sus ojos estaba fijos en ambos.
-         Que bonito es ver a la familia reunida de nuevo. –dijo.
-         Calla.-masculló Gabriel, taponando sus oídos con las palmas de sus manos, mientras se encogía sobre sí mismo.-No existes.
Una risa burlona y llena de crueldad salió de la garganta de la figura magullada de su padre.
-         ¿Eso piensas? Bien, tendré que demostrar que te equivocas. –fue lo único que dijo.
Gabriel se dejó caer sobre el suelo, ignorando por completo lo que sucedía en esos momentos, era una mentira, su mente lo creaba, su mente tenía la culpa de aquello.
Podía ver perfectamente, como el cuerpo de su padre se iba derritiendo poco a poco, transformándose a sus ojos en un enorme demonio, con largos cuernos curvados de cabra y una barba gris. Y como ese monstruo saltaba su cuerpo desplomado sobre el tejado, avanzando amenazante hacia su madre con grandes zancadas. Ella retrocedió unos pasos, desequilibrándose peligrosamente por el tejado. Pero fue demasiado tarde, cuando Gabriel se volvió él ya había agarrado a su madre, a la que balanceaba peligrosamente, con intención de hacerla caer abajo.
Y su indiferencia se resquebrajó.
- ¡No la toques, animal! –Chilló levantándose de un salto. -¡Suéltala, cerdo!
No era ningún adversario para él, estaba demasiado cansado… con su mano libre aprisionó su muñeca, haciéndole caer al suelo con un simple movimiento. Colocó su pie peludo sobre la espalda de su hijo, para impedir que volviera a levantarse.
-         Se acabó, puta. –dijo, escupiendo el desprecio en sus palabras. -¿Tus últimas palabras?
Gabriela tan solo tenía ojos para su hijo, que luchaba, pataleaba, y aporreaba el suelo, intentando liberarse y recuperar su movilidad.
-         Gabriel.-murmuró, y este dejó de moverse, jadeante, alzando su mirada hacia ella.- Tú nunca serás un error, digan lo que ellos digan. Nunca serás lo que ellos quieren que seas. No dejes que hagan de ti ningún extraño. Y nunca, nunca falles en lo que yo. Da la cara por lo que quieres, aunque duela. –Lágrimas se deslizaban.- Estoy orgullosa de ti, eres lo mejor que tuve en mi vida, hijo mío.
Y en ese momento estrelló su cabeza contra el suelo a milímetros de Gabriel, y este tan solo pudo observar, mudo, los cabellos de su madre, del mismo color que los suyos, pudo ver la sangre, manchando su cabellos, cayendo sobre las tejas verdes. La había matado, la había matado ante sus ojos…
Su cuerpo se escurrió, resbaló, cayó. Un cadáver al que las mudas aguas del río se tragaron.
Y el silencio se esparció durante unos segundos, hasta que el demonio alzó a Gabriel, lo miró a los ojos y sin dejar se sonreír le propinó un puñetazo, y lo empujó, haciendo que rodara por el tejado.
Su cuerpo se detuvo a pocos centímetros del bordillo, quedando sentado sobre el tejado, con la mirada fija en su padre, una mirada tan desconcertada y tan dolorida que escocía mirar sus ojos azules, un hilo de sangre corría por el lado derecho de su barbilla.
-         Me…-jadeó él, sin aliento.- Me jodiste la vida, cabrón. Me destruiste por completo. A mí, y a mi madre. –Se levantó del suelo, desafiante, y cargado de odio vociferó, señalándose a si mismo.- ¿Ves esto? ¡Toda la mierda que soy, toda la mierda en la que me convertí! ¡Todo es por tu culpa! ¡Tú me hiciste así! ¡Tu y tus malditas palizas, tú y tu maldita indiferencia, repugnante demonio de mierda! ¡Eres un hijo de puta! –lágrimas corrían por sus mejillas, y dijo, como si estuviera a punto de asfixiarse.- Eres un hijo de puta…
Aquellas palabras no parecieron hacer mella en su padre, que seguía observándole, tranquilo, seguro de si mismo.
Tú puedes matarle.
Secó las lágrimas de sus ojos.
Puedes hacerlo.
Alzó la barbilla, muy digno.
Ya lo has hecho antes.
Sus ojos se tornaron rojos, ardientes de rabia.
Ahora.
Extendió un brazo, señaló con el dedo índice la figura del demonio, su ceño se frunció. Abrió la palma de su mano, separo sus dedos, y en un rápido movimiento desplazó su brazo hasta quedar su mano sobre su otro hombro.
Su padre se miró las palmas de las manos, abrió su boca, avanzó hasta aquel nuevo y sereno Gabriel, pero no pudo cayó de rodillas, ante él. Y su hijo lo observó, sin un ápice de compasión, con siniestra satisfacción destilando por la sonrisa que se había instalado en su rostro.
-         Nos veremos en el infierno, papá.
Derretido, transformado en una masa de color grisácea, desaparecido. Muerto por fin.


-         ¿Lo ven? –dijo una voz, contundente, proveniente del inframundo. – El chico derrite demonios.
Murmullos asombrados se agolparon por toda la sala en penumbra, desde la cual por un ventanal se podía ver el cuerpo de Gabriel, que seguía mirando absorto lo poco que quedaba de lo que había sido su padre. 
-         Es más poderoso de lo que creía. Es la prueba más poderosa de todas…
-         Pero Padre…- replicó otra voz, situada a la espalda del jefe.
-         Cállate. –se había levantado del sillón.- Llegó la hora de recoger lo que es mío.

4 comentarios:

  1. Madre mía, esto cada día está mejor =)
    Me encanta que Gabriel haya podido controlarse, no me a gustado nada que su madre haya muerto, parecía una buena persona. Me ha jodido mucho que el padre de Ingrid tratara así a Gabriel, no es justo, por tu forma de vestir no tienes que juzgar a nadie, pero entiendo que Thomas le haya dicho a sus padres como vio a Gabriel.

    Está muy interesante. =D

    Espero el siguiente.

    Serela

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  2. 1. La actitud de los padres de Ingrid, teniendo en cuenta lo que Thomas vio la noche aquella en el bar, es comprensible (más o menos), aunque a pesar de eso, me caen mal. Deberían dejar que su hija decidiera por sí misma.

    2. ¡Por fin Gabriel ha matado al H.P. de su padre!

    3. ¿Quién era el demonio que ha dicho que va a tomar lo que es suyo? ¡Que intriga XDD!

    4. El presonaje de Trevor aparecerá de nuevo en la novela? Es que como solo apareció en 2 capis, me preguntaba si esa sería toda su aportación a la historia.

    Buen capi, ¡Un beso!

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  3. O.o No me puedo creer que se me olvidara comentar!
    Y yo que iba todo ilusionada porque pensaba que tenía un capítulo nuevo que leer! TT.TT

    El caso, puede ser que ahroa me olvide de algo pero bueno....

    Pobrecita la madre de Gabriel, justo ella que era una de la pocas que le podía contar cosas y aclararle su pasado...

    Una ola para Gabriel por cargarse a esa cosa que llamaba "padre"

    Y me parece totalmente desproporcionada la reacción de los padres de Ingrid. No pueden tratarla así! -.-

    P.D.: A ver para cuando el próximo que ya han pasado muchos días!

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  4. OOOOOOOOOOOOOO________________________________OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
    estres ppor leer el siguienteeeeeeeeeeee! Ya! eh ! yaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!Yo tb me hubiera cargado al q parecía su padre...
    Quiero q subas cuanto antes (:
    Y tiene sun premio en mi blog^^

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