martes, 2 de agosto de 2011

Capítulo 13. No me lleves a casa.

Tan solo se oían gritos llenos de locura irracional, las enfermeras corrían a toda prisa por los pasillos sucios y descuidados, todo entero pintado de blanco. Nadie parecía darse cuenta de su presencia, de que él había entrado en aquel lugar sellado donde pocas veces las visitas eran permitidas. Caminaba por los pasillos con decisión, sin duda sabía lo que buscaba y donde encontrarlo. Llegó ante una enorme puerta metálica y gruesa, que abrió con un simple empujón. La puerta crujió, detonando que alguien iba a entrar en aquella habitación que había permanecido cerrada durante largos años. Y como ya sabía, allí estaba ella. Sentada en la cama, con la cabeza gacha y su pelo castaño cayendo en gruesas y despeinadas ondulaciones por su rostro, oculta tras aquel matorral de cabello enmarañado.
Ella alzó ligeramente la cabeza y su rostro quedó al descubierto. Su piel era pálida, sus ojos grandes, de color azul estaban muy abiertos y unas oscuras y enfermizas ojeras surcaban la parte inferior de sus ojos. Iba vestida con una simple bata blanca y estaba descalza. Intentó decir algo, pero de sus secos labios no salió ni una palabra, llevaba demasiado tiempo encerrada ahí dentro y sus cuerdas vocales se negaban a volver a funcionar con tal brusquedad.
-         Sra. Navarro. –dijo él.
Ella tembló ligeramente, movida por un resorte de terror, sus pupilas empequeñecidas no sabían a donde mirar, y se retorcía las muñecas, dolorosamente, dando evidentes muestras de su patente nerviosismo.
-         Tú…-dijo, con voz ahogada.
Él avanzó hasta ella, colocándose frente a la prisionera, sus ojos relucieron.
-         Tengo que hablar contigo.-dijo, mirándola fijamente.  
-         ¿Y si a mí no me interesa hablar contigo, Chax? –señaló ella, ásperamente.
-         Vas a escucharme de todas formas, Navarro. –apostilló él, totalmente seguro de sí mismo.
La Sra. Navarro hizo una mueca de resignación.
-         Tuviste algo que a mí me pertenecía.- empezó Akira.
La prisionera se mantuvo callada, en cambio, frunció el ceño, en señal de desacuerdo.
-         Nada mío te pertenece. –dijo pasado un rato, con voz ronca y cansada.- Tú hundiste mi vida, me destrozaste en todos los sentidos. ¿Quieres saber lo que pasó cuando me abandonaste? Decenas de demonio intentaron atraparme, huí de ellos para salvar lo que era mío y lo que nunca dejaría que dañaran.
-         Y no lo conseguiste, por lo que veo. –comentó Akira.
-         Fui ingenua, y me dejé ayudar. Me engañaron, ese muchacho que me dio cobijo y me permitió estar en su casa tan solo era un demonio, que me hizo sufrir durante años, me torturó. Mi casa se llenaba de demonios cada noche y todos ellos se divertían hiriendo a mi pequeño. Y yo no podía hacer nada. No pude hacer nada y acabé aquí encerrada.
-         ¿Un demonio dices?
Ella asintió.
-         ¿Permitiste que un demonio cualquiera le hiciese daño? ¿A quien servía aquel demonio? –bramó él.- ¡Debiste haber intentado localizarme!
-         ¿Y para qué? ¿Para que lo mataras? No era como tú, era débil y se ponía enfermo con facilidad. Lo habrías desechado nada más verlo.
Él la agarró por el cuello y la pegó a la pared, con violencia.
-         Estúpida.-siseó. –Debería matarte por lo que hiciste.
Ella le miró, con el odio palpitando en su interior y acto seguido le escupió en la cara. Akira la soltó, como si estuviera infectada por algún tipo de virus infeccioso. El cuerpo menudo de la Sra. Navarro cayó sobre la dura cama en la que había estado sentada.
-         No vuelvas a tocarme. –advirtió ella, entre jadeos.
Akira se retiró la saliva, con la manga de su traje, la miró con un rictus de desprecio en su rostro de rasgos afilados.
-         Me alegro de que vayas a estar aquí encerrada, para siempre. Eres una molestia.
Ella se levantó y muy digna declaró:
-         Vete de aquí.
-         No pensaba quedarme eternamente, y además, tengo cosas que hacer con respecto a lo que me pertenece.
La Sra. Navarro no supo como reaccionar ante eso, lágrimas corrían por sus mejillas cuando dijo:
-         No… -lo agarró por la camisa, y desplomándose de rodillas sobre el polvoriento pavimente, imploró, con lágrimas deslizándose por sus pálidas mejillas.- Por favor, no quiero que sea un monstruo…
Akira la apartó con un tortazo, y dijo, antes de salir por la puerta.
-         Demasiado tarde. Ya lo es.
Ella cayó sobre el suelo, desolada.
-         Lo lleva en la sangre.-oyó antes de que la puerta se cerrara ante ella.

No había dormido casi en toda la noche, puesto que no había podido parar de pensar en lo mismo. ¿Un demonio? La persona que obligaba a matar al chico de ojos azules era un demonio. Era imposible… pero a la vez, quería creerle. No entendía el motivo por el cual sentía esa especie de fascinación por ese desconocido. Fue por lo que vio en sus ojos el día de su primer encuentro, había algo en él que la hacía desear acercarse y a la vez querer correr lejos de él. Desde aquel día, llevaba su pañuelo negro atado a la muñeca, todos los días, oculto tras la manga de sus camisas o jerseys. Ya que a él se le había caído en las escaleras y ella lo había recogido de allí cuando huyó.
Caminaba medio dormida hacia el instituto, durante el camino se cruzó con varios compañeros de clase y ninguno de ellos la saludó, ni ella se molestó en hacerlo. A Ingrid le importaba poco, su cabeza seguía rumiando el mismo tema. Se pasó las clases intentando recordar a su jefa, a aquella que le había entregado el don de curar el sufrimiento de los demás. Era demasiado pequeña como haberse fijado bien en los detalles de ella, tan solo alcanzaba a recordar que de ella emanaba una especie de luz blanca, brillante y cegadora. Las clases se le pasaron más rápido de lo normal, y cuando llegó a casa una sopa de verduras caliente la estaba esperando encima de la mesa, humeante y apetecible. Si no fuera porque ella odiaba la verdura. Sus padres trabajaban en una tienda en un pueblo cercano a Praga, y tan solo estaban en casa los fines de semana. En cambio, aquel día su madre estaba en casa, puesto que tenía que recoger un pedido en Praga. Seguramente después del almuerzo volvería al pueblo.
-         Hola ¿Cómo te fue en el colegio? –dijo su madre, cuando ella entró.
-         Pues como siempre.-dijo ella, sentándose en la mesa.
Su hermano mayor estaba balanceándose en la silla, su pelo castaño estaba algo despeinado y la miraba burlón, con cierto aire de superioridad.
-         No tiene amigos, mamá. ¿Cómo quieres que le vaya? –señaló, arqueando sus cejas oscuras.
Ingrid removía la sopa con desgana y no le prestó atención al comentario de su hermano.
-         Thomas, tu hermana ha decidido dedicar su vida a los demás, y deberías estar orgulloso de ella. –lo reprendió su madre.
Thomas hizo un mohín y añadió:
-         Lo estaré el día que la vea divirtiéndose.
Ingrid se levantó de la silla de golpe.
-         No tengo hambre.-explicó. –Además hoy me espera un duro trabajo en una residencia de ancianos. Voy a estar toda la tarde allí, liada y debería llegar cuanto antes.
Pronto ya estaba de nuevo abajo, se había quitado su uniforme escolar y llevaba una falda de tablas verde oscura, un jersey negro con el cuello de pico, unos calcetines negros largos que le llegaban a las rodillas y unas botas marrones bajas de cordones.
-         Hasta la noche, Thomas. –se despidió. –Hasta el sábado, mamá.
No era un día diferente de los demás. Ella era una de las pocas jóvenes voluntaria en aquel centro de ancianos. Aparte de otra chica, un año mayor que ella, que dentro de unos meses ingresaría en una convento, llamada Katerina. Esa tarde, las dos estaban caminando por los pasillos de la residencia de ancianos.
-         Ya sé la fecha definitiva.- Había anunciado Katerina.- Me voy dentro de dos meses, a principios de 2.012.
Parecía ansiosa y complacida, lo cual alegró a Ingrid.
-         ¿Y tú que? –quiso saber Katerina.- ¿Qué vas a hacer con tu vida?
-         ¿Yo?
Katerina asintió.
Huir a un lugar lejos y vivir, quiso decir, pero en cambio se encogió de hombros y manifestó:
-         No lo sé.
-         ¿Por qué no te vienes conmigo?
-         ¿Al convento?
-         Así es. –asintió Katerina. – Así al menos tendré a alguien conocido allí.
-         Seguro que conocerás a más gente, Katerina.-musitó ella, tranquilizadoramente.
Katerina calló, la miró pensativa y comentó:
-         ¿Qué te pasa hoy? Te veo… distraída. ¿Se puede saber en que piensas?
En demonios y asesinos medio japoneses con sobrenaturales ojos azules, podría haber confesado, sin embargo, la verdad de nuevo, no fue su respuesta:
-         En algo que me preocupa.
-         ¿Sobre qué?
Ella se mordió el labio inferior, indispuesta a contestar, cuando en ese mismo momento, se oyó un estrepitoso ruido, como el de una explosión. El suelo tembló y ambas chicas estuvieron a punto caer al suelo.
-         ¿Qué ha sido eso? –jadeó Katerina.
Ingrid miraba hacia todas partes, y pronto supo lo que era. Los asesinos estaban allí. Con lo cual… él… inconcientemente se apretó la muñeca donde bajo la manga de su jersey estaba anudado su pañuelo.
-         Tenemos que salir del edificio. –se apresuró a decir ella, y agarró del brazo a Katerina. –Corre.
Las dos chicas avanzaron velozmente a través del edificio, podían ver, de refilón como extraños chicos enmascarados liquidaban brutalmente a los ancianos y otros trabajadores de la residencia. Katerina temblaba presa del miedo, y rezaba todas las oraciones que sabía en voz baja, mientras era arrastrada por Ingrid. El suelo temblaba una y otra vez, a causa de las explosiones que estaban destrozando el edificio.
-         ¿Por qué no viene la policía? –farfulló Katerina.
-         Porque estos asesinos la inmovilizan antes de hacer sus ataques. –dijo ella, ya que siempre la patrulla de policía sufría algún incidente de última hora. O el cuerpo entero había sido envenado o se habían quedado encerrados en la comisaría… Millones de percances que hacían que la gente perdiera la vida a causa de aquellos asesinos. Y el chico de los ojos azules era uno de ellos, pensaba Ingrid, con cierta resignación.
Llegaron a una de la salida de emergencia.
-         Puedes salir por aquí.
Katerina se abalanzó hacia la puerta, presa del miedo, pero en cuando sus dedos tocaron la puerta, giró la cabeza y preguntó:
-         Espera ¿Y tú no vienes?
-         Tengo que ver a lo que me preocupa. –resumió ella, dedicándole una sonrisa calmada.
-         ¿Estarás bien?
-         No te preocupes por mí. Nos veremos mañana.-apostilló ella, segura de sí misma.
Katerina terminó por abandonar el edificio a través de esa puerta. Ingrid comenzó a deambular sin rumbo a través de la residencia de ancianos. Encontrándose con siniestras escenas de pesadilla, pasillos llenos de sangre, cuerpos inertes y destrozados desplomados por el suelo.
-         Mira, mira. Veo que una niña intentaba escaparse.
Ingrid dio medio vuelta y se encontró a un muchacho de raza negra, con el rostro oculto tras una llamativa mascara africana. La estaba apuntando con un arma enorme.
Ella abrió los ojos al máximo y se apartó a tiempo, justo para huir de él, que la persiguió, raudo y veloz. Él era el cazador y ella era la presa. Sin duda, estaba muy equivocada creyendo que él estaría ahí, y que de nuevo no sería dañada. No había contado con los demás, que la matarían sin piedad, como aquel que ahora la perseguía, implacable.
Ingrid aumentó la velocidad, y pronto para su salvación llegó hasta el enorme portón de madera de la entrada. Hábilmente lo cerró antes de salir, dejando encerrado en su interior al asesino, que golpeó y sacudió la puerta colérico y con una salvaje fuerza.
-         ¡Adnan! –Oyó la voz del asesino al otro lado de la puerta.
Ingrid soltó aire. La puerta no resistiría mucho.
Pero, en ese momento, un ruido llamó su atención, el rugir de una moto, que derrapó en frente del edificio, deteniéndose a cinco pasos de ella. Ingrid, sobrecogida, observó como su conductor, con el rostro oculto tras su casco negro, alargaba su brazo embutido en una cazadora negra de cuero hacia ella, ofreciéndole su mano.
-         Ven, voy a sacarte de aquí. La puerta va a explotar en breve.
Habría reconocido aquella voz en cualquier parte y con una sonrisa, avanzó hacia él, sabiendo quien era la persona que se ocultaba tras aquel casco. Su mano agarró la suya, aquel contacto fue ciertamente áspero, debido a que llevaba puestos unos guantes negros de cuero, pero a ninguno de los dos le importó. Ingrid se colocó detrás de él, sentada sobre la moto, y él colocó su mano alrededor de su cintura.
-         Agárrate a mí. –susurró él, mientras ella entrelazaba las manos alrededor de su enjuta cintura.
Y así, Gabriel puso en marcha la moto y justo cuando la puerta estallaba en pedazos, salieron de allí, y la moto se esfumó antes de que Abeeku y Adnan pudieran reconocer como su compañero Gabriel salvaba a la muchacha.
Ingrid estaba pegada a su espalda, y observaba las calles de la ciudad desde esta, como las fachadas cambiaban de color a vertiginosa rapidez, el cielo azul brillando bajo su cabeza, el viento sacudiendo su cabello.
-         ¿Es la primera vez que montas en moto? –preguntó él, entonces.
-         Sí. –dijo, acercándose a su oído.
-         ¿Tienes miedo?
-         ¿De qué? –rió ella, y justo en ese momento soltó sus manos de él, y las estiró, en plan Titanic mientras cerraba los ojos y se echaba ligeramente hacia atrás. –Nunca me he sentido tan libre.
Pensó que él diría algo como lo que decía era una tontería, como lo habría hecho cualquier otra persona a la que ella conocía. Pero este no le dedicó ni un solo comentario, tan solo anunció:
- Curva.
 Ella rápidamente abrió los ojos y se agarró a él, alarmada. Notó como él se reía brevemente, ante su gesto. Acto seguido, un poco más allá paró la moto, en unos aparcamientos de un centro comercial, que se encontraban a las afueras de la capital de la República Checa.
Él se bajó de la moto, y delante de ella se quitó el casco, a continuación se atusó el flequillo y la miró, haciendo un amago de sonrisa, aunque como siempre su rostro reflejaba más una muestra sarcástica que una sonrisa.
Ella le observó sentada en la moto.
-         ¿Cómo es que me has salvado?
Él apretó los labios, y encogiéndose de hombros dijo.
-         Vi a Abeeku corriendo detrás de ti. Abeeku es bastante bestia cuando se lo propone y no podía dejar que ese salvaje te matara.
-         Entonces ¿Si otro asesino que no fuera tan bestia intentara matarme se lo permitirías?
-         Rotundamente no.
-         ¿Motivo?
-         Creo que anoche ya te lo aclaré.
-         En realidad no, pero… en fin –se colocó uno de sus mechones detrás de su oreja y admitió.- Gracias.
Se dio cuenta de que él se había quedado observándola con el ceño fruncido, como si no supiera que decir.
-         No me las des.- dijo al final, luego, mirando a su alrededor, explicó.- He tenido que dar un rodeo para no cruzarnos con ninguno de los otros asesinos. Tu casa no estaba demasiado lejos de la residencia y corría el riesgo de que fuéramos vistos.
-         Entiendo.
-         Creo que ya puedo llevarte a tu casa. -comentó, distraídamente mientras hacia ademán de volver a ponerse el casco.
-         Espera.- lo detuvo ella. – No me lleves a casa. 

4 comentarios:

  1. Son una pareja extraña pero bueno, I like it jajaja
    Espero el próximo! *-*

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  2. No quiere que la lleve a casa, ¿eh, eh? jajajaja. Estoy con Eva, son una pareja rara, pero molan. Espero pronto el próximo capi, ¡un beso!

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  3. Raritos como pareja ¿eh? XDD
    lo amo, y a ver si haces una maratón y subes hasta el 21 vaga!

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  4. Espero, muy muy pronto, el siguiente =D

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