miércoles, 3 de agosto de 2011

Capítulo 14. La jefa de Ingrid.

Gabriel ladeó la cabeza, confuso, mientras miraba a Ingrid fijamente.
-         Verás, no he dejado de pensar en lo que me dijiste anoche. –Argumentó ella.- En lo de que tu jefe es un demonio… y en sobre que o quien es exactamente la persona que me entregó el don.
-         Sí...-dijo él, tratando de seguirla.
-         Y entonces, esta mañana recordé…ella me dijo que ante cualquier duda que tuviera acerca de mi misión, tan solo tendría que volver al lugar de lo ocurrido y ella misma me lo aclararía todo… Dijo algo así como: “Eres demasiado pequeña como para entender en lo que te has convertido”
-         Entonces ¿Quieres que vayamos a ese lugar? –adivinó él.
-         Así es. –asintió ella.
Ingrid pensó que él querría saber porque debía de llevarla allí, cuando ya había hecho más que suficiente salvándola de los asesinos. Pero en cambio, él se sentó en la moto, y con el casco entre las manos, dijo:
-         Vas a tener que guiarme. –al ver la cara de sorpresa de la chica, añadió. – Que ¿Pensabas que no iba a querer llevarte?
Ella asintió.
-         Pues te equivocas. Soy el único de mis compañeros al que verdaderamente le preocupa saber lo que verdaderamente quiere mi jefe. Y tú pareces ser también la única que quiere saber que es lo que están haciendo con nosotros…. –Gabriel se puso el casco e inquirió.- ¿Dirección?
No había especificado que también estaba el hecho de que más que nada quería estar con ella, deseaba volver a sentir sus brazos alrededor suyo, lo más parecido a un abrazo que él había recibido jamás.
Ingrid se arrimó a él, mientras que la moto traqueteaba, lista para arrancar.
-         Sigue recto, no tardaremos en encontrarnos una señal que pone: Applefields, allí giraremos a la derecha. No tardaremos en llegar. Está bastante cerca.
Gabriel asintió, con el casco de nuevo ocultando su rostro de rasgos asiáticos, sintiendo de nuevo a la chica pegada a su espalda. La moto arrancó, y en cuestión de segundos, se toparon con aquel cartel que indicaba torcer a la derecha. La carretera se disolvió, volviéndose el camino de tierra, rodeado de campo verde y lustroso, lleno de manzanos. Pasado un rato sintió la mano de ella, oprimiendo su hombro.
-         Aquí es.
Gabriel detuvo el vehículo. En efecto, un poco más allá había un pequeño establo de madera, pintado de blanco, con un enorme cartel que ponía: Cerrado.
Ingrid bajó de la moto, despacio.
-         ¿Me esperas aquí? – quiso saber.
Él asintió, lentamente e Ingrid le dio la espalda y comenzó a caminar hacia el establo abandonando, segura de si misma, de soslayo observó al joven asesino, cruzado de brazos y apoyado en su moto, a su lado su casco colgaba balanceándose en el manillar.
Rodeó el establecimiento, ahora ruinoso y vacío que le traía numerosos recuerdos. Quizá aquello solo lo había soñado y estaba perdiendo el tiempo buscando a una mujer que ni siquiera existía. Pero debía intentarlo. Cuando estaba examinando una ventana, para ver si podía abrirla, alguien tocó su hombro. Ella se sobresaltó y al darse la vuelta contempló, totalmente estupefacta a la mujer de gesto bondadoso que la miraba con una calmada sonrisa en su delicado rostro.
-         Ingrid. –dijo la mujer.
Ella ladeó la cabeza.
-         Has venido aquí por que tienes dudas ¿cierto? Me alegro de que recordaras este detalle.
Ingrid tragó saliva, y asintió.
-         Dime lo que quieres saber, y te responderé.
-         ¿Qué eres tú?
Ella se rió, y ante los ojos de Ingrid alas le brotaron de la espalda, alas blancas de ángel, y de nuevo apareció aquel resplandor blanco y cegador.
-         Un…
-         Ángel. –terminó la mujer.
-         ¿Cómo es posible? –Ingrid era incapaz de creérselo. -Dios, en estos momentos tengo millones de preguntas… ¿Por qué? ¿Qué hicisteis conmigo?
-         Eres una elegida, Ingrid. Tus acciones y todo lo que haces mejoran a la humanidad. Los ángeles cada vez somos menos y necesitamos a personas que se ocupen de nuestras tareas, de hacer de este mundo un buen lugar para vivir. Y desde que recibiste el don lo has hecho todo de maravilla.
Ingrid estaba tratando de asimilar la información, a su cerebro le estaba costando procesarla.
Ella estaba rebuscando algo entre los pliegues de su vestido blanco, y tranquilamente sacó un libro con unas alas de ángel cosidas con un finísimo hilo blanco en la pasta cubierta de terciopelo verde.
-         Toma. –dijo colocándolo en una de sus manos.- Puede que esto te ayude a resolver tus dudas.
Ingrid examinó el libro, lo hojeó brevemente y luego se volvió para mirar al ángel.
-         Gracias.
Pero ya su ángel no le prestaba atención, miraba más allá, como si pudiera atravesar las paredes desgastadas de madera del establo y ver a través de ellas. Ingrid sabía que era lo único medianamente interesante que estaba detrás del establo, apoyado en su moto, estaba el asesino de los ojos azules.
-         No me gusta ese chico con el que has venido. –musitó, sin apartar la vista de él. – Un aura muy oscura lo rodea.
-         Trabaja para un demonio. –dijo ella, por toda explicación.
-         Chax.-dijo ella. –Su esencia lleva la firma de Chax, indudablemente. Pero no… es normal.
-         ¿A qué te refieres?
Ella le dio la espalda, lenta y majestuosamente se fue acercando al asesino, que estaba mirando el cielo, pensativo y absolutamente abstraído. Hasta que antes de que Gabriel quisiese darse cuenta, una luz resplandeciente y blanca lo rodeaba, y entonces la vio. Imponente e increíblemente real, un ángel femenino se alzaba ante él. Su mirada era seria y lo miraba con una mezcla de interés y repulsión.
Gabriel miró, inquieto a su alrededor, buscando con cierta desesperación a Ingrid, pero aquella cegadora claridad le impedía ver más allá. Regresó su mirada al ángel, que se hallaba de pie, a pocos centímetros de él.
-         Hay algo en ti… -dijo el ángel. –Llevas la muerte en tus ojos.
Gabriel podía oír unos pasos corriendo hacia ellos, y esperanzado aguardó a que fuera Ingrid. A lo mejor ella era capaz de explicarle lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Sabía que el puzzle estaba ahora completo. Estaba claro de que si existían demonios, también tendrían que existir ángeles. Y como era evidentemente lógico, los demonios querrían exterminar a los ángeles. Su cabeza daba miles de vuelvas… Por otro lado estaba el hecho de lo que le estaba diciendo el ángel. Era normal que viera algo en él.
-         Soy un Caído. –testificó Gabriel, mirándola fijamente.
Ella frunció levemente el ceño.
-         Eso no está demostrado.-manifestó, molesta y alargó su blanco brazo, la punta de su redonda uña rozó su frente.
Y cuando, ella posó sus dedos fríos, sobre su frente, Gabriel pudo ver a Ingrid detrás del glorioso ángel, mirando la escena, sobrecogida. Fue entonces cuando pasó, cuando el dolor brotó de sus entrañas, sacudiéndolo con violencia.
Ingrid lo vio perfectamente, los ojos del asesino se habían iluminado, tornándose rojos como el mismísimo infierno, y en ese momento, él chillo, a la vez que caía de rodillas en el suelo. Temblando violentamente, y abrazado a si mismo, hundiendo sus uñas en su cazadora de cuero, observó al ángel, mientras el sudor perlaba su frente.
-         ¿Qué… me has… hecho? –jadeó, ahogándose.
El ángel lo miraba imperturbable, cuando en ese momento, ella cerró el puño y el dolor se volvió insoportable. Gabriel intentó reprimir gritar de nuevo, no quería que Ingrid lo viera de aquella manera, no quería que lo viera enfermo… pero aquello era demasiado, parecía que lo estaban rompiendo a tiras, el escozor era infinito. Y chilló, llevándose las manos a la cabeza, que martilleaba y amenazaba con estallar, se derrumbó en el suelo, sufriendo numerosos espasmos, con los brazos intentó ocultar su rostro.
-         ¡Para! –oyó la voz de Ingrid. -¡Déjalo, por favor!
El ángel se apartó un poco de él, pero el dolor no pasó, se redujo en intensidad, pero aquella horrible sensación que lo mataba por dentro seguía ahí, torturándole en silencio.
- ¡Por todos los ángeles! –Exclamó ella.- ¡Enfermos demonios!
Gabriel alzó la cabeza, mirándola con la huella del sufrimiento en su pálido rostro, sin poder ni siquiera levantarse.
-         Tú eres una abominación. Una impureza. Jamás debió de haber nacido algo como tú. Demonios enfermos, demonios enfermos, demonios enfermos…
 Y en ese momento el majestuoso ángel se desvaneció, e Ingrid corrió hacia el cuerpo del asesino, se agachó junto a él, y sin atreverse a tocarle, le dijo:
- ¿Estás bien?
Gabriel soltó aire, y respiró profundamente. Veía su rostro desenfocado y todo parecía dar vueltas.
-         Sí…-mintió él.- En unos minutos estaré de nuevo en pie y…
Parpadeó varias veces,  su vista se iba oscureciendo lentamente y el cuerpo dejaba de responderle, hasta que acabó cayendo inerte en el suelo, como un muñeco sin vida, victima de aquel persistente dolor.
Ingrid lo zarandeó suavemente, habría chillado su nombre de haberlo sabido. Rápidamente le tomó el pulso, y para su alivio descubrió que tan solo se había desmayado. A duras penas, logró montarle en la moto, y con ella logró llegar a su casa. El camino fue largo y fatigoso, Ingrid debía de aguantarlo en todo momento, preocupada por que cayera al suelo, avanzó a poca velocidad. Debía admitir que el muchacho no pesaba mucho, pero se le escurría con facilidad de sus brazos menudos.
Loca de alegría, y totalmente agotada llegó a su casa, en un principio decidió guardar la moto en su garaje y cargó con el joven asesino hasta su habitación, dos plantas más arriba. Los brazos apenas le respondían cuando tumbó al muchacho sobre su cama. Suspiró y procedió de tomarle la temperatura. Estaba ardiendo. Alarmada, le quitó las botas y las dejó debajo de su cama, hizo lo mismo con los guantes y su cazadora de cuero.
No podía llevarlo al médico, debido a que aunque había tenido la suerte de que aquel día Thomas estuviese fuera con los amigos, eso no quitaba que hicieran preguntas si se enteraban de que algún doctor pisaba su casa. Por lo cual, decidió cuidar al muchacho ella misma. Lo que le trajo muchas preocupaciones. El joven se revolvía en su cama de súbito y se pasó toda la noche susurrando en japonés, e Ingrid no entendía nada de lo que le decía. A la mañana siguiente ella intentó despertarle, pero cada vez que le hablaba, él, con los ojos cerrados le respondía de nuevo en japonés.
Ingrid estaba cada vez más frustrada y desanimada, temiendo por la vida de aquel asesino. Hasta que por fin, por la noche, cuando ella se sentó en la cama, dispuesta a tomarle el pulso, puesto llevaba un buen rato sin moverse. De repente él abrió los ojos, y antes de que ella se hubiese dado cuenta, su cuerpo yacía recostado sobre la cama, él había despertado, y ahora estaba encima suya, oprimiendo su cuello con sus manos. Ingrid se quedó quieta ante tal ataque. Hasta que, de un salto él se apartó de ella, chocando contra el cabecero de su cama.
-         Ingrid.-susurró él. – Lo siento, pensé…
Ella se incorporó, lentamente.
-         Estás débil. –comentó.
-         ¿Te he hecho daño?
-         Estás débil.-repitió ella. –No podrías hacerme daño aunque quisieras.
-         Lo siento…
-         He debido asustarte.
Él se dejó caer en la cama, y ella se levantó.
-         ¿Dónde estoy? –quiso saber Gabriel.
-         En mi habitación. Ayer, te desmayaste.
-         ¿Ayer? ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
-         Un día y una noche.-informó ella.
-         Uf –resopló él.- ¿Durmiendo en tu cama?
-         Ajá.
Abrió mucho los ojos y preguntó.
-         ¿Y tú donde has dormido?
Ella señaló con la cabeza un saco de dormir colocado al lado de la cama, en el suelo, donde yacía su almohada y una gruesa manta púrpura.
-         Oh.-exclamó. - ¿Por qué te tomas tantas molestias? Haberme tirado a mí ahí en el suelo. Mi cama en Japón era bastante parecida.
-         ¿Bromeas?
-         Para nada. Es más, ni siquiera deberías haberme traído aquí….
-         ¿Y te dejaba allí tirado? ¿Estás mal de la cabeza?
Él apretó los labios.
-         Gracias. –musitó, mientras se retorcía las muñecas.
Ingrid se acercó a él, y atrapó sus manos.
-         Vas a hacerte daño, idiota. –musitó deteniéndole.
Gabriel alzó la cabeza, y la miró, algo desconcertado.
-         ¿Por qué?
-         ¿Por qué que, ojos azules? –replicó ella.
Arqueó las cejas al ver que lo llamaba así, luego dijo:
-         ¿Por qué me tratas así? Yo no me lo merezco.
-         ¿Por qué no te lo mereces?
-         Soy un asesino.
-         Y me has salvado.
-         Eso no fue nada. –le restó importancia él.
-         Sí, si que lo fue. Es un primer paso.
Gabriel ladeó la cabeza. Cuando de repente, una voz fluyó desde las escaleras del segundo piso, una voz masculina.
-         ¡Ingrid! ¡Ven aquí!
Ingrid se apartó de él, soltando sus muñecas.
-         Es mi hermano, ahora vuelvo.
Salió de la habitación, y llegó hasta el piso inferior.
-         ¡Ingrid! –la voz ahora provenía del garaje.
Con un mal presentimiento, Ingrid bajó las escaleras en busca de su hermano. Este estaba de pie, con los brazos como jarras en el garaje, con el semblante serio. Ella le hizo caso omiso a la enorme moto negra que había allí aparcada.
-         Hermana ¿Puedes decirme que hace aquí esto?
-         ¿El que? –preguntó ella, haciéndose la tonta.
-         ¡Pues que va a ser! ¡La moto! ¿La has comprado tú?
-         No.
-         ¿Entonces?
-         Ehm…
-         ¿De quién es?
-         Mía. –dijo una voz en la entrada.
Ambos se volvieron para ver como a Gabriel en la puerta, se había puesto las botas y su cazadora. Entró en la habitación, con una media sonrisa iluminando tenuemente su rostro.
-         ¿Y tú quien eres? –quiso saber Thomas.
-         Soy Gabriel. –Reprimió hacer el típico saludo japonés y añadió. –Soy un alumno de intercambio.
-         ¿Y se puede saber que hace tu moto aquí?
-         Tu hermana me está dando clases particulares de matemáticas. –explicó él.
-         ¿Ingrid? ¿A solas con un chico?
-         Haciendo matemáticas. –insistió Gabriel.
-         Pero… ¿Tú no te dedicabas únicamente a hacer milagros, In? –inquirió Thomas, burlón.
-         ¿Y no es un milagro que yo apruebe matemáticas? –bromeó Gabriel, tomando entre sus manos la moto.
Los dos hermanos rieron ante su comentario.
-         Bueno, Ingrid. Creo que yo me vuelvo a la residencia ya. Es tarde. Encantado en conocerte… ¿eh?
-         Thomas. –respondió él.- Por cierto, haber si un día de estos sacas a mi hermana por ahí a divertirse. Se va a amargar entre tantas residencias de ancianos y lugares por el estilo.
Gabriel asintió, y se montó en la moto, mientras Ingrid abría la puerta del garaje. Puso en marcha el vehículo y ates de irse, dijo:
-         Y Ingrid, gracias por todo y perdona por las molestias.
Ella le dedicó una sonrisa, sesgada y calmada, antes de que Gabriel se esfumara de allí.

3 comentarios:

  1. ¡Primer comentario! DIOS! cada vez escribes mejor y mejor, no sé cómo no pasate ya las 1000 visitas y no tienes 1000000 de seguidores de esta historia!! Me encantó :D

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  2. Me ha encantado este capi. Ingrid cuidándolo, qué mona. Y creo que Gabriel le ha caído bien al hermano, jajaja. Ha sido rápido al inventarse lo de las matemáticas. Y Gabriel, va cobrando fuerza mi teoría de que es hijo de Chax. En fin, espero pronto el siguiente. ¡Un beso!

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  3. ¡Me encanta! ¡Y también me encanta Gabriel! Sigue asi y avisame cuando subas más capítulos.

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