viernes, 19 de agosto de 2011

Capítulo 18. Explicaciones.


Salieron en silencio del establecimiento. Martin le dedicó una preocupada mirada a Gabriel, todavía seguía asustado por lo ocurrido, y a pesar de que Gabriel lo abrazó e intentó calmarlo diciéndole cosas como: Ya pasó. Le desconcertó un poco que aquel pequeño sintiera aquella preocupación por él. Incluso las encargadas también se mostraron interesadas en que estuviera bien. Y ahora ambos caminaban por las calles de Praga, bajo el atardecer, con el cielo teñido de tonos rosados y azulados, con el ruido de los distintos comercios que estaban repartidos por las calles cerrándose. Estaban callados, mudos, y Gabriel era consciente de las miradas de soslayo que le echaba Ingrid, la chica parecía nerviosa, perdida en sus propios pensamientos, cerrada a la conversación. Gabriel llevaba ya tiempo buscando algo que decirle, para romper aquel incómodo silencio que se había echo entre ambos, las punzadas de culpabilidad aumentaban por segundos. Debería estar cavilando sobre la pulsera, el doctor, su cura... deduciendo en silencio si era bueno fiarse, hacer una prueba previa para garantizar que todo aquello era real. Pero, cuando Ingrid estaba a su lado, se perdía en su fragancia, el resto de las cosas que llenaban su vida comenzaban a esfumarse, hasta reducirse a nada, porque tan solo parecía importarle ella. Ingrid, Ingrid, Ingrid; era lo único que podía tener correteando por su cabeza en esos instantes. Pero ella se le adelantó. 
-         Gabriel, ¿Por qué no me dijiste que estaban con alguien?
La pregunta no le pilló tan desprevenido, se lo esperaba de un modo u otro; en fin, tarde o temprano sabía que iba a salir el tema. 
-         Ingrid... yo no estoy con nadie.
-          No hace falta que me mientas.-repuso ella, colocándose un mechón de pelo por detrás de la oreja, algo temblorosa.- Puedes... confiar en mí. Estar enamorado debe de ser precioso y...
-         Yo no estoy enamorado. -cortó Gabriel, quizá demasiado tajante.- Es más, no lo he estado nunca. No sé como es eso...
Ingrid ladeó la cabeza, y entrecerró los ojos. 
-         ¿Por qué me mientes?
-          No lo hago.
-         Ya...-dijo, escueta y se alejó andando, sin esperarlo.
Tras unos minutos de vacilación, Gabriel corrió tras ella hasta alcanzarla. 
-         Ingrid.- la llamó.
Ella se volvió hacia él, interrogante. 
-         ¿Recuerdas lo que te dije antes? Eso de que estaba arrepentido y de había cometido un error, algo que no pensaba volver a dejar repetirse.
-          Recuerdo, recuerdo.
Gabriel suspiró, soltando aire, nunca había dado explicaciones a nadie y se le daba fatal. 
-         Esta mañana he estado con una chica, sí, es un error, no debí haber echo nada. Yo no la quiero, y ella tampoco me quiere a mí. Soy como una especie de pasatiempo para ella...
-         ¿Qué me intentas decir, Gabriel?
-          Ingrid, todo el mundo piensa que soy gay. Y nadie me cree cuando lo niego ¿entiendes? Mis compañeros asesinos también lo piensan. Lo único que he hecho ha sido dejar claro que no lo soy, solo eso. 
Ingrid no supo que decir por unos instantes, no entendía por que se sentía tan alegre, y antes de que se hubiera dado cuenta lo estaba abrazando, con cariño. 
-         No tienes que darme tantas explicaciones, tan solo quería que confiaras en mí, no sé. Eso es lo que hacen los amigos.-mintió. ¿Cómo iba a admitirlo? Se había sentido celosa, celosa de que alguien tuviera algo con él, cuando ella pensaba que era la única chica especial para Gabriel.
Él, emocionado, la apretó contra él y argumentó, feliz: 
-         Gracias por creerme. Eres... lo mejor que tengo.
La soltó de golpe, y rectificó, mientras se revolvía el pelo de la nuca, nervioso. 
-         Bueno, tenerte como amiga es lo mejor que tengo...
-          Te entendí a la primera.-sonrió ella.

La sala estaba en penumbra y el olor a incienso recubría el ambiente, música Jazz se escuchaba de fondo, seguido del ligero murmullo de la gente del bar. Era una noche tranquila y fría, en las calles de aquella ciudad, al norte de Londres. Tal y como habían acordado, él estaba ahí sentado, esperando, escuchando a la banda de música tocar en vivo un éxito de Nina Simone. Se cruzó de piernas en la silla, y miró el reloj. Era una de las primeras veces que se sentía impaciente y no le gustaba en absoluto la sensación. Su “cita” llegaba tarde.
Por fin, una mujer alta, de pelo rojo como el fuego, ondulado, y vestida con un ajustado vestido negro, calzando unos tacones de unos 10 centímetros llenos de piedras brillantes color rojas, entró al establecimiento. No le costó mucho encontrar a Chax, que la esperaba, tamborileando con un deje de impaciencia sobre una mesa alejada del local. Ella se sentó en la silla de en frente y le sonrió seductoramente, enseñando sus blancos dientes mientras se acodaba en la mesa.
-         Siento el retraso.-Suspiró ella, y pasándole la lengua por los dientes añadió.- He estado ocupada.
Chax entrecerró los ojos, muestra de que era la peor excusa que le habían dado hasta ahora.
-         ¿Encontraste al demonio?
-         Si lo hubiera encontrado no habría quedado contigo para pedirte información ¿No crees?
Ella rió, divertida, ante la hostilidad de su acompañante.
-         Entiendo. Si me dejas ver su aspecto…
Chax se sacó una arrugada foto de la manga.
-         Tan solo tengo su aspecto humano. –dijo.
-         Con eso me basta. –garantizó ella, cogiendo con sus afilados dedos con manicura francesa de color roja la desgastada fotografía. Durante unos segundos la observó, pensativa.
La foto representaba a un muchacho japonés, vestido con un kimono azul marino, sonriendo de forma extraña, una figura menuda y paliducha estaba a su lado, escondiéndose como si no quisiera salir en aquel retrato.
-         Oni. –declaró ella.- Sin duda alguna es un Oni.
Chax la miró interrogante.
-         Son demonios japoneses. –explicó ella.
-         Eso ya lo sé. Pero… ¿Cuál es su tarea realmente?
-         Existen pocos Onis en estos tiempos, con lo cual la reducida cantidad de este tipo de demonios suelen servir a demonios de más alto rango. Un demonio como tú, Chax. Tú eres de los pocos demonios que conozco que no tiene a uno como servidor. Incluso Furfur tiene uno.
-         Ya veo. ¿Este es el Oni de Furfur?
-         No. –Negó ella.-Conozco al Oni de Furfur y te digo que no es este. ¿Sabes? Los Onis no son como nosotros, que podemos escoger el aspecto que nos plazca y conservarlo eternamente. Los Onis deben quedarse con el cuerpo sin vida de alguna persona. –Señaló al joven japonés de la foto.- Este muchacho está muerto, lo único que lo mantiene su cuerpo vivo es un Oni disfrazado bajo su piel. Llega un momento que el cuerpo no puede más y acaba pudriéndose, con lo cual el Oni vuelve a tener el aspecto habitual.
-         Interesante… pero… ¿A quien sirve este Oni?
-         Voy a serte sincera. No tengo ni idea. No estoy muy metida en ese mundo.
Chax frunció el ceño, y descubrió entonces que ella lo observaba y luego fijaba nuevamente la vista en la foto, la cual estaba examinando cada vez más atentamente. Esta vez no estaba prestándole atención al Oni, sino a la figura del niño pequeño que había a su lado.
-         No has cambiado nada desde la última vez que nos vimos. –comentó ella entonces, perdida en los recuerdos. –Viejos tiempo sí. Quizás mejores para ti. Cuando los demonios más poderosos decidieron experimentar para aumentar su poder, una formula infalible para acabar de una vez por todas de la molestia de los ángeles, enterrar de una vez esos ideales de un mundo mejor, sin dolor. Que ellos están tratando de conseguir. –se mojó los labios.- Tú te negaste en rotundo a experimentar –estalló en carcajadas llenas de punzante crueldad.- La recuerdo, la recuerdo, Chax. Se aferraba a ti como una garrapata, eras su chico y lo dejaba claro. Te alejaste de ella para no meterla en este mundo, demasiado complicado para una simple mente humana. Pero… al final acabaste entrando el juego y ahora estás atrapado. Alguien ha movido ya sus fichas y ha estado a punto de arrebatarle lo que es tuyo y manejarlo a su antojo.
Chax apretó los puños, furioso.
-         Y no dudo que vuelva a por lo que ha tenido bajo su poder durante tantísimo tiempo. Vas perdiendo, cuando ni siquiera querías participar. Yo que tú me daría mucha prisa en encontrar a ese demonio que pretende hacerse más poderoso de lo que es a coste de algo tuyo. –La advertencia salía de sus palabras, inyectándole a cada frase el veneno de una víbora.
-         Suficiente.-Cortó él, punzante.
-         ¿La verdad duele eh? –Rió ella, satisfecha por haberle hecho enfadar.- Cuidado, si los demonios ya lo han estado dañando anteriormente, no dudarán en hacerlo ahora. Ahora que tú eres mucho más vulnerable.
Ella era puro veneno, la maldad con forma de mujer. Chax se levantó, colérico. Estaba diciendo verdades como puños, pero a la vez estaba metiendo el dedo justo en llaga y eso a Chax no le hacia mucha gracia. Su paciencia se había agotado.
La agarró del cuello y la estampó contra la pared. Los del local, alarmados y asustados a la vez, se giraron para mirar lo ocurrido. A uno de los camareros del bar se le cayó una bandeja llena de cócteles, y la música dejó de sonar. Se hizo el silencio, y todo el mundo esperaba, expectante. Nadie parecía saber que hacer verdaderamente, los camareros contenían la respiración.
-         ¿Vas a pegarle a una chica? –masculló ella, aún con una sonrisa en su rostro sensual.
Él oprimió con más fuerza su cuello, aumentando la presión y el dolor, acto seguido tiró su cuerpo hacia una vitrina llena de botellas de vinos caros y de marcas fabulosas, la estantería se rompió en pedazos y la demonio cayó al suelo, rodeaba de incontables esquirlas de cristal, la sangre comenzó a chorrear por todo su cuerpo, y su mirada había quedado fija en un punto perdido del horizonte. El suelo se estaba manchando de sangre, color negra como el alquitrán.
-         ¡Llamaré a la policía! –avisó uno de los camareros, sujetando con manos temblorosas un teléfono móvil.
-         Llama al FBI o a la CIA, si te apetece. –dijo, sonriendo mordaz, y saliendo del establecimiento.
Un demonio menos, ya cada vez eran menos. Y es que tantos años de convivir, de aguantar sus propios trucos, coartadas, tretas, engaños y mentiras. Los demonios apenas se aguantaban ya entre sí, por eso habían decidido hacer las pruebas…

Entre sus manos sostenía un cuenco repleto de cerezas, se encontraba sentado en una de aquellas sillas altas para sentarse en la barra americana que poseía la cocina de la mansión, no estaba solo, Abeeku estaba junto a él, devorando como un animal una docena de pasteles y gofres que estaba recubriendo de sirope. Más allá estaba Kavita, tomando cereales con miel, y viendo lucha libre en alguno de los millones de canales que se podían ver en las televisiones de la casa. Sin duda no podía quejarse del trato que les daba Akira, nunca faltaba comida, había todo lo habido y por haber, inimaginables productos de todos los países, incluso Gabriel contaba con fideos instantáneos japoneses, cubiertos de todo tipo (incluso palillos, ya que Gabriel era excesivamente torpe usando la cubertería europea), toallas limpias, toda clase de bebidas, alcohólicas, infusiones relajantes... y tabaco, traído de los mejores lugares del mundo. 
Gabriel estaba sumido en sus pensamientos, tenía el rabillo de una cereza entre los dedos, el cual doblaba distraídamente, mientras roía con los dientes el hueso de la fruta, un paquete de cigarrillos rusos descansaba al lado del cuenco. Anoche toda aquella incomodidad que había sentido por unos momentos con Ingrid, se evaporó sin más, dando paso a... Gabriel no era capaz de describirlo, no atendía a motivos, ni a razones, pero el hecho de sentirla cerca hacia que todo su ser se calmara, siempre había algo en su interior que lo hacia sentirse desgraciado, solo, herido en el poco orgullo que le quedaba... siempre había ahí un nubarrón negro que lo perseguía implacable allá donde fuera, pero todo parecía aclararse cuando estaban juntos. Sonreía, y el mundo parecía detenerse, transformaba en paz el caos que gobernaba en su desordenada y torcida mente. No sabía que tenía ella, no podía negar que era preciosa, que adoraba su olor y aquella luz que desprendía su cuerpo, era un ángel. Sabía que era su contrario, su polo apuesto, que quizá su amistad estuviese mal vista por sus superiores. Pero era un caído, su vida no era importante, su vida siempre había sido una montaña rusa del terror, llena de bajones, caídas en picado y ascensiones momentáneas, para luego hacer la caída más desoladora. Daba igual, le era indiferente su destino. Ella le hacía sentirse de una forma distinta, como si su cuerpo flotara, pero siempre a su alrededor, nunca había sonreído tan seguido... nunca se había divertido tanto con alguien. Ella podría parecer sosa, aburrida a los ojos de otras personas, alguien demasiado inocente. Pero para Gabriel era un mundo. Su nuevo mundo.
Ayer habían cenado juntos, como era costumbre, aquella noche tomaron pizza y de postre palomitas, debido a que se quedaron viendo una película en su salón. Ni recordaba el título, ni los personajes, ni cual era su trama, había estado demasiado entretenido, ya que Ingrid se había apoyado en el durante la mayor parte de la película, y él había estado ocupado rizando entre sus dedos uno de sus mechones, quedándose quieto cuando la sentía más cerca, sintiendo su respiración. Acabaron peleándose, corriendo por todo el salón tirándose palomitas, intentando acertarle al otro, Ingrid jugó con ventaja puesto que ella tenía en las manos el cuenco rebosante de palomitas, mientras que Gabriel tuvo que perseguirla durante un largo rato, cuando su munición se hubo agotado. Cuando al final la atrapó, ella dejó caer el recipiente, llenando con las pocas que quedaban el suelo. Él la había aprisionado por detrás, para impedirle moverse, una especie de envolvente abrazo, ambos rieron por un momento, y cuando llegó el silencio se miraron. Justo entonces ella le besó la mejilla. Y entonces: 
-         ¿Pero se puede saber que haces, Ingrid?
Thomas había bajado, en pijama, despeinado, amodorrado y bastante malhumorado. Sorprendido observó a Gabriel, entrecerró los ojos y exclamó, burlón:
- ¡Gabriel, menuda sorpresa amigo! ¿Se puede saber que hacéis los dos aquí? -fijó su mirada en un reloj antiguo colgado en una de las paredes de la habitación y dijo.- Es más de media noche. 
- Veíamos una película.-explicó él.
- Ya veo.-dijo, pasando una mirada crítica al suelo, cubierto por palomitas pisoteadas.- ¿Viendo una película o manchándome la casa? ¡La que habéis liado!
Ingrid frunció el ceño.
- No te preocupes.-Dijo, tirándole uno de los cojines del sofá a su hermano, que al estar distraído le acertó en la cara.- Vamos a limpiarlo nosotros. Además, no podíamos oír la película, alguien estaba roncando como un oso. 
Thomas se ruborizó, consciente de que Gabriel y ella seguramente habrían estado burlándose de él toda la noche, con respecto a sus ronquidos. 
- Me vuelvo a la cama.-cortó él, un poco ofendido porque lo hubiera puesto en evidencia delante de Gabriel. A pesar de llevarse bien con aquel chico, y tratarlo con normalidad, no podía dejar de admitir que él tenía algo raro, eran sus ojos, su pose, los rasgos de su cara, el hecho de ir vestido casi siempre de negro, intimidaba, infundía una especie de temeroso respeto. Aunque hoy hubiera cambiado su indumentaria seguía teniendo el mismo efecto sobre él, lo observó de arriba a abajo, parándose en su cuello, lleno de manchas rosadas. Arqueó las cejas al fijarse en ello. ¿Ingrid había...? 
- Bueno Gabriel, creo que vamos a barrer con banda sonora. 
Otra broma por parte de su hermana. 
Thomas le sacó la lengua.
- Bah, paso de ti. 
Ingrid rió, junto a Gabriel que sonreía levemente. El resto de la velada no había sido tan interesante, recogieron entre bromas y se despidieron cuando hubieron terminado, quedando de nuevo en el parque. 
Escupió en un recipiente vacío el hueso roído de la cereza y suspiró. No tenía nada de hambre y quería ver a Ingrid. Tampoco le era muy atractiva la idea de hacer ejercicio físico, cuando estaba en una especie de vacaciones. Fue entonces cuando recordó aquel sobre lleno de billetes, guardado en uno de los cajones de su mesilla de noche. Seguía sin entender nada de lo que últimamente ocurría a su alrededor: Akira se iba y le dejaba dinero para gastárselo a sus anchas, a parte de insistirle en que no saliera mucho de casa, y no darle explicaciones de ningún tipo. Se estaba saltando sus normas, pero ¿Qué más daba? Todos los demás caídos salían cuando querían, y a veces pasaban varias noches fuera de la mansión, haciendo quien sabe que. Nada bueno, ni legal, se suponía Gabriel. Así que esa mañana salió de compras. Iba a comprarse un Iphone, había visto varios anuncios de aquel cacharro en la televisión y le había llamado la atención. Nunca se había permitido ninguna clase de lujos, siempre viviendo en la miseria de un padre continuamente en paro, mendigándole a su tío... Tenía dinero para él y pensaba gastárselo en lo que quisiera.

2 comentarios:

  1. Esta pareja cada vez me gusta más. El hermano de Ingrid me cae muy bien, cada vez que sale, me rio mucho con lo que dice. ¡Publica pronto el siguiente! ¡Un beso!

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  2. ¡Muy Buena! Gabriel me encanta... Espero el siguiente :)

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