miércoles, 17 de agosto de 2011

Capítulo 17. La solución a tus problemas.


-         ¿Qué te pasa?
-         ¿Tú no los ves? Están ahí y van a hacerme daño, me lo han dicho.
Gabriel se acercó más a él, puso una mano sobre su cabeza y dijo, conciliador.
-         Ahí no hay nada, Martin.
El pequeño miraba de aquí allá con los ojos desorbitados por el terror, lágrimas se acumulaban en sus pupilas, se encontraba al borde del llanto y la desesperación. Y lo peor de aquella situación es que Gabriel lo comprendía, había vivido y soportado lo mismo en su propia piel. De pequeño también había visto sombras y figuras aterradoras acechando por los pasillos, seres extraños, espeluznantes, que estaban en su cocina y charlaban con su madre, mientras lo miraban como si tuvieran intenciones de devorarlo vivo, ahí mismo, delante de su propia madre. Nació enfermo, heredó esa enfermedad. Y era consciente de que su realidad cada día carecía de menos sentido. Su mente le hacia jugar malas pasadas, lo seguía torturando todavía ahora... Como un niño maltratado, se acostumbró al dolor, al miedo... formaba parte de su rutina y comenzó a aceptarlo poco a poco. 
Se acercó más a Martin, y acariciando su cabeza, le dijo, lo más calmado que pudo. 
-         Sé lo que ves, que es horrible y que parece demasiado real para ignorar que esta aquí. 
-         Quiero que se vayan.-imploró el pequeño, dejando caer su cabeza sobre el pecho de Gabriel. 
Este lo enterró entre sus brazos, sin apretarlo demasiado, dejándole espacio para respirar. 
-         ¿Quieres que se vayan? 
Martin asintió, despacio, sin fuerzas. 
-         Cierra los ojos y piensa que estás en el mar... ¿Lo has visto alguna vez?
-          No... -admitió el niño, con los ojos cerrados.- Pero puedo imaginármelo. ¿Es un lugar bonito?
-         Precioso. -afirmó Gabriel.
Se quedó en silencio, mientras Martin volvía lentamente a la calma. 
-         Gabriel... esto que veo cuando abro los ojos. ¿Es por mi enfermedad no?
Este le revolvió la cabeza, con cierta lástima. 
-         Sí, pequeño sí. Nada de lo que ves ahí es real. 
Martin no abrió los ojos, pero Gabriel notaba que estaba aguantando a duras penas las lágrimas.
-         No llores por esto pequeño. Yo también soy como tú, ya te lo dije.
-          ¿También estás enfermo? 
-         Igual que tú. Pero pronto te harás más fuerte y te acostumbraras a convivir con ellos. 
Lo que ninguno de los dos sabía que estaban siendo espiados. 
Ingrid lo había escuchado todo, y no podía más que observar complemente conmovida a Gabriel, allí sentado, sosteniendo con aire fraternal a ese chico enfermo, dándole apoyo y ánimo a su manera. Ella solo podía sonreír, oyendo la peculiar ternura con la que hablaba Gabriel. Sentía ganas de correr y abrazarlo, sentir el calor de sus brazos... y a la vez la curiosidad ardía en su interior. Sí, sabía que Gabriel estaba enfermo y que por el comportamiento que mostraba al sacar el tema, había dado por sentado que ni quería ni tenía la más mínima intención de hablar de ello. Por otro lado, necesitaba saber cual era su enfermedad. Se precipitó a buscar una de las encargadas y cuando llegó junto a una de ellas, preguntó, sin ceremonias:
- ¿Puedo saber cual es la enfermedad de Martin? 
Ella caviló un poco, luego dijo: 
- ¿Habitación 47?
Ingrid asintió
-         Esquizofrenia. 
Se quedó parada en el sitio. Había oído hablar de ella, muy dura, confusa y sin cura. Solo unas simples pastillas que reducían los efectos, pero que dejaban ciertamente atontados a aquellos que la tomaban.
Martin se había quedado dormido en sus brazos, y Gabriel lo levantó del suelo, para luego depositarlo sobre su cama, lo arropó torpemente, y sonrió, sin motivo. No podía evitar verse a si mismo reflejado en ese pequeño. Él también estaba solo en la vida, sus padres tampoco le serían de ayuda, puesto que lo habían abandonado a su suerte. Ese chico tendría que hacerse fuerte, si quería seguir adelante. Suspiró, pensando en si mismo, cuando, de repente, en el momento en el que su mano estaba a punto de rozar el pomo antiguo de la puerta, el dolor lo atravesó, a la velocidad del rayo. Reprimió las ganas de gritar, pero sentía que no podría aguantar por mucho más: su grito retumbó por todo el edificio, sobresaltando y asustando a las personas que estaban en él. 
Para cuando Ingrid acudió al cuarto de Martin, se encontró al pequeño sacudiendo desesperado a Gabriel, que había caído sin conciencia en el suelo, con una mueca de dolor grabada en su pálido rostro. Alarmada, se arrodilló junto al cuerpo de su amigo, cogió su rostro con las manos, y mientras palmeaba sus mejillas lo llamaba por su nombre. Seguía sin reaccionar. Una de las encargadas no tardó en llegar, y observó con gravedad al muchacho. 
-         Se ha desmayado.-avisó Ingrid, con una nota de terror, cargada de preocupación, y como vio que la mujer no se movía, gritó.- ¡Date prisa y llama a un maldito médico! ¿No ves que está mal? 
Ingrid estaba abanicando a su amigo, lo tenía entre sus brazos, apoyado en su regazo, había mandado a Martin de nuevo a la cama, diciéndole que no molestara y que se estuviera calladito. 
-         Gabriel ¿Se va a poner bien? –Oyó la voz de Martin a su espalda.
-         Pues claro que sí.-terció ella, con una inestable seguridad.- Siempre se le pasa, siempre se le pasa…
Pero ella mismo se sentía al borde de la más absoluta desesperación. Él le había explicado que tenía esos ataques, pero tan solo era por su enfermedad... que todo al final se arreglaba y el volvía tarde o temprano a la normalidad. 
-         Gabriel...-musitó.
Este se movió un poco, y la esperanza de que se despertara hizo que Ingrid lo abrazara más fuertemente, la cabeza del muchacho descansaba sobre su hombro. 
-         Ingrid...-murmuró él, en esos momentos, con voz débil y quebradiza.
Había mantenido los ojos cerrados, como si estuviera hablando en sueños, pero al menos estaba empezando a captar algo de lo que ocurría su alrededor. 
-         Tu olor...-dijo a continuación. 
Ella lo miró perpleja.
-         ¿Qué? -dijo, fingiendo haber oído mal.
-          Tu olor... me encanta...
-          Gabriel ¿Qué dices? 
Este se sacudió, como movido por un espasmo, y apretando los dientes con expresión de dolor, farfulló, como si se estuviera asfixiando: 
-         No lo sé... 
Pobre, pensó ella, a saber que era lo que estaba viendo o sintiendo él en aquellos momentos. La puerta se abrió en ese instante, la encargada de antes apareció con un médico, vestido de blanco y cargando con un maletín negro de cuero, de aspecto caro, su rostro era anguloso, su barbilla puntiaguda; no carecía de atractivo, su pelo, tan rubio que rozaba al blanco lo llevaba peinado hacia atrás y largo que llegaba hasta el final de sus hombros, cargado de gomina. 
-         Buenas.-dijo, con voz grave y seria entrando la habitación. 
Examinó con curiosidad a Gabriel, que estaba pegado a Ingrid. 
-         Señorita ¿Puede dejar al muchacho sobre la cama? Y -se volvió hacia Martin, y sonrió, una sonrisa de tiburón, cargada de dientes afilados y brillantes.- ¿Podría hacer el favor de esperar fuera? Voy a examinar a este chico. 
Martin, atemorizado bajo la mirada del doctor, obedeció y se alejó de la habitación. Ingrid ya había dejado a Gabriel sobre la cama, la encargada había salido afuera con Martin y la chica tomó asiento en una silla pegada a la pared. 
-         ¿Puedo quedarme aquí, mientras dura la inspección?-quiso saber. 
-         No hay problema, bonita. -contestó él, con una amabilidad un tanto chocante. 
Puso derecho a Gabriel, y mientras sujetaba con una mano su cuerpo, rozó su frente con los dedos. Y fue entonces cuando Gabriel despertó, aturdido y con el dolor aún arañándole las entrañas, sentía ganas de vomitar y tenía la extraña sensación de que iba a perder el control.
Ingrid no podía ver a Gabriel, estaba oculto detrás del doctor, si no habría apreciado el nuevo color de ojos de este, rojo, como la sangre que corría por sus venas. 
-         ¿Quién es usted? -dijo Gabriel en ese momento. 
-         Sólo quiero ayudarte, muchacho. ¿Sientes mareos? ¿Duele? 
Gabriel lo miró fijamente, su vista estaba algo nublada, y desenfocaba la figura de la persona que tenía delante de él, había algo en aquel hombre que no estaba en su sitio, pero en aquel momento no supo decir el por qué. Decidió contestar: 
-         Ambas cosas.-su voz había sonado demasiado ronca, demasiado grave, como si no fuera la suya y otra persona totalmente distinta a él estuviera hablando a través suya, usando a su antojo sus cuerdas vocales. Se quitó esa idea de la cabeza, era esquizofrénico, ¿que se esperaba? La mitad de lo que ocurría a su alrededor era producido por su mente. 
-         ¿Podrías decirme donde te duele? 
Ingrid frunció el ceño, estaba más relajada puesto que Gabriel había recuperado totalmente el sentido, pero por otro lado no entendía el comportamiento del médico. La enfermedad de su amigo no era física, sino mental ¿Porque no le daba de una vez aquellas malditas pastillas y lo dejaba en paz? 
-         Es esquizofrénico.-interrumpió Ingrid.- Su dolor es imaginario.
Aquel comentario atravesó a Gabriel como un puñal, sabía que era verdad, que su dolor era inexistente, irreal, un delirio producido por su mente, pero oír aquello salir de la boca de Ingrid era demasiado. ¿Cómo sabía de su enfermedad? ¿Cómo...? 
-         Ya lo sé, pequeña.-replicó el médico, con una sonrisa.- He sido informado de ello. Pero se ha desmayado, necesito comprobar si su respiración es adecuada y si su corazón late al tiempo indicado. Además, es probable que se haya dado un golpe en la cabeza al caer al suelo. 
Eso hizo callar a Ingrid. 
-         Ahora joven ¿Puede quitarse la camisa? Necesito comprobar que su respiración ha vuelto a la normalidad. 
Gabriel fue incómodamente consciente de que tenía marcas rosadas recorriendo su pecho y su cuello e Ingrid estaba ahí. ¿Qué pensaría cuando las viera? Con lo cual, se abrazó a si mismo y negó con la cabeza. 
-         No... no hace falta, ya me encuentro perfectamente.-hizo ademán de levantarse, pero el doctor lo detuvo. 
-          Para el carro, jovencito. -sonrió, y Gabriel sintió un escalofrío recorriendo su espina dorsal, la alarma martilleaba su cabeza. -Lo hago por tu bien. Así que... ¡Venga!
-           Ehm... pero...
-         ¿Te da vergüenza? 
-         N-no...
-         Pues date prisa, no tengo todo el día, muchacho. 
Resignado y de mala gana, se desenrolló la bufanda del cuello, luego se desprendió de su sudadera, de la camisa negra que llevaba debajo y quedo con su torso al descubierto. Hacía frío. De soslayo observó las marcas, luego a Ingrid. Descubrió que ella no podía verlo, puesto que aquel doctor lo ocultaba tras él. Respiró aliviado. 
Pero entonces, desafortunadamente el médico se apartó, para recoger su maletín. Gabriel quedó bloqueado, el dolor se redujo durante unos instantes. Vio que Ingrid sonreía y lo miraba, pero su sonrisa se congeló en su rostro. 
-         Oh, mierda.-pensó Gabriel, lo ha visto. 
La verdad es que en lo primero que se ha fijado la chica habían sido sus ojos rojos, luego su torso, tonificado, con aquel vientre de aspecto duro, y abdominales ligeramente marcados, sin ningún pelo a la vista, era precioso e inquietante al mismo tiempo. Por último, cuando el médico dijo, desde el otro lado de la habitación, mientras buscaba algo con sumo cuidado en su maletín: 
-         Tienes una novia muy cariñosa por lo que veo ¿no? 
Entonces fue cuando descubrió las marcas. Algo en el interior de Ingrid se rompió a trocitos, la decepción fue abrumadora. Gabriel había estado aquel día con una chica, con otra chica que no era ella. ¿Estaría enamorado? ¿Sería guapa? ¿Otra asesina? O... ¿Y si era cierto lo que le había dicho su hermano? "Me fío de Gabriel, tiene toda la pinta de ser gay".
¿Y si aquello se lo hubiera echo un chico? Rápidamente, eliminó la idea. Gabriel era su amigo, solo eso. No estaban juntos. Si él era feliz con alguien ¿Ella no debería alegrarse por ello? ¿Desearle lo mejor? Pero... sin entender el motivo, había algo dentro de si misma sentía decepción. De nuevo, dejó su mente en blanco. Se estaba volviendo paranoica.
-         No tengo novia.-masculló él, picado, en ese momento, mientras que el doctor recorría su pecho desnudo con aquel cacharro terminado en un círculo metálico, que se notaba demasiado frío al contacto de su piel, del cual nunca era capaz de recordar el nombre. 
Ingrid alzó algo la cabeza, genial, parece ser que su hermano tenía razón.
-         ¿Entonces? ¿Hablamos de un chico? 
-          Se supone que me va a examinar, no a hurgar en mi vida privada.-refunfuñó, doblemente cabreado. 
Sí, ahora, sí que estaba aprobaba la teoría de Thomas. Algo se estaba rompiendo en su pecho, se sentía mal, abatida. No podía dejar de ver a Gabriel en su cabeza, ayudando a Martin, su sonrisa que pocas veces mostraba, cuando le apartó el pelo de la cara, el día en que vio sus ojos por primera vez y pensó que aquellos ojos no podía ser reales; eran demasiado bonitos, demasiado perfectos e intrigantes. Pero... de nuevo ¿En que estaba pensando? Ni que ella sintiera algo por Gabriel, algo que no fuera aprecio, era su amigo al fin y al cabo. 
El doctor terminó la revisión bastante más rápido de lo que esperaban. 
- Todo en orden - afirmó. 
Luego, se volvió hacia Ingrid.
-         Bonita, ya que estoy aquí, la encargada Margaret tenía cita conmigo dentro de dos horas. He terminado muy pronto, así que ¿Te importaría llegarte a buscarla un momento y decirle que le haré la revisión aquí mismo? 
Ingrid asintió enseguida, aunque el hecho de dejar solo a Gabriel no le resustentase demasiado atractivo, sentía que si apartaba los ojos de él, desaparecía y no volvería a verle... por tercera vez, sacudió la cabeza con furia, no hacía más que crear paranoias, una tras otra. Salió de la habitación furiosa consigo misma y perdida en sus pensamientos, dejando solos a los dos hombres. 
La puerta se cerró, con más fuerza con la que debería haberlo hecho, pero Gabriel no pareció escucharlo, el doctor le estaba sonriendo de forma extraña, siniestra... 
-         ¿Pasa algo?
 La sonrisa se amplió, volviéndose más aterradora. Sin una palabra, el hombre colocó sus dedos sobre su frente, y justo cuando Gabriel sintió el contacto de la piel de él con la suya. El dolor lo sacudió, veloz, letal e implacable; irremediablemente se echó hacia atrás y se mordió el labio inferior, para no gritar. Era demasiado.
-         ¿Lo sientes verdad? Duele ¿Mucho? Más que demasiado ¿cierto?
Apretó los dientes y miró con odio al doctor. 
-         ¿Qué me está haciendo?
-         Yo no hago nada, tu mente lo crea todo.
Gabriel frunció el ceño, abatido. Aquella cruel realidad de la que nunca podría desprenderse. 
-         Tengo la solución a tu problema. -anunció en ese momento el doctor.
-         ¿Cómo? Mi enfermedad no tiene cura.-negó él. 
El doctor rió, divertido.
-         En este país la medicina es mucho más avanzada. -garantizó, mientras buscaba algo en su maletín. No tardó en dar con ello, una enorme jeringuilla, llena a rebosar de un líquido naranja, casi rojo.
El rostro del muchacho palideció.
-         Aquí tengo tu cura, chico. -dijo, con total satisfacción, aunque... algo raro se escondía tras su persistente e imborrable sonrisa que intentaba decirte "Todo saldrá bien" Cuando para Gabriel nada nunca salía bien, es más, para él aquella frase era un presagio de mala suerte.
-         ¿Una dosis de esto y curado? -razonó él, con cierta sorna.- ¿Va usted a creer que voy a tragarme eso? 
-         Una dosis cuando te entren los ataques. –corrigió él.
-         No me fío. -cortó él, desconfiado. 
El dolor lo estaba matando, y su intensidad iba aumentando por momentos, pero aún así seguía teniendo agallas suficientes para decir lo que pensaba, estaba demasiado habituado a vivir con aquel calvario, que lo apresaba y sumía en la eterna ruina. Sus uñas se estaban clavando en el colchón de la cama de Martin. 
- Bueno... voy a dejártela gratis, así que no deberías quejarte...
- Ahora me fío menos.-replicó Gabriel, sin dejar de parpadear y con voz entrecortada.- ¿Porque... i-iba a darme algo gratis a a-mi? 
- ¿Simple caridad? -Fue el ejemplo que dio el doctor. 
- Sigo sin creer una palabra. Tendrá efectos -tragó saliva, iba a desmayarse, pronto.- efecto- tos secundarios. O... o será a-adic-ictivo. 
- Su venta está aprobaba y recomendada por ocho de cada diez psiquiatras, joven.- dijo él, dando consistencia a sus palabras.
- Insiste demasiado.-masculló Gabriel.
- Imagino lo que siente, y no me parece demasiado bonito. Mi trabajo es que mis pacientes vivan sin problemas de salud, aliviar sus males.-avanzó hasta él, sosteniendo en alto la jeringuilla.
- N-no.-negó él. 
Pero no tenía fuerzas, él doctor tomó su brazo, lo palpó a sus anchas, buscando su vena, hasta terminar inyectando el líquido en su sistema circulatorio. Y Gabriel dejó de sentir, el dolor disminuyó, hasta apagarse por completo. Invadido por una extraña tranquilidad, soltó aire, lleno de alivio. 
El doctor sonreía. 
- ¿Lo ves?
Gabriel se miró las manos, totalmente incrédulo, se pellizcó el brazo. De un salto se levantó y se quedó de pie en frente del doctor. Era increíble, no sentía nada, nada de nada.
- Vale, ¿donde esta el truco?
- No hay truco, chico.-Parecía sincero... aunque...
- Espera, espera ¿Y a partir de ahora tendré que ir al hospital cuando tenga ataques? Y por supuesto, tendré que pagar la inyección de esa sustancia. ¿No es cierto? 
- Ya le he dicho que le será totalmente gratis. -A continuación le dedicó otra de sus inquietantes sonrisas, y sacando una especie de pulsera del bolsillo, explicó.- Cuando sientas un ataque, pulsa aquí.-le había anudado la pulsera a la muñeca, bajo la mirada confundida de Gabriel y señaló el símbolo que tenía sujeto en plata, un triángulo. -Y yo acudiré a darte tu cura. Es un nuevo proyecto de fines médicos que estamos probando en el hospital de Praga. 
- ¿Y cómo va a saber donde vivo? 
- Lo sé, eres uno de los chicos de Akira. El club de caza ¿no? 
Gabriel asintió, un tanto perdido. 
- Entonces ¿Todo claro? No quiero que después haya confusiones. 
- Transparente.-respondió Gabriel, observando la pulsera con aire crítico, tampoco era fea para llevarla puesta.
Así que el doctor salió de la habitación, tras despedirse de Gabriel, y en la puerta se despidió de Ingrid, diciéndole que no importaba que no hubiese encontrado a la encargada, que tenía que irse ya.

3 comentarios:

  1. ¡Menudo capítulo! Primero, qué tierno ha sido Garbiel con MArtin, me ha encantado. Por otro lado, Ingrid está celosa, jaaja. Y luego ese médico... ¿será un demonio? ¿Trabajará para Akira o estará en su contra? ¿Qué le ha inyectado exactamente a Gabriel? Demasiadas preguntas sin respuesta. Publica pronto, please. ¡Un beso!

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  2. El "médico" ese es un demonio, ¿verdad?xd Si es que aunque Akira sea lo que es, en eso llevaba razón, Gabriel debería tener más cuidado. Pobre Ingrid, ahora seguro que empieza a estar distante con Gabriel -.- Bueno, lo mismo de ahí acaban confesándose lo que sienten el uno por el otro *-*
    Espelo el próximo!jajaj

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  3. BIEEN! Por fin, después de días sin leer esta maravillosa historia aquí está :)

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