lunes, 22 de agosto de 2011

Capítulo 19. El pasado que dejaste atrás te encontrará.


Antes de nada, me gustaría agradeceros las 1.000 visitas a las que este blog llegó anoche. Muchas gracias a todos los que siguen esta historia. Bueno, ya no digo más, aquí os dejo el capítulo.^^ 


Mientras tanto Ingrid se encontraba en el recreo, estaba sentada en un banco, con un cuaderno de dibujo en su regazo, y sosteniendo un lápiz en sus manos. Ella no solía estar muy acompañada allí en su instituto así que pasaba los ratos libres dibujando en aquel cuaderno, desde muy pequeña le había encantado dibujar y disfrutaba con ello. Normalmente pintaba paisajes, reales o sacados de su imaginación, retrataba al instituto, o a alumnos que le pedían que dibujara retratos suyos, pero últimamente la temática de sus dibujos había cambiado. Casi solas, empezaron dibujando ángeles, con alas enormes y con el mismo porte majestuoso que el ángel que la marcó a ella. Pasando los días, demonios también comenzaron a aparecer entre las páginas de su cuaderno, aquel día estaba dibujando algo completamente distinto a las poses desafiantes que solía dibujar entre los ángeles y demonios. Hoy…
En ese momento Katerina apareció frente a ella, y miró con ojo crítico su dibujo, una mueca de disgusto se extendió por su cara.
-         ¿Qué clase de dibujo es ese? –quiso saber.
-         Esto…
-         ¿Qué hace un ángel besando a un demonio?
-         Pues…
-         Menuda imaginación que tienes. Los ángeles no tienen tratos con demonios, ellos son puros e intentan alejar a los humanos de mal camino, el cual trazan los demonios…
-         No tiene por qué ser así…-negó ella, cerrando el cuaderno, azorada.
Katerina rodó los ojos, exasperada.
-         Como gustes.- refunfuñó, con los brazos como jarras, luego añadió.- ¿Hoy nos veremos en ese hospital de las afueras no?
Ingrid asintió, despacio.
-         Supongo que sí.
-         Bien.-sonrió ella, pero luego, su sonrisa desapareció y frunciendo el ceño preguntó.- ¿Irá Gabriel contigo?
-         ¿Por qué lo preguntas?
-         Porque me han dicho que te suele acompañar allá a donde vas.
-         Ah, si… es cierto.
-         ¿Estás tratando de hacerlo voluntario como nosotras?
¿Cómo iba a explicarle a Katerina que sentía la urgente necesidad de estar con él? Estuviese donde estuviese, que dejaba de sentirse sola e incomprendida cuando sentía su presencia, que se había echo tan… imprescindible…
-         Además.-siguió la chica.- Él no tiene pinta de ser muy buena persona que digamos, ni estar por la causa.
-         Es un sol. –terció ella.
-         Un sol oscuro.-gruñó Katerina, sombría. –No deberías pensar en chicos cuando pronto entraremos en un convento. Y menos chicos como él, tan oscuros… y con ese aspecto tan andrógino. Tiene unos ojos tan inhumanos. Me da escalofríos.
-         Eso es porque tú no sabes ver a través de él. Es mucho más de lo que tú piensas. Por otro lado, no estoy muy segura de si voy a ir contigo o no…
Katerina se quedó callada, bajó la cabeza, pensativa y se miró sus zapatos perfectamente limpios.
-         Ya nos veremos.-dijo.


Se había comprado el Iphone tal y como había pensado, pero no pudo evitar entrar en una tienda de aspecto tétrico, donde se llevó todo lo que tuviera pinchos. Un collar de perro, un cinturón y pulseras de pinchos de plata, además de unos enormes cascos, negros y con estrellas rojas en la parte que cubría sus orejas. Cuando Ingrid llegó al lugar acordado, sonriente, después de intercambiar sus típicos saludos, el de ella todavía era un poco tímido, mientras que el del joven era resuelto, sin ocultar la alegría que sentía cada vez que la veía. La muchacha ladeó la cabeza al observar la nueva indumentaria de su amigo, alrededor de su cuello se encontraba el collar de perro, mientras que sus orejas estaban cubiertas por unos grandes auriculares negros, con estrellas rojas.
-         ¿Puedes oírme con eso? –señaló los cascos, divertida.
Gabriel asintió, sonriente y en ese mismo instante sacó algo de su bolsillo, un Iphone.
-         ¿Me das tu número? –quiso saber.
-         ¿Mi número?
-         Sí.- Gabriel alzó el objeto, mostrándoselo.-Más que nada lo he comprado para escuchar música y entretenerme con los juegos que tiene… pero…por si alguna vez pasa algo, para que podamos seguir manteniéndonos en contacto.
-         Oh, no seas melodramático.-sonrió ella, brindándole aquella calma, que ahora era como su droga. Gabriel se veía incapaz de enfrentarse al día a día sin al menos ver aquella sonrisa, sin verla a ella. Inconcientemente le dedicó una sonrisilla, mientras ella le arrebataba suavemente el teléfono de las manos y ella misma marcaba su número y se agregaba a sí misma como contacto.
-         No suelo usar mucho el móvil.-admitió, devolviéndole el Iphone.- Tan solo lo uso para hablar con mis padres, otras para localizar a Thomas…así que ahora que tienes un móvil, ¿Me mandarás un mensaje al menos?
Gabriel rió, levemente.
-         Oye, no te rías, que verdaderamente me hace ilusión.
-         ¿No te han mandado nunca un mensaje?
-         No una persona especial.-respondió ella, mirándole con cariño.
-         Ingrid, si te digo que te voy a mandar un SMS se le quita la magia al asunto.-bromeó él.
Ella bufó.
-         Eso significa que hoy cuando tú te vayas a donde sea que vivas, vas a caer como un tronco en tu cama y no me vas a mandar nada. –refunfuñó, divertida. –Flojo.
-         ¡Eh! –se quejó él. –Así se me reducen las ganas de mandarte nada.
Ella puso los ojos en blanco.
-         Vale, tú ganas.
Gabriel pegó un puñetazo al aire, en señal de victoria, y cuando se volvió para mirarla, ella, con los brazos como jarras, y una radiante sonrisa le dijo:
-         Hoy vamos a un hospital.
-         Precioso lugar. Perfecto para un picnic.-dijo con sorna. - ¿Queda muy lejos?
-         Está en la otra punta de Praga.
-         ¿Qué? ¿Harás que tenga que ir a por mi moto y te lleve? Como ya has descubierto soy flojo.
-         No, listo, no. Iremos como las personas normales, en metro.
-         ¿Metro?
Ella rebuscó en uno de sus bolsillos, y le mostró los tickets.
-         Tengo de sobra. Thomas compra demasiados y los pierde por la casa. Estos estaban en una caja vacía de galletas.
Gabriel rió, y ambos se pusieron en marcha.
El metro estaba a rebosar de gente, de todos los tamaños, colores y vestidos de una manera distinta. El joven no hacía más que mirar a todos sitios, olía un poco mal ahí dentro, y apenas se podía caminar por la muchedumbre. Ingrid se orientaba con facilidad a través de los túneles subterráneos, y antes de que Gabriel se diese cuenta ya habían motado en uno de los vagones del metro. Todos estaban a más no poder de gente, con lo cual no encontraron asiento. Gabriel halló lugar al fondo del vagón, en una esquina, donde se agarró a una de esas vigas de metal. El metro se puso en marcha, e Ingrid por poco no pierde el equilibrio, y se choca con un hombre bastante mayor y cara de malas pulgas.
-         Ven.-dijo Gabriel, agarrando su brazo, y atrayéndola hacia él.- Agárrate a mí.
Un poco ruborizada se pegó a él, sintió el brazo de Gabriel rodeándole la espalda, y su mano se posó en su cintura. Durante las tres primeras paradas, estuvieron haciendo bromas, y observando a la gente que entraba y salía del vagón. En la cuarta parada entró una enorme muchedumbre de gente, llenado aún más el lugar y haciendo que Ingrid tuviera que pegarse más a su amigo. Estaba tan cerca de él, que podía sentir su respiración, la barbilla de Gabriel rozaba su frente, y una de sus manos estaba deslizándose por su pelo. Ella quiso decir algo en ese momento, le miró, y los ojos de él la correspondieron. Quería decir algo… quería… pero ya era demasiado tarde, se había perdido en sus ojos, sentía la mano de Gabriel, acariciando su mejilla, con suavidad. Él también la estaba mirando, con una mezcla de tristeza y adoración. Y entonces Ingrid fue consciente de que no quería romper aquel trance en cual ambos habían quedado atrapados, no le molestaba aquel silencio, se sentía bien ahí. Todo lo que quería, lo tenía allí, en sus brazos. Así que cerró los ojos y enterró su cabeza en el pecho de Gabriel, fundiéndose ambos en un abrazo, Gabriel besó su pelo. De nuevo el metro paró, y su parada fue tan brusca, que los dos por poco no pierden en equilibrio. Gabriel la tomó por la cintura, mientras reían.
Y en ese momento, algo resquebrajó aquel ambiente romántico de los dos jóvenes, era una voz conocida.
- Ingrid, la parada del hospital es esta.
La aludida se separó en ese momento de Gabriel, aturdida, observó a Katerina, que estaba fulminando a su amigo con la mirada, mientras que este acababa de darse cuenta de que tenía razón.
Rápidamente empujó a Ingrid, con suavidad afuera, junto a Katerina, justo antes de que las puertas se cerraran. Gabriel resopló, quería regresar en el tiempo… y volver a estar en el tren, abrazado a Ingrid.
-         Vamos, Gabriel.-lo llamó ella, que ya había seguido hacia delante con Katerina, que la estaba regañando por su falta de atención.
Este no tardó en ponerse a su lado, y de mala gana escuchó a Katerina, chica que cada día le caía peor, se cruzó de brazos, a la vez que caminaban. Salieron a la superficie y la luz del día acarició la piel de los tres jóvenes, calle arriba se podía observar el edificio del hospital, blanco y con decenas de ambulancias aparcadas en sus puertas.
-         ¿Dónde vas a quedarte tú, mientras nosotras ayudamos? –quiso saber Katerina, mirando al muchacho con una mueca de desdén.
-         No sé, supongo que me sentaré en uno de los bancos de la entrada…
-         O puedes quedarte en la cafetería, a las seis y media paramos para merendar. –propuso Ingrid.- También hay periódicos y revistas que se pueden coger gratis allí.
-         Mejor eso.-se decidió Gabriel.
-         Vas a pasar una tarde realmente aburrida, Gabriel.- Agregó Katerina, dejando claro que su presencia en el hospital no le hacia gracia.- ¿Por qué no mejor te vas a hacer algo que se te de bien? Algo como fumar, robar de los puestos callejeros… o vagabundear por la calle ¿No tienes casa propia?
-         La tengo. Y seguro que es más grande que la tuya.-gruñó Gabriel.
Ingrid frunció el ceño, Katerina estaba siendo demasiado brusca con Gabriel.
-         Vale ya. –pidió Ingrid.
Gabriel reprimió un: “Ha empezado ella”, sonaría demasiado infantil. Lo dicho, las dos chicas se fueron, Ingrid le palmeó la espalda y con una sonrisa le dijo:
-         Nos vemos luego. Espérame aquí ¿vale?
El joven asintió, le guiñó un ojo y se cruzó de piernas en aquella silla, pidió un café y cogió una revista de música. No le gustaba aquel lugar, donde había tanta desesperación y el olor a muerte lo inundaba todo. Parecía extraño que siendo asesino detestara aquel lugar. Nunca le habían gustado los hospitales. De pequeño, había pisado demasiadas veces el suelo de un hospital, inconcientemente acarició las marcas moradas de su muñeca, recordando estar sentado en aquel taxi, llorando sobre el regazo de su madre, camino hacia el hospital, porque había sufrido un ataque y había chillado y llorado tanto, que el jaleo había echo endurecer a su padre. Que “tomó medidas” para callarlo. Medidas demasiado dolorosas, que la mayoría de las veces consistían en brutales palizas. No quería recordar aquellas palizas, no quería estar continuamente perseguido por su pasado. No podía continuar lamentándose por su infancia de pesadilla. Nunca volvería a ver a su padre, él estaba lejos, en Tokio, en Japón. Viendo absurdos programas de televisión, fumando de su pipa y ganando dinero de la forma más honrada hasta ahora: alquilando su habitación. Además, no recibía palizas de su padre desde que tenía catorce años, ahora tan solo existía una latente indiferencia entre ambos. Y en ese momento, Gabriel se preguntó: ¿Habría leído sus pintadas? ¿Aquella frase? Habría pintado la habitación sin percatarse en aquellas tonterías que su hijo escribía. Entre ellas estaban las fechas en las que él podía ir a ver a su madre al manicomio, la fecha de su cumpleaños, la fecha del día en que su prima se marchó a Irlanda y se quedó prácticamente solo. Muchas fechas, días más lamentables que los demás, dentro de su oscura y torcida rutina.
Cabreado, apretó las hojas de la revista en sus dedos. Justo cuando la camarera le dejaba el café sobre la mesa. Dio un sorbo. Sabía fatal, seguro que era de máquina. Además, no estaba lo suficientemente caliente. Resopló. ¿Por qué Ingrid se había ido y lo había dejado ahí solo? Pensó, abatido. Sabía que tenía que comprenderla, ella era lo que era y su misión era más importante que sus problemas y su traumático pasado… pero por otro lado, le gustaría permanecer por siempre en aquel estado de felicidad absoluta, cuando había estado a solas con Ingrid en el metro. Suspiró de nuevo, otro sorbo a su café, mientras ojeaba la noticia de una nueva gira de Lady GaGa. Hizo una mueca de asco al ver una entrevista de Justin Bieber al pasar de página.
-         Pero si canta como una nena.-Pensó, pasando de página de nuevo; arqueó las cejas, al ver un reportaje de la ropa que usaba Hannah Montana o Miley Cyrus… como quisiese que se llamara. – Pero ¿Dónde quedó la buena música? Que pena de generación.
Cerró la revista, frustrado. El tiempo pasaba lentamente y tras media hora de dar mini-sorbos al café, que lentamente se iba enfriando sobre la mesa de plástico de aquella cafetería. Sí, Katerina tenía razón. Estaba aburrido y las imágenes de sus otras visitas a un hospital se arrastraban a lo largo de su mente, recuerdos que había enterrado tiempo atrás salían a flote y poco a poco se iba sintiendo cada vez más decadente.
Cuando se levantó, era consciente de que aún faltaba más de una hora para que Ingrid llegara a merendar junto a él, y con la irritante presencia de Katerina, salió de la cafetería sin pagar, y se internó por los pasillos, dispuesto a encontrar a Ingrid. Sabía que era un comportamiento egoísta e infantil. Pero iba a volverse loco si permanecía por más tiempo solo, sin tener nada que hacer allí sentando, observando con la mirada pérdida el vago movimiento de las agujas del reloj.
En el pasillo solo se oían carreras, llantos, familias desesperadas, rotas por una muerte repentina, el fin de una larga y dolorosa enfermedad, el cuerpo frío de un ser querido que yacía en alguna de esas camillas. Sintió escalofríos.
Estaba viéndose a si mismo, en una de esas camillas, un doctor que le decía a su madre que sollozaba: Ha perdido mucha sangre ¿Cómo se ha hecho eso? Es una herida profunda.
Su madre nunca tuvo la valentía suficiente como para decir quién era la persona que maltrataba a su pequeño. ¿Por qué no podía dejar de recordar? ¿Por qué?
Soltó aire. ¿Dónde estaba Ingrid? Todo se estaba volviendo tan confuso, la gente pasaba por su lado, corriendo, gritando, con prisas, con el sufrimiento reflejado en sus cansados rostros. Y Gabriel se sentía perdido.
-         Ingrid…-musitó, deteniéndose entre una muchedumbre de médicos que corrían hacia una de las salas.
Y entonces lo oyó:
- Gabriel.
Sintió un escalofrío, le sonaba esa voz, era a la vez tan familiar y atemorizante.
-         Gabriel.-repitió aquella voz.
-         ¿Quién eres? –dijo a media voz, mirando a todos sitios, sin encontrar nada sospechoso.
-         Gabriel.
De nuevo, estaba ahí, persistente. ¿De quién ere esa voz? Era tan familiar, tan cercana.
-         Gabriel.
Sintió miedo, la alarma corriendo por sus venas- Tenía que huir, correr lejos, alejarse todo lo posible de aquella voz, que escondía algo peligroso.
-         Gabriel.
Echó a correr, presa del pánico, las piernas le temblaban por el miedo que hacía latir su corazón a más velocidad. Nadie parecía percatarse del peligro, de aquello que se escondía en la oscuridad. Todos tan centrados en sus propios problemas… ¿Nadie lo oía? Estaba ahí, él sabía que estaba ahí.
-         Gabriel.
Y en ese momento algo apareció en frente de él. Una figura familiar, una figura que estaba presente en todas sus peores pesadillas. Su fría e inhumana sonrisa, congeló a Gabriel en el sitio. Sus pupilas se empequeñecieron y observaron sobrecogido y totalmente paralizado a la persona que tenía ante sus narices. Tan real como el oxígeno que entraba por sus pulmones.
- ¿Papá? –tartamudeó.
Este ladeó la cabeza, mientras sonreía enseñando sus dientes, se veían más amarillos de lo que él recordaba, sus ojos tan solo eran dos finas y oscuras líneas. Parecía drogado. Su cuerpo caía hacía un lado, sus manos colgando sin vida hacia delante, rodillas vagamente flexionadas. Lo estaba mirando a él. Su piel presentaba unas extrañas grietas, y su cuerpo desprendía un horrible hedor a podrido.
Retrocedió.
-         ¿A dónde crees que vas, hijo mío? –su voz había sonado ronca, hablando en un perfecto japonés.
Gabriel temblaba. ¿Qué hacía él ahí?
-         ¡Cállate! –chilló.
-         Ven aquí, hijo.- susurró el Sr. Hatsuke.
-         ¡Aléjate de mí! –bramó Gabriel, corriendo a toda velocidad, chocándose con gente, y haciéndose paso como podía.
La gente lo miraba indiferente, algunos lo veían como un psicópata, todos tan metidos en sus propios problemas... Gabriel se sentía atrapado, retenido. Sin escapatoria. Su vista se dividió y a turnos observaba los pasillos del hospital, y otras veces se veía a sí mismo tratando de escapar de la ira de su padre en su casa de Tokio. Las losas blancas del hospital, se transformaban en la vieja y desgastada madera que chirriaba, las paredes blancas, se convertían en esas sucias de papel, las lámparas de luz blanca que lo alumbraban, se trasformaban en la tenue luz amarilla de su casa.
Su padre estaba corriendo a una velocidad sorprendente. Sorteando a las personas con las que se cruzaba con una agilidad sobrenatural. ¿Qué estaba ocurriendo?
-         ¡Ingrid! –chilló él, con todo el aire de sus pulmones.
Sus piernas fallaron, y cayó. Golpeándose, estrellándose contra las frías losas del suelo. Intentó incorporarse, pero cuando estaba ya de rodillas, sintió las manos de su padre sobre su cara. Clavó sus uñas en sus mejillas, y Gabriel chilló, pidió auxilio. Nadie parecía oírlo. De nuevo nadie estaba ahí para salvarlo. Nadie vendría, a rescatarlo. Ni siquiera su madre…
-         Déjame ir… papá… por favor…
Oyó como se reía, burlándose de su debilidad. Él, un asesino, tenía miedo de su propio padre. Apenas podía moverse, paralítico por su temor. Las manos de su padre estaban pringosas y sudorosas, y podía oír el crujido de su piel agrietándose lentamente.
-         Papá… déjame…-suplicó, cerrando los ojos con fuerza, deseando que aquella tortura terminaba de una vez. Lamentando no poder morir en paz cuando tuvo oportunidad. –Papá…
Todo se hizo confuso, su cuerpo ahora era ligero, no quería abrir los ojos, no quería enfrentarse a la realidad, sentía lágrimas acumulándose en sus ojos. ¿Iba a morir? ¿Sería maltratado? ¿Recibiría otra de aquellas palizas? ¿Cómo había podido encontrarlo? ¿Cómo…?
Parecía estar en una asfixiante nube, que le impedía moverse, parecía flotar, sus piernas ya no sentían el duro suelo. Oía voces, distorsionadas, risas que se mezclaban entre otras, meciéndose entre la incomprensión, mantuvo los ojos cerrados, hasta que no pudo más, la incertidumbre de sentirse tan vacío lo estaba matando. Tenía que ver lo que ocurría.
La realidad, la dura y cruda realidad golpearon sus ojos. Alguien acababa de sentarlo en una camilla, y lo estaba sosteniendo firmemente sentado, evitando que su cuerpo, tembloroso y sudoroso cayera hacia atrás. Hacía demasiado calor, como si estuviera invadido por una fiebre altísima. Trató de respirar, pero el aire se negaba a penetrar en sus pulmones.
-         Gabriel.-aliviado, comprobó que aquella voz era distinta. – Gabriel, cálmate. Tienes un…
Sintió espasmos de dolor, rápidos, fuertes descargas eléctricas, aquellas miles de agujas clavadas en su cuerpo, cristales rotos corriendo por sus venas, insectos pululando por debajo de su piel, algo en su interior clamaba salir, ser libre… y él todavía no comprendía aquella extraña situación.
-         Ataque.-completó el doctor.
Gabriel se echó hacia delante, encogido sobre si mismo, su boca se abrió, gimió lleno de dolor, mientras lágrimas corrían por sus mejillas. Gritó. Quería morir, solo quería morir en aquel instante. Aunque sabía que ahora, aún así no escaparía de aquello. Y entonces sintió aquella aguja rompiendo su piel, su cura estaba siendo inyectada en sus venas, y todo de repente se paró, mientras su consciencia se esfumaba, cayendo en un oscuro pozo.



5 comentarios:

  1. Esta historia cada vez está más intrigante. A mí la cura esa que le está suministrando el médico me da muuuy mala espina. Por otro lado, ¿lo del padre habrá sido real o producto de su mente? Y ¿para cuándo un besito entre Ingrid y Gaby? ¡Si lo están deseando!... Y yo también, muajajaja. Un capítulo perfecto, preciosa. Espero pronto el siguiente. :)

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  2. WII WIII!! Me encanta, pero si es que es genial. Has mejorado mucho desde que leí el primer capítulo de HDLR. Sí sí convencida.
    Estoy de acuerdo con Athenea me da muy mala espina la cura del médico

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  3. Hola!! No pude leer los dos ultimos antes por esto de mi rodenador xD pero bueno, estan geniales. Me tienes intrigada!! me gusta mucho, sigue asi!

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  4. Hola!! Nuevo capítulo de Mentiras que creí http://amormasalladelaunicidad.blogspot.com/



    Espero tu opinión!
    Un beso (:

    AH Y PUBLICA PRONTOOO!!
    xD

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  5. Yo coincido con Athenea, la cura esa no me parece tal cura, es más ese doctor tiene que ser un demonio o algo asi xD

    Gabriel e Ingrid hacen una pareja taaaaaaaaan mona! Son complementarios *¬*

    Que pena que no vaya a poder leer de ellos en una temporada TT.TT

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