jueves, 4 de agosto de 2011

Capítulo 15. Motivos más importantes que el equilibrio.

Gabriel se esperaba ceños fruncidos, y miradas interrogantes cuando entró en la mansión, pero resultaba que allí cada uno iba a su bola. Samantha estaba en el patio quemando un hormiguero, a base de cerillas. Kavita, Roman y Adnan estaban jugando al póker desparramados sobre la mullida alfombra del ancho recibidor. Alix tenía un mono terrible y se oían sus gritos retumbando por los pasillos de la segunda planta. Chin estaba en el salón del sofá rojo, enganchado a su ordenador. Mientras que Abeeku engullía una tarta de chocolate y nata en la cocina.
Si nadie había notado nada raro en su comportamiento del día anterior y en su corta desaparición, mucho mejor para él. Antes de nada, decidió ducharse, ya que todo su cuerpo desprendía un horrible hedor a sudor. Comprobó también por otra parte, que no le quedaba ropa limpia, salvo un quimono corto azul marino, que le llegaba a las rodillas. O el kimono para salir a poner una lavadora al cuarto donde se encontraba aquel aparato, o iba a tener que pasearse en bóxer negros con calaveras por ese largo pasillo hacia la habitación del fondo, que por cierto se hallaba relativamente cerca de la habitación de Akira. Obviamente prefirió el kimono.
El cuarto donde se encontraba la lavadora era bastante simple comparado con el resto de la enorme mansión. Las paredes estaban pintadas de color blanco y el suelo estaba recubierto por una moqueta oscura, un sofá de aspecto antiguo y desgastado, estaba en frente de las tres lavadoras, que se encontraban al fondo de la habitación, pegadas a la pared. Al lado de otras tres secadoras.
Antes de llegar había separado su ropa por colores, cosa que no le resultó muy difícil, puesto que su armario se basaba únicamente en prendas negras, grises y alguna que otra camisa roja o pantalones vaqueros, igualmente demasiado oscuros.
Estando las tres lavadoras desocupadas, no tuvo problemas para lavar toda su ropa enseguida. Terminado su trabajo, sentado en el sofá, con un pitillo en la boca, se quedó a observar girar su ropa en un torbellino oscuro, a través del cristal de la rueda del aparato. Y entonces se paró a pensar. A pesar de que tenía vagos y confusos recuerdos de su encuentro con el ángel… ¿Ella había dicho que no estaba demostrado que era un caído? Suspiró, abrumado. Si no era un caído ¿Qué era…?
“Una abominación obra de demonios enfermos” Quedó bloqueado en esta frase, se respaldó aún más en el sofá y le dio una nueva calada a su cigarro. Acabó dejándose caer en el sofá, vencido. No quería pensar de nuevo en eso. Él era un niño normal, bueno… normal dentro de lo que cabe. Su familia siempre había estado rota y en un triste estado decadente, su padre siempre había sentido una patente indiferencia por lo que hacía o dejaba de hacer, su madre sufría a causa de su enfermedad y poco podía hacer desde el centro psiquiátrico en el que estaba ingresada, salvo darle ánimos cuando Gabriel tenía ocasión de visitarla. Mataba y había nacido heredando la misma enfermedad que poseía su madre. Sin embargo… él era humano, no podía ser otra cosa. De repente, la imagen de su reflejo en el cristal de la ducha, cuando Akira lo tocaba y sus ojos se teñían de color rojo al contacto con el demonio, llegó a su mente.
-         Soy humano. –dijo, en voz alta, casi con desesperación.
Claro que era humano, pensó, mientras observaba el humo del cigarro flotando alrededor de su cabeza, definitivamente se le estaba yendo la cabeza si pensaba en aquel asunto.
El sonido del crujir de la puerta al cerrarse lo sobresaltó, y se incorporó rápidamente, sentándose nuevamente recto sobre el sofá.
Akira estaba en la puerta, mirándole con gravedad.
Gabriel no supo que decir, se estaba quemando los dedos, con su cigarro gastado, así que antes de decir nada decidió apagarlo, justamente en su muñeca. Antes de que se hubiera dado cuenta, Akira había avanzado hacía él y había atrapado su muñeca, antes de que hubiera podido hacer nada. Lo que quedaba el cigarrillo se le escurrió de la otra mano y cayó al suelo. Gabriel miraba conmocionado a Akira, sin saber que decir, ni que hacer, estaba práctica e incómodamente bloqueado.
-         ¿Quién te hizo eso? – exigió saber él, mirando con ojo crítico aquella marca morada en forma de circulo que manchaba la pálida piel de su muñeca.
Gabriel se revolvió.
-         ¿Para que quieres saberlo? Mi misión es asesinar y seguir tus órdenes. Cumplo mi trabajo perfectamente. No hay necesidad…
-          ¿Tengo que repetirlo, Gabriel?
Este bajó la cabeza, Akira seguía sosteniendo en alto su muñeca, apretándola.
-         ¿Tu mismo? No ¿Verdad?
Él negó con la cabeza.
-         Mi padre. –dijo finalmente. –Tenía la costumbre de apagar sus cigarros ahí. Estoy tan acostumbrado, que…  yo mismo los apago en el mismo lugar. No siento dolor… ya no…  
Los ojos de Akira relucieron, peligrosamente. Soltó su muñeca, abruptamente. Gabriel frunció el ceño.
-         ¿Has venido aquí solo para esto? –gruñó, picado.
El demonio negó con la cabeza.
-         No.-dijo.- Vengo a decirte que me voy. Los demás ya están al tanto de ello.
-         ¿Te vas? ¿Dónde? Espera… ¿Voy a tener que ir contigo?
-         Creo que he especificado que ME voy. –replicó él.- Tú te quedarás aquí. Con los otros.
-         Pero ¿Y las misiones?
-         Quedan canceladas hasta mi regreso.
Gabriel apretó los labios, intentando ocultar su alegría porque no tendría que asesinar a nadie durante una temporada, aunque fuera un tiempo reducido.
-         ¿Y el equilibrio? –siguió él, que no terminaba de entender porque motivo aquello era tan importante como para echar a peder dos meses de trabajo.
-         Las razones de mi partida son más importantes que el equilibrio. –comentó, lo miró fijamente, luego dijo.- En mi ausencia, necesito que tengas especial cuidado contigo. Hazme el favor de no salir mucho de esta casa, ¿Me has entendido? –de repente se sacó un sobre de la manga y lo deposito a su lado en el sofá.- Usa esto cuando lo necesites.
Gabriel no estaba muy interesado en el contenido del sobre, así que fijó su atención en Akira y preguntó:
-         ¿Qué podría pasarme?
-         Nada bueno. –repuso él, sombrío.
Gabriel frunció aún más el ceño, denotando molestia.
-         ¿Por qué tengo la sensación de que me ocultas algo?
-         Tu trabajo es asesinar y obedecer. Tú mismo lo dijiste antes. Así que no es de tu incumbencia las cosas que estén ocurriendo en el ambiente demoníaco.
-         ¿Hay más demonios? –quiso saber Gabriel. –A parte de ti, quiero decir.
-         Pocos, pero los hay. Y mejor que no te cruces en el camino de ninguno.
-         ¿Por? Se supone que estoy de vuestra parte.
-         Tú estas de mi parte. Única y exclusivamente de mi parte, Gabriel. Ningún otro demonio debe influir ni mandar sobre ti.
-         Ninguna persona es dueña de nadie.-negó Gabriel. –Además ¿Para que querrían dañarme a mí o a los demás?
-         Los demás me traen sin cuidado, son simples caídos.
Gabriel abrió la máximo sus ojos y como si le hubieran pellizcado, se levantó de su salto.
-         ¿Qué acabas de insinuar? –farfulló.
-         Nada.
-         Acabas de decir que los demás son simples caídos… ¿Y yo?
-         Tú ¿qué? –Akira parecía irritado.
-         ¿Por qué iba a ser más o menos importante que los demás? –quiso saber, alzando la voz, más de lo necesario.
-         Yo no he dicho eso.
-         ¿Qué soy yo? –soltó Gabriel, de golpe. –Dices que no soy como los demás… mis ojos se vuelven rojos…y…
-         Imaginaciones tuyas, Gabriel.
-         ¿Imaginaciones? –repitió él, rozando la histeria.
Akira dio media vuelta.
-         Recuerda lo que te he dicho. Preferiblemente me gustaría que no salieras de la mansión hasta mi regreso.
-         ¡Espera! –chilló él.- ¡Tú y yo no hemos terminado de hablar! ¡Quiero respuestas!
El demonio se volvió hacia él, entre furioso y exasperado.
-         Y no, no me digas que son imaginaciones mías… -finalizó Gabriel, casi sin aliento.
Akira se quedó callado, con el ceño fruncido, parecía que iba a decirle algo importante. Vio la vacilación en sus ojos. Estaba muy equivocado si pensaba que iba a darle respuestas.
-         Gabriel, eres esquizofrénico. –soltó, abruptamente y con una fría contundencia.- Tu mente inventa la mitad de lo que ves. Tu mente se divierte haciéndote pensar idioteces y no distinguirías lo que es real de lo ficticio. Tus ojos no se vuelven de ningún color. Son azules.
Gabriel calló, de súbito, como si de repente su batería se hubiera extinguido. Él lo sabía perfectamente, desde que era muy pequeño había sabido aceptar lo que era. Su problema. Ese dolor que sentía también era producto de su mente enferma, y ni siquiera sabría decir si aquello era real o una simple fantasía. Pero nadie, nunca, le había dicho a la cara aquello. La verdad, afilada y desnuda, que lo hacía sangrar de nuevo por dentro. No pudo evitarlo, se desplomó de rodillas, y encogido sobre si mismo, reprimió las ganas de echarse a llorar.
Akira salió de la habitación, y desde el pasillo podía oír el silencioso sollozo del joven tokiota, soltó aire.
-         Pronto dejarás de vivir esta mentira, Gabriel.-dijo, antes de marcharse.

Ingrid estaba demasiado amodorrada, y zarandeó la cabeza por quinta vez aquella mañana, intentando despejarse. No estaba en su casa, sino en la sede de una fundación benéfica. Ella y otras voluntarias estaban haciendo pasteles, que luego serían vendidos en un mercadillo para ganar ingresos y enviar ropa y alimentos a países del tercer mundo. No era la primera vez que hacían una campaña como aquella. Katerina estaba a su lado, preparando la masa, mientras ella se encargaba del relleno de chocolate. Apenas hablaban, concentradas en su tarea. A pesar de que sus manos se movían ágilmente y con cierta maestría adquirida por trabajos anteriores similares a este, sus pensamientos estaban en otro lugar.
¿Gabriel? ¿Ese era su nombre? No entendía porqué no se había opuesto a llevarla a ver al ángel y porque parecía molestarle o dejarle prácticamente perplejo el que ella le hubiese ayudado cuando se desmayó. También estaba el hecho de lo que había visto cuando el ángel había rozado su frente. Sus ojos se habían vuelto rojos y un profundo dolor había invadido al muchacho. Zarandeó la cabeza de nuevo. ¿Por qué no podía quitarse a ese chico de la cabeza? Debía de centrarse en su vida y poner de una vez los pies en el suelo.
-         Ingrid ¿Te pasa algo?
La pregunta de Katerina la pilló desprevenida y no supo que contestar.
-         Nada.-mintió. –No he dormido bien. Tengo sueño. Eso es todo.
-         Últimamente estás demasiado rara. –comentó ella, pensativa. – Por cierto… ¿Has pensado ya si vas a tomar mi propuesta?
Ella se sobresaltó, ni se había acordado.
-         Esto…
Por suerte, una voz que la llamaba por su nombre retumbó en la habitación.
-         ¡Ingrid! –era la voz de su hermano.
La joven frunció el ceño.
-         Oh, por favor, ¿Qué querrá ahora? –refunfuñó por bajo, aunque sentía cierto alivio por que ya no tendría que contestar.
Thomas solía ir a verla cuando ella estaba trabajando, algunas veces para decirle que estaba desperdiciando su vida y otras para gorronear algo. En esta ocasión estaba segura de que se trataba de lo segundo. No era la primera vez que Thomas iba a visitarla tan solo para conseguir unos dulces, o carantoñas por parte de las otras voluntarias jóvenes.
Un cuchicheo se había extendido a lo largo de la sala, donde chicas y chicos cocinaban, más por parte de las chicas, que por la de los chicos, que ciertamente la entrada del hermano de Ingrid les resultaba ciertamente indiferente. Sin embargo, esta vez el barullo fue mucho más escandaloso e Ingrid descubrió la razón, cuando vio a su hermano acercase a ella, con otro chico de aspecto siniestro que le seguía, pegado a su espalda. Sin duda alguna debía de tratarse de Gabriel, vestido con una blusa negra que ponía con letras grandes: Death Soul, pantalones negros con dos grandes agujeros en la parte de las rodillas, y aquel pendiente del crucifijo, colgando de una de sus orejas.
-         Adivina a quien te traigo, hermanita. –rió Thomas.
Ingrid ladeó la cabeza.
-         ¿Qué hacéis los dos juntos? –preguntó, perpleja.
-         Ah, me lo he encontrado en la tiendo de música donde suelo ir a comprar. Me ha preguntado por ti, y aquí estamos. –explicó Thomas, con una sonrisa.
Vio como Gabriel se encogía de hombros, detrás de su hermano.
La verdad es que Gabriel no pensaba salir de la mansión en los últimos días, así que decidió ir a por música. Estaba intentando robar un mp4 cuando se cruzó con Thomas.
Katerina no le quitaba ojo a Gabriel, lo miraba descaradamente, sin tener en cuenta que esto podía incomodar al muchacho. En cambio, cuando los ojos de la futura monja se cruzaron con los sobrenaturales ojos del chico, algo hizo que bajara la cabeza rápidamente. No podía ver salvo caos en aquellos ojos azules.
-         ¿Es tu amigo? –quiso saber Katerina, a media voz.
Ingrid asintió.
-         Ehm, Katerina… él es Gabriel. Gabriel ella es Katerina.
-         ¿Gabriel? –pronunció su nombre con sorna.
-         Mucho gusto.-dijo Gabriel, atropelladamente.
Unos pasos hicieron que todos los muchacho se volvieran.
-         ¿Se puede saber que haces aquí, Thomas? –era una de las fundadoras de la asociación, la cual conocía al muchacho de sobra, y había previsto sus intenciones.- Si vienes a gorronear pastelitos ya puedes ir dando media vuelta. Que tú y yo ya nos conocemos.
-         ¡Oh, Rosalie! –exclamó él, con una sonrisa picarona.- ¿Te he dicho lo guapa que estás hoy? El delantal manchado… te sienta de maravilla. Deberías ir así más a menudo.
Rosalie lo miró como si estuviera reprimiendo sus ganas de abofetear al fresco chico, en cambio se cruzó de brazos sobre el pecho y declaró:
-         No cuela, listo. Así que ya te quiero ver moviendo tus piernas hacia la salida.
Thomas bufó, indignado.
Rosalie miró más allá, percatándose de la presencia de Gabriel.
-         ¿Y tu muchacho? ¿También vienes al buffet libre de pastelitos gratis?
-         No, señora… -empezó él.
-         Estupendo. Pues uno más. –dirigió la mirada hacia Ingrid.- Tú, asegúrate de que el chico trabaja.
Gabriel se quedó en el sitio, perplejo. Thomas le dio unas cuantas palmaditas en el hombro, amistosamente.
-         ¿No querías ver a Ingrid? Pues ahí lo tienes, ahora vas a pasar todo el día con ella.
El joven tokiota apretó los labios, con resignación. Luego miró a Ingrid, y admitió, en voz baja:
-         No he cocinado un pastel en mi vida.
-         No importa, puedes irte cuando Rosalie este despistada, si quieres.-le dijo ella, igualmente en murmullos.
-         ¡Tú! ¡El de negro! Voy a tenerte vigilado. – gritó Rosalie, desde la otra punta de habitación.
Gabriel rió por bajo, divertido.
-         Creo que voy a tener que quedarme contigo. –repuso.
-         Entonces yo te enseñaré.-le dijo ella, con un ligero entusiasmo.
Ingrid le señaló un enorme bol.
-         Antes que nada hay que hacer un bizcocho. –explicó.
Para ello había que mezclar en un bol huevos, azúcar y aceite, ayudándose con una batidora. A continuación, había que agregar la harina con la levadura y se seguía batiendo.
-         Ve haciendo tú eso que yo me encargaré del relleno de chocolate. Avísame cuando termines.
Gabriel estaba liado con la batidora, intentando no salpicar y llenar su camisa de masa para bizcochos. Y mientras que Ingrid preparaba el chocolate, en otro bol, de un tamaño más reducido, ella dijo:
-         ¿De verdad te llamas Gabriel?
Él se volvió hacia ella, y asintió.
-         ¿Crees que le mentí a tu hermano?
-         No es eso…
-         ¿Entonces? –preguntó mirándola interrogante, intentando controlar la batidora.
-         Gabriel es el nombre de un ángel. Uno de los importantes además.
Él se echó a reír con la revelación. Su risa era siempre ciertamente histérica, pero a Ingrid no pareció alterarle este hecho, pues le devolvió una sesgada medio sonrisa.
-         Pega poco conmigo ¿cierto? –Dejó de reír, y confesó.- Mi madre se llama Gabriela, por lo cual a mí me llamaron Gabriel.
-         Tu nombre… es precioso.-dijo ella entonces, estaba inclinada sobre el cuenco, derritiendo el chocolate y mezclándolo con leche, y su rostro quedaba oculto tras su mata de pelo negro azabache.
Antes de que se hubiese dado cuenta, Gabriel estaba apartándole el pelo de la cara. Había detenido la batidora, y una ligera sonrisa curvaba su boca.
-         ¿Terminaste? –dijo ella, apartando la mirada de él.
-         Eso creo.-dijo Gabriel, apartando su mano y señalando con el mentón el bol.
-         Bien –dijo ella, y comenzó a darle nuevas instrucciones.
Tenía que rellenar con la masa, unas plantillas con forma cuadrada, para hacer bizcochos pequeñitos y darle forma, luego, debía meterlos en el horno.
Mientras que Gabriel seguía atareado, este intentó iniciar de nuevo la conversación.
-         Ingrid…
-         ¿Sí?
-         Me preguntaba… ¿Qué te dijo el ángel?
-         Nada en particular. Tan solo me dio un libro. –se encogió de hombros.- Se supone que allí esta toda la información.
-         ¿Lo has mirado?
-         No he tenido tiempo.
-         ¿Cómo que no?
-         Estuve cuidando de ti, y hoy he madrugado para venir aquí. El tiempo restante lo he gastado en dormir. Me marcó un ángel, no un murciélago… Aún así, empezaré a examinarlo esta noche. Espero no acabar muy cansada.
Gabriel asintió, reflexivo. Ella le miró, un momento, y como si le hubiera leído la mente, preguntó:
-         ¿Quieres preguntarme algo más?
Se volvió hacia ella, con las manos llena de masa de bizcocho y dijo:
-         Quiero saber lo que viste… cuando ese ángel me tocó.
Ingrid abrió al máximo sus ojos marrones, en su mente apareció la misma escena, los ojos de Gabriel volviéndose rojos, el mismo color de la sangre y luego los gritos, él tirado en el suelo, victima del dolor.
-         Tus ojos… se volvieron rojos.-susurró.
El joven por poco no deja caer la plantilla con la masa. Akira le había mentido, sí, aquello no era producto de su mente. Ella también lo había visto. Había algo en él que no dejaba de fallar, algo que no estaba bien.
-         No es la primera vez que esto me ocurre.-dijo.
-         ¿Te refieres a lo de los ojos… o a los gritos de después?
-         Ambas cosas. Nací enfermo, y justo cuando ese ángel me tocó… sentí el mismo dolor que siento cada vez que me dan ataques debido a mi enfermedad. Pero… esto ya ocurrió otra vez, cuando mi jefe me tocó estando en su forma de demonio.
-         ¿Qué dice tu jefe al respecto?
-         Que me lo invento. –repuso él, abatido. –Culpa a mi enfermedad de ello.
-         ¿Tu enfermedad?
Gabriel calló, bajó la mirada. E Ingrid comprendió que no quería hablar de ello.
-         Esto está listo para meterlo en el horno. –anunció Gabriel.
Oprimió su muñeca, en señal de consuelo, y siguieron su trabajo.
-         Tu jefe te oculta algo. –dijo.
-         Lo sé. –suspiró él.-Además, están ocurriendo cosas extrañas en el mundo de los demonios. –dijo.
Ingrid alzó la vista, sorprendida.
-         ¿Cosas extrañas? ¿Cómo?
-         No lo sé. –admitió Gabriel. –Apenas me han dado explicaciones. Lo único que puedo decir es que mi jefe se ha ido, no sé por cuanto tiempo. Tiene asuntos más importantes que hacer que estar aquí asesinando a diestro y siniestro.
-         ¿Quieres decir que…?
-         No tendré que matar mientras él este fuera.
Ingrid le sonrió.
-         ¿Esto te alegra?
Él asintió.
-         Tan solo voy a decirte que ahora que voy a estar libre, pienso hacer aquello que me pidió tu hermano.
-         ¿Y que te pidió mi hermano? –quiso saber ella, mirándole socarrona.
-         Quiere que pase tiempo contigo.
Ella sonrió, ciertamente alagada.
A Gabriel no le importó llenarse hasta los codos de masa, no le importó oír lo gritos de Rosalie, ni ver las miradas de soslayo que le echaba Katerina, que se había apartado nada más llegar él e incorporarse en el trabajo. Pero en el fondo le daba igual…
Necesitaba hablar con Ingrid de aquello, sentía demasiadas dudas acerca de lo que estaba ocurriendo y tenía la leve seguridad de que ella podría ayudarle.
A la salida, cuando ambos estaban sentados en los escalones de la entrada de la sede benéfica, Ingrid descansando y mirando el cielo nocturno, apoyando la espalda en las rodillas flexionadas de Gabriel, que, sentado un escalón más arriba se fumaba un cigarro, Rosalie apareció junto a ellos, cargando con un recipiente de plástico, lleno de pasteles que habían sobrado. Parecía fatigada y el reluciente moño que llevaba por la mañana, ahora estaba caído, pero en su expresión se leía satisfacción.
   -  Buen trabajo.-les dijo a los dos, guiñando un ojo.
Ambos la miraron, con el cansancio reflejado en sus ojos. Ella sonrió y abrió el recipiente, lo extendió hacia Ingrid y preguntó:
-         ¿Queréis coger algunos?
Gabriel negó lentamente, mientras que Ingrid se acercó y tomó uno. Unas gracias salieron de su boca, antes de morder con ganas el dulce.
-         Nos veremos la semana que viene. –Dirigió una breve mirada a Gabriel antes de alejarse calle abajo y dijo. –Espero verte a ti también.
Se habían quedado solos, iluminados tenuemente por las farolas, estando también la calle desierta por ser ya demasiado tarde, y la mayoría de la gente debía de estar cenando a aquellas horas. A decir verdad, Gabriel se moría de hambre. Pero estaba demasiado acostumbrado a negar todo lo que le ofrecían. Suspiró, quedadamente.
-         Oye ¿De verdad que no quieres? –oyó decir a Ingrid.
-         ¿Me das un poquito?
-         Bobo, deberías haber cogido uno. –le reprendió ella, cariñosamente, mientras echaba el brazo hacia atrás, acercando el dulce a Gabriel.-Pégale un mordisco.
Gabriel se inclinó hacia delante, y mordió el dulce. No estaba mal, y se preguntó, mientras masticaba si los que había preparado con Ingrid sabrían iguales, o por el contrario sabrían peor, cuando, Ingrid se volvió hacia atrás.
Katerina estaba ahí, en el descansillo de las escaleras, observándoles con una extraña expresión pintada en su rostro de aspecto infantil.
El joven asesino reprimió la decena de frases bordes que podría haberle soltado a la chica en aquel momento, sobre todo por que tenía la boca llena.
-         ¿Qué pasa? –quiso saber Ingrid.
-         Ustedes dos. Parecéis una pareja de enamorados. –dijo, tajante.
Ingrid pareció ruborizarse, y Gabriel se quedó sin palabras.
-         Además, Ingrid ingresará pronto conmigo en un convento religioso.
Gabriel por poco no se atraganta e Ingrid frunció el ceño.
-         Pues vaya desperdicio.-dijo finalmente Gabriel.
-         ¿A que te refieres? –replicó Katerina, molesta.
-         Ingrid es demasiado guapa para eso.-dijo, acomodándose en el respaldo del escalón.
La aludida pareció ruborizarse aún más.
-         ¿Insinúas que soy fea? –Katerina parecía indignada.
-         Una cosa es insinuar y otra muy distinta lo es afirmar.-le respondió él, con frescura y guiñándole un ojo.
Ella bufó, irritada.
-         Imbécil.-masculló, bajando las escaleras con furia.
Y para cuando ya estaba a punto de perderse, Gabriel se levantó y  le gritó:
-         ¡Una chica que está a punto de colgarse el hábito no debería decir ese tipo de palabras¡ ¡Te echaran del convento si hablas de esa forma, jovencita!
Katerina comenzó a refunfuñar, en voz lo suficientemente alta como para que ambos se enterasen. Ingrid se echó a reír.
-         Has sido muy duro con ella…
-         Ha sido divertido.-terció él.
Ella sonrió, mientras Gabriel se sentaba junto a ella.
-         ¿Me acompañarías a casa? –quiso saber ella.
Este se levantó de inmediato, agarró su mano para ayudarla a levantarla, y ambos caminaron calle abajo. No hacía falta que dijese nada, Ingrid ya sabía que él llegaría hasta la misma puerta de su casa con ella. 

3 comentarios:

  1. ENGANCHADA*_* ES GENIAL! quiero leer el prox!!

    ResponderEliminar
  2. Jajajaja, lo de la futura monja ha estado bien. Eso le pasa por meterse en conversaciones ajenas. Gabriel parece que ya va descubriendo algunas cosillas, puede que con la ayuda de Ingrid averigüe la verdad. Y eso de que Akira se vaya una temporadita me parece genial, así Gabriel e Ingrid pueden estar juntos. ¡Buen capítulo! un beso :)

    ResponderEliminar
  3. Ya sabía yo que Gabriel era especial y que el nombre tendría algún significado... ahora queda descubrir lo que es realmente *-* Que intriga! Espero el próximo!

    ResponderEliminar