jueves, 25 de agosto de 2011

Capítulo 20. Sin rastro.


Ingrid llegó preocupada a su casa, no había encontrado a Gabriel en la cafetería. Y después de una larga búsqueda por todo el hospital, tras toparse con el doctor rubio de la otra vez, él de sonrisa amable y escalofriante,  le aclaró que a su amigo le había dado un ataque y había sido mandado a casa. ¿Otro ataque? Se preguntó Ingrid. Pobre Gabriel.
Cenar sin él, no había sido lo mismo, aburrido, soso, se sentía sola sin su presencia. Suspiró, acordándose de él, de él en el metro. De sus ojos, del calor de sus brazos, de aquel beso en su pelo…
Quería abrazarlo ahora, quería ir a ver si estaba bien, decirle que ella iba a estar ahí, que no se alejaría de su cama hasta que se recuperara, tal y como lo había echo en la pasada ocasión, cuando lo acogió en su casa. Pero no sabía donde vivía… entonces ¿Aquel doctor si que lo sabía? ¿Sabía donde se alojaban los demonios? Aquello se salía de lo raro. Se mordió el labio, preocupada. Al fin y al cabo no podía hacer nada. ¿Por qué tuvo que separarse de él? ¿Por qué?
Se dejó caer sobre la cama, abatida. Decidió despejar su mente, con lo cual tomó su cuadernillo, un lápiz y comenzó a dibujar. Media hora después comprobó que su cabeza no hacia más que darle vueltas a la misma cosa. Tan solo había que observar el retrato de Gabriel trazado a lápiz en su cuaderno. Resopló, frustrada.
¿Por qué no podía dejar de pensar en él? ¿Dejar de preocuparse?
Tumbada sobre su cama, permaneció observando el techo. Aún no se había puesto el pijama, y sentía demasiada pereza en esos momentos como para cambiarse. Pero iba a amargarse todavía más, si seguía ahí sin moverse. Con lo cual se levantó. Mientras sacaba su pijama de su armario, oyó la melodía de Cascada “Every time we touch”. Lo que indicaba que había recibido un SMS. Su teléfono móvil, vibraba sobre su escritorio, encima de su libro de química. Corrió a recogerlo. Tenía un mensaje de un número desconocido. Lo abrió sin dudar:
“¿No me llevarías lejos de mí? ¿Aunque solo fueran unos minutos? Eres la única que consigue sacarme de lo que soy. Y hacerme ver que hay algo más en mí. Gracias. Gabriel.”
Aunque fuera un tanto extraño aquel mensaje, Ingrid lo había entendido a la perfección. De una forma u otra insinuaba que ella era su salvación, lo único que lo alejaba de su mundo lleno de sangre y asesinatos. Suspiró, ello indicaba que estaba bien y al final había tenido la consideración de mandarle un mensaje. Sonrió, se sentía aliviada.
“¿Estás bien?” Fue la respuesta de ella.
La respuesta no se hizo de rogar, puesto que mientras que Ingrid se ponía sus pantalones de pijama, de nuevo estaba sonando aquella canción, avisándola del nuevo SMS.
“Hasta que no te vea de nuevo, no. Quiero verte”
Su corazón dio un vuelco, apresuradamente escribió su contestación.
“¿Puedes venir a verme?”
La respuesta fue inmediata.
“No. Nos vemos mañana.”
Hizo una mueca de extrañeza. Menuda bipolaridad repentina. En fin, estaba bien y aquello era lo que verdaderamente importaba. Podía dormir tranquila, sin saber lo verdaderamente equivocada que estaba.

Miró a su alrededor, y luego se miró a si misma. Vaqueros viejos, desgastados, su camiseta de mangas largas blanca, que le quedaba demasiado ancha y unas deportivas gastadas y ya anticuadas, de color celeste. Su pelo castaño claro, le caía sobre los hombros en ondas indomables, sucias y poco brillantes. Su rostro presentaba unas ojeras enfermizas. Parecía una psicópata. No tenía dinero, ni lugar donde ir. Ni recursos. No podía volver a casa. No sabía que podría encontrarse allí. Pero tampoco podía quedarse por mucho tiempo en el aeropuerto, viendo con impotencia lugares lejanos a los que podría escapar… claro, pero estaba arruinada. Tenía que hacer algo. Escapar no había sido fácil, pero ahora que era libre tenía que encontrarlo. Sacarlo de aquel mundo, en el cual su cobardía lo había sumergido dentro de un sitio al que ella no quería que perteneciera. Quería darle una buena vida, lejos de ellos. Lejos…
Pero no sabía donde estaba, no sabía donde encontrarlo. ¿Desde cuando no lo veía? ¿Desde hacia dos año? Pocas veces le dejaban visitarla, lo había visto aparecer a lo largo de los años, con su piel con marcas de nuevas palizas, cada año más mayor, ya no era un niño, ya no era su pequeño… pero su vida se balanceaba entre la confusión y el dolor; y ella no podía estar ahí para ayudarle. Lo había dejado solo…
Se sentía tan hundida, sentada en aquel banco, observando a la gente, cargando con equipajes, reencuentros familiares, sonrisas de alegría… Y ella ahí parada, observando aquellas escenas como si se encontrara en otro plano, contemplando otra realidad a través de un cristal.
Lo que ella no sabía es que muy pronto todo aquello acabaría.

Katerina aquel día estaba insoportable, e Ingrid no hacía más que pensar en Gabriel, no podía esperar para encontrarlo en el parque, sabía que iba a abrazarlo en cuanto lo viera. Hoy también tenía que tomar el metro, puesto que le había prometido a su hermano, Thomas, que le ayudaría a preparar la fiesta de la victoria, no era celebrada muchas veces puesto que esta era la primera vez que el equipo de baloncesto del instituto de su hermano ganaba la competición regional contra otros institutos. Su hermano pertenecía al equipo de baloncesto y llevaba desde ayer que llegó radiante y eufórico a su casa, anunciando la victoria. Seguro que aquello le resultaría a Gabriel más divertido que el hospital. Además, era un instituto únicamente masculino y estaría lleno de chicos.
Sin embargo su día no le salió tal y como esperaba. Primero, Katerina dijo que la acompañaría hasta su casa, porque tenía que hablar a solas con ella.
-         Bien, ¿De qué quieres hablar? –inquirió Ingrid, todavía perpleja ante aquella proposición.
-         Quiero saber si ya has pensado si vas a unirte a mí, y entrar en ese convento, conmigo.
Ingrid ni siquiera lo había hablado con sus padres, es más, había tenido otras cosas en que pensar… como… vale, había estado con Gabriel todo el tiempo.
-         Pues… no lo sé.-farfulló ella, y luego añadió, mintiendo.- Mis padres se lo siguen pensando.
-         ¿Ah si?
Ingrid asintió, intentando dar convicción. Katerina alzó las cejas, cosa que no le gustó nada a Ingrid.
-         Resulta que mi madre ha hablado con tus padres.
Ella paró en seco. La habían pillado.
-         ¿Y que han dicho ellos? –quiso saber
-         Pues les ha encantado la idea.- dijo. – Dicen que están de acuerdo, y que este sábado van a hablar contigo cuando lleguen a casa, y que lo más seguro es que para 2.012 a principios, ya hayamos ingresado.
Horrorizada se quedó paralizada, en medio de la acera.
-         ¿Qué?
-         ¿No te parece bien?
-         No… yo aún no estoy segura de querer llevar ese tipo de vida.
-         Ingrid, durante toda tu vida tus padres han tenido claro cual sería tu lugar, tienes un alma pura y una bondad sin límites que te hacen perfecta para el puesto.
-         No quiero. –cortó ella, con frialdad. Había bajado la cabeza, su pelo negro lacio y limpio le caía sobre los ojos y sus manos estaban contraídas en puños.
Katerina pareció comprenderlo todo.
-         No quieres… ¿O estás enamorada de Gabriel?
Ingrid alzó la cabeza, movida por un resorte. Ella no… eso no…
-         ¿Qué?
Su amiga suspiró, y explicó:
-         Os vi ayer. Lo vi. Todo.
-         ¿A qué te refieres?
-         Os estabais mirando. Él te miraba con tanta… adoración.
-         ¿Él?
-         Dios mío. ¿No lo notaste?
-         ¿El qué?
-         Oh, por favor. A Gabriel solo le faltó que se le cayera la baba.
-         Sigo sin entender…
-         Gabriel, tonta, Gabriel está enamorado de ti.
-         Ah, ¿eso? No, no.
-         Anda que no. ¿Y tú? ¿Tú le quieres?
-         Gabriel no está enamorado de mí.
-         Cabezota.-refunfuñó Katerina, se paró junto a un paso de cebra y dijo- ¿Vas a responder?
-         Él es solo mi amigo.-dijo.
-         Entonces, no hay problema. Además, acabo de recuperar mis impresiones sobre ti. Eres inteligente y una persona con un corazón demasiado bueno, como para perder el tiempo con chulos góticos de pacotilla. Porque ¿Qué tiene Gabriel de especial? Tiene rostro de chica, está demasiado pálido, tiene unas piernas demasiado femeninas, su peinado es… tan…, luego están esos ojos, dan miedo. Es un psicópata total.
-         No hables así de él. Su sonrisa no es fea, a mí me gusta. Tiene una cara preciosa, sí, sus rasgos son femeninos, y a la vez asiáticos. Sus ojos son de un celeste precioso. Sus ojos son lo más increíble que he visto…
Katerina frunció el ceño.
-         No niegues lo evidente.-dijo, para luego cruzar el paso de cebra y perderse en la calle de al lado.
E Ingrid se quedó ahí, perpleja.
Apenas almorzó. Se sentía mal, vacía al ver su futuro ya decidido sin su previa consulta, extendiéndose ante ella, aterrador. Suspiró, corrió hacia el parque, esperanzada. Tan solo quería verle, necesitaba verle. Y…
Cuando llegó allí, estaba vacío. No había nadie. Intentó relajarse, era temprano, había llegado antes de lo previsto y seguramente él estaba en camino. Se sentó en un banco a esperar, con su mano sujetando su rostro. Media hora después, mientras que Gabriel se ausentaba, su móvil vibró, sonando aquel politono de la canción de Casada. Apresurada y segura de que era Gabriel respondió a la llamada.
-         ¿Sí?
-         ¿Ingrid? ¡Se puede saber donde estás! ¡Tardas mucho! –era la voz de Thomas.
La desilusión la sacudió, e hizo una mueca.
-         Espero a Gabriel.
-         ¿Quedaste de nuevo con él?
-         Eh… hoy no. Pero siempre quedamos aquí.
-         Si no has quedado con él, no esperes que vaya a buscarte. Seguro que él tiene cosas más importantes que hacer que pasar tiempo con una chica como tú. Ahora, ven aquí y haz algo por el bien mundial.
Ingrid resopló, las palabras de Thomas habían dejado mella en su interior. Sentía las lágrimas deslizarse sobre sus mejillas calientes, por su enfado. ¿Si quería verla porque no estaba allí? ¿Por qué? ¿Estaría de nuevo con la otra?
Aquel viaje en metro no tenía ni comparación con el otro. El vagón estaba casi vacío, y encontró un asiento libre con demasiada facilidad. Poca gente entraba y salía. Estaba sola, sin él. Y lo echaba de menos. Su sonrisa, aquella media sonrisa, que a veces llegaba a sonrisa completa. Se lo imaginó junto a ella, vestido con unos pitillos negros agujereados, su chaqueta de cuero que le quedaba algo ancha, cruzado de piernas, mirando a la gente con aquella expresión indescifrable en su rostro, pálido, sus ojos muy abiertos, celestes, rodeados por unas pestañas gruesas y oscuras, como si se las hubiera cubierto de rimel, su flequillo marrón claro cayéndole sobre su frente, más largo por la parte derecha, que por la izquierda, y su boca, de labios quizá demasiado carnosos, dándole un aire femenino, curvados en una mueca extraña y enigmática. Sin embargo, sonreiría cuando la mirara. Quizás rizaría uno de sus mechones, haría un chiste sobre aquel hombre de enfrente que daba cabezadas en su asiento… o le preguntaría como le había ido él día. “¿Eres feliz?” Le preguntaba todos los días. Su respuesta siempre era afirmativa, pero sin duda le faltaría ese: Contigo sí.
Cerró los puños. Temía sentirse vacía de nuevo, encerrada en aquel mundo donde todos decidían sobre su futuro, le decían como debía ser, lo que hacer, lo que era correcto. Nadie nunca se molestó en pensar si ella era feliz. Si ella quería algo. Nadie era capaz de llenarla tanto con una simple mirada. Pateó el suelo, con rabia, a la vez que las puertas del vagón se abrían y alguien entraba en su interior.
Se había apoyado en una de esas vigas verticales de hierro, quedando de pie, a pesar de que había asientos libres de sobra.
Ingrid lo observó. Era un chico. Un poco más mayor que ella. Era alto, altísimo. Iba vestido con una camiseta de mangas cortas a pesar de que aún hacia frío, ajustada, negra, y unos pantalones de chándal, con un par de rayas blancas a los laterales. Sus deportivas contenían estrellas rojas. Su pelo era rubio, y le caía largo, por debajo de los hombros, lacio, a ambos lados de la cabeza. Su rostro era hermoso, sin duda. Masculino, pómulos prominentes, barbilla en forma de pico, nariz recta, ojos grises, como un día de lluvia. Su postura estaba llena de altanería, con sus brazos musculosos, pero no demasiado para resultar desagradables, cruzados sobre su pecho, que se le veía tonificado bajo aquella ajustada camiseta, más que los de Gabriel. Sería perfecto, si no fuera por aquel deje arrogante que presentaba su boca, y que detrás de su mirada se leía el desprecio.  Como si supiera que lo estaba observando, giró su cabeza y sus ojos se encontraron con los suyos. Una sonrisa pedante y algo sardónica creció en su cara, mientras él la examinaba a ella, tal y como la chica lo había echo hace unos minutos. De repente, antes de que ella se diese cuenta, él se había sentado a su lado.
-         Hola ¿Vas a al instituto masculino Red Waterfalls? –dijo, a modo de saludo.
Desconcertada, asintió.
-         ¿Cómo lo sabes?
Sonrió de nuevo, mostrando sus dientes.
-         Intuición.-se encogió de hombros, acomodándose en el asiento.- Y dime ¿Vienes a ayudar o solo a la fiesta de esta noche?
-         Creo que solo a la primera.
Arqueó sus rubias cejas e inquirió.
-         ¿Vas a perderte lo que has preparado? Menuda pérdida de tiempo ¿no?
Era absolutamente pedante, pero parecía intentar resultarle agradable.
-         No lo sé. Hoy no sé nada. –dijo ella, con cierta exasperación.
-         Pues quédate.-terminó él. –Será divertido.
-         Haré lo que yo decida.-masculló ella, enfadada. –Es mi vida, y aquí las normas las pongo yo.
No quería ser tan brusca, pero de nuevo estaba perdiendo todo aquello que quería, su apacible rutina se estaba desmoronando a causa de que de nuevo alguien había decidido cambiar el curso de su vida, sin importarle o no que a ella le importara, o las repercusiones desfavorables que pudiera tener para ella.
Él, en cambio, la miró, más atentamente, con una mezcla de interés, fascinación y perplejidad.
-         Menudo carácter. –comentó y luego añadió.-Pero voy a apuntarme esa frase.
-         Normalmente no suelo ser así. Pero es lo que suele pasar cuando no te tienen en cuenta para algo que te afecta. ¿Por qué siempre acaba una haciendo lo que los demás quieren?
Él, con los codos flexionados por detrás de su cabeza, piernas estiradas, sentado con de forma relajada, explicó:
-         Porque en esta vida están los llamados “seres superiores” que son los que deciden tu futuro. Al fin y al cabo fuiste creado por ellos. Están ahí para guiarte a la victoria… Bueno, la mayoría.
“Seres superiores” vaya forma más rara con la que referirse a los padres.
-         ¿Y quién les ha dado a ellos el poder de hacer eso? ¿Qué pasa? ¿Yo misma no puedo saber que es lo bueno para mí? ¡¿Es que mi opinión nunca cuenta?!
Él apretó los labios, y entrecerró los ojos, meditando sobre las furiosas palabras de la chica, cuando por fin, ambos llegaron a su parada.
Ingrid bajó seguida de aquel misterioso chico, que no había seguido la conversación.
-         ¿Eres inconformista o qué?
-         No sé.
-         Ah, olvidaba que hoy no sabes nada.
-         Cierto.-masculló.- Y yo acabo de aprender que tú no tienes mucha memoria.
Estaba siendo desagradable, demasiado desagradable. Pero no podía evitarlo, se sentía demasiado furiosa.
Él la miró sorprendido.
-         No se te escapa ni una-dijo, mientras caminaban por los jardines del patio principal del edificio estudiantil. –Puedes sentirte orgullosa de creer conocer una de mis muchas facetas. La cual no es cierta. Yo nunca olvido una cara. Y me he quedado con la tuya.
-         ¿Esto es un tipo de amenaza?
-         Al contrario. Deberías de sentirte alagada.
-         Lo siento, hoy no sé como sentirme.
Él refunfuñó algo por bajo. Mientras, Ingrid era consciente de que todos los estaban mirando, las chicas parecían tener intenciones de agredirla y los chicos reían y comentaban entre sus compañeros con sonrisas bobaliconas.
-         ¿Difícil de contentar eh? –dijo él entonces.
-         Hoy sí.
-         ¿Puedo saber el motivo?
-         No.
-         ¿Por?
-         Es parte de mi vida privada.
-         ¿Tienes vida privada?
-         Todo el mundo la tiene. Y yo no iba a ser menos.
Y en medio de aquel tira y afloja, que no dejaba de ser entre amistoso y peligroso, apareció Thomas.
- ¿Ingrid?
Ella frunció el ceño.
-         Sí, he tardado, pero ya estoy aquí. ¿Contento?
-         ¿Qué insecto te ha picado hoy?
-         El del enfado.-gruñó ella.
-         Pues llama al abejorro de la felicidad. –bromeó él.
-         Su móvil no está disponible en estos momentos.-dijo imitando la voz de la teleoperadora del servicio telefónico.
Thomas cayó en la cuenta de que se refería a Gabriel, por lo cual decidió cambiar de tema, mientras el chico rubio los miraba, bueno, la miraba a ella.
-         Lo importante es que estés aquí.
-         Y que te quedes a la fiesta.-agregó el chico, guiñándole un ojo.
-         Así que os conocéis ¿eh? –dijo Thomas
-         Desde hace unos minutos.-explicó Ingrid.
-         Aunque tu amiga no me ha dicho ni siquiera su nombre.
-         Es mi hermana. –corrigió él.- Bueno, eso tiene arreglo. Yo os presento. Ingrid, él es Trevor, jugador base del equipo de baloncesto. Gracias a él hemos ganado el campeonato. Y Trevor, ella es mi hermana, Ingrid. Voluntaria en casi todos los centros de caridad de la ciudad.
Trevor arqueó las cejas, esperando verla emocionada al darse cuenta de que había conocido a alguien importante y popular en el instituto, pero su reacción fueron tan solo una vaga sonrisa que se instaló en su cara, un gesto de despedida, y se alejó de él, junto a Thomas, como si Trevor no fuese nada del otro mundo.
-         Curiosa chica.-se dijo Trevor, acariciando su barbilla.
A lo largo del día el humor de Ingrid no varió mucho, una mezcla de extrañeza y enfado. Le esperaba una buena discusión ese sábado. Y por nada del mundo quería tenerla. Era otra de las decisiones que tendría que acatar sin protestar. Como si su vida no fuese suya.
Ayudó mucho, y se dio cuenta de que Trevor buscaba cualquier excusa para poder acercarse a ella, a charlar, a ayudarla a cargar con decorados. No lo entendía. Se sentía confusa y no hacía más que llamar al número de Gabriel, pero él no respondía a sus llamadas. Se sentía ignorada y traicionada. Fue un día agotador, preparando sándwiches y transportando decorados, colgando pancartas. Y sin la compañía de él. Parecía una chica obsesiva, y ella no lo era. Estaba atardeciendo, la fiesta empezaba dentro de una hora y media, Thomas, regresaba a casa, debido a que tenía que cambiarse mientras que Ingrid iba con la incertidumbre de quedarse en casa o ir con Thomas a la fiesta, una fiesta llena de chicos… 

3 comentarios:

  1. TE AVISO QUE ES EL PRIMER CAPI QUE LEO DE TU NOVELA Y ME A APETECIDO LEER MAS!! *·* CUANDO SUBAS EL SIGUIENTE AQI ESTARE PARA SSEGUIR LEYENDO! ;)

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  2. Bueno, bueno. Menudo capítulo, no sé ni por dónde empezar. A ver, primero: ¿qué le ha pasado a Gabriel? ¿Le habrá hecho algo el médico? ¿Habrá aparecido su padre? ¿Lo habrá encontrado su madre? ¿Akira se lo habrá lllevado? ¡Joder qué intriga!

    E Ingrid... pobreta. No puede estar más enamorada. Katerina cada vez me cae peor. A ver si Ingrid les planta cara a sus padres con ayuda de su hermano y no la mandan al convento. Y luego ese Trevor... Es mono, porque es rubio, pero no sé... Es tan arrogante y tan... No me acaba de convencer.

    Buen capi, espero con ansias el siguiente. ¡Un beso!

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  3. Un capítulo genial, me gustó muchisimo. Me tienes enganchada ahaha^^ Espero el prox aunq tardare dos semanas en poder leerlo pero lo hare xD
    Ya explico en mi blog xq no volvere en dos semanas^^

    Bueno, pasaba a decirte que hay nuevo capítulo de Mentiras que creí ;)
    http://amormasalladelaunicidad.blogspot.com/
    Un eso y como siempre, espero tu opinión.

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