domingo, 31 de julio de 2011

Capítulo 12. La chica desconocida.

      -   ¿Gabriel? –Oyó la voz de Chin por su transmisor.- ¿Qué ha pasado? Gabriel,  ¿Qué haces? ¿Vas a matarla? ¡Mátala imbécil!
La indecisión que sentía lo estaba haciendo temblar.
-         ¿A qué esperas? –dijo ella, justo cuando la voz de Chin se apagó.
Perplejo, y sin palabras intentó asimilar lo que le había dicho ella.
-         Venga, mátame. Soy como tú. A mi tampoco me importaría morir si me mataras en este mismo momento.
Las pupilas de Gabriel se empequeñecieron, como cada vez que se sorprendía, sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo.
-         ¿No me tienes miedo? –inquirió él, retirando un poco su metralleta de ella.
-         ¿Miedo? –ella ladeó ligeramente la cabeza.- No le temo a un alma incomprendida.
 Y despertó en su cama, después de por quinta vez haber revivido esa escena en sus sueños. 

Akira tenía razón, su vida siguió transcurriendo con monótona normalidad, se quedaba en casa, entrenaba, mataba. Siempre era mejor que todos, siempre era él a quien temían más… y Gabriel día a día se iba sintiendo poco a poco más furioso, incluso podría decirse que el odio era lo que hacia palpitar su corazón. Se había dicho, que si él estaba destinado a sufrir para toda la eternidad, él no iba a tener piedad con la humanidad. Que los masacraría hasta el final, y que esa sería su venganza por su vida rota.
Era consciente de que matar nunca le satisfacía, pero el simple hecho de pensar que él podía romper y destrozar todo tipo de vidas, de sentirse al amo del destino de aquella persona a la que iba a matar, que haría llorar a sus familiares, que quizás dejaría a alguien huérfano, a alguien viudo… le hacía sentir que aquello valía la pena. ¿A quien le importaba él? ¿Quién alguna vez trató de ayudarle? ¿Quién nunca impidió que se sumiera en la decadencia y en la oscuridad? ¿Quién nunca lo rescató de la derriba por la que corría su vida torcida? Nadie. A nadie le importaba él, pues bien, ahora nadie le importaría a él.
A pesar de todo ello, siempre tenía algo en su cabeza, que giraba sobre él y que lo distraía parcialmente, a todas horas del día. No importaba si estaba desayunando, si estaba entrenando, si iba en coche directo a una misión. Su recuerdo seguía allí, en su cabeza, con la misma fuerza que un aguacero se aferraba a él. Ella, toda entera, de pies a cabeza. Ya había perdido la cuenta en la que él había soñado con aquella escena, la de ella tirada en las escaleras, mirándole fijamente.
Era imposible quitársela de la cabeza. Sabía que había millones de cosas mejores a las que dedicarle sus pensamientos. Estaban las extrañas miradas que le echaba Akira, estaba el hecho de que todos desconocían la verdadera naturaleza de su “salvador”, el hecho de que quería saber quienes eran y que querían aquellos de la secta a los que él asesinaba día tras día; estaba el hecho de que Samantha todavía no le había devuelto su camisa del rayo, desde aquella fatídica noche en la que acabaron liados… pero no había nada más que pudiera ocupar su mente en aquellos instantes.
Y quería… quería saberlo todo de ella, quería saber su maldito nombre,  el cual Martin no recordaba, quería saber porque a ella también le era indiferente su muerte, quería saber como se llamaba aquella colonia que usaba.
Y no se entendía a si mismo por desear algo tan imbécil.
Hasta que un día se descubrió a si mismo, frente a las puertas del instituto, sentado en las escaleras de una casa cercana. No sabía si había llegado o no a tiempo, y del nerviosismo ya se había fumado unos tres cigarrillos. Miraba impaciente aquellas puertas, hasta que por fin se abrieron y adolescentes comenzaron a salir en tropel. Gabriel, con la cabeza ligeramente ladeaba los observó a todos, uno a uno, hasta que la volvió a ver, de nuevo sola, pero esta vez su pelo lo llevaba suelto. Nadie se paraba a hablar con ella, nadie la miraba. A nadie parecía importarle.
Gabriel reprimió a duras penas el deseo persistente de correr hacia ella, situarse a su lado y saludarla. Eso si, decidió levantarse y seguirla, pero entonces alguien se interpuso en su camino.
-         Hola, niño chino.
-         Hola, Randy.-gruñó él, de mal humor. – Ya te dije que soy japonés, por cierto.
Randy se encogió de hombros, y añadió burlón:
-         ¿Faltando a la escuela no? Por mal camino vamos.
Gabriel frunció el ceño, fastidiado.
-         Me apuesto el brazo derecho a que tu no terminaste tus estudios tampoco. –le retó.
El chico de la cresta le miró con los ojos entrecerrados, y los labios apretados, como formando una especie de O; Gabriel había dado en la diana.
-         El mundo del tatuaje es mi vida.-simplificó él, con cierto desdén.
-         Ya, no se nota nada –ironizó Gabriel, mirándole de arriba abajo.- Y ahora, Randy, tengo prisa.
Intentó evadirle, pero este lo agarró del brazo y le dijo:
-         ¿Y los demás? Querría hablar con Roman, me pidió hace unos días que le hiciera un tatuaje con su nombre en árabe.
-         ¿Y a mí que me cuentas? –se soltó del brazo de Randy, y miró a su alrededor; furioso se dio cuenta de que la había perdido de vista,  y que la calle se dividía en tres callejones distintos que ella podría haber tomado de camino a su casa.
-         Joder, pues tú vives con él en el club de caza. Avísale, y dile que se pase esta tarde por mi local.
-         Tengo cosas más importantes que hacer.- masculló él.
-         ¿Ah si? ¿Cómo cuales? Mirar a las chicas inocentes de este centro como si fueras un violador.
Gabriel apretó los labios.
-         No las estaba mirando.-refunfuñó, molesto.
Randy se echó a reír, como loco, mientras lo miraba ciertamente asombrado.
-         Entonces es cierto.-comentó.
-         ¿Cierto el qué?
-         Eso que dicen de ti.
-         ¿El que? –preguntó elevando su tono de voz, lo que hizo que los estudiantes rezagados se quedaran mirando a los dos chicos de aspecto estrambótico y extraño que se hallaban discutiendo en frente de las puertas de su centro.
-         Lo de que eres gay. –dijo, con las manos metidas en los bolsillos de su ancho pantalón de camuflaje.
Randy no lo vio venir, ni se lo imaginó, lo último que vio antes de caer al suelo, con la nariz destrozada tras recibir un duro puñetazo fue como una mueca de ira ensombrecía el rostro de Gabriel, y como sus ojos centellearon, rojos.
Algunos estudiantes silbaron y vitorearon a Gabriel, pero este miró a Randy con frialdad, se alejó unos pasos y mirándole una última vez dijo:
-         Vuelve a decirme eso otra vez, y la próxima vez no apuntaré solo a tu nariz.
Randy se frotó los ojos, ahora volvía a tener esos ojos azules, que le daban aquel aspecto de demente.
Gabriel ni se giró a ver si estaba bien, siguió hacia delante. Se lo tenía merecido, y sin embargo sentía que lo peor no era que lo llamase gay, sino que por culpa de aquel plasta hubiera perdido el rastro de ella.
Durante ese día no volvió a la mansión, como vio que le sería imposible encontrar su casa, se recorrió toda la ciudad de Praga, buscando desesperadamente algún tipo de información sobre ella. La describía lo mejor que podía en todos los establecimientos de ayuda a los demás: Orfanatos, hospitales, centros de ancianos, oficinas de ONGs. Había sacado la conclusión de que una chica como ella, que visitaba regularmente un orfanato, que había salvado a Martin y llevado a otro centro para que cuidaran de él, tenía que ir a otros lugares como esos. Lugares a donde él solía ir a matar a diestro y siniestro.
Dio la casualidad de que en todos los lugares a los que fue, la conocían e iba diariamente, varios días a la semana. Sin embargo, nadie conocía su nombre, pero en todos los sitios que visitó en sus versiones coincidían en que era la mejor persona a la que habían conocido, que ayudaba sin pedir nada a cambio, y siempre lo hacia todo de buen humor, una chica encantadora. También, nunca le encontraba en ninguno de aquellos lugares, puesto o: “Ya se ha ido” o “Hoy no viene”.
Puso sus últimas esperanzas en encontrarla en aquel lugar donde estaba Martin, la noche hacia rato que ya había caído sobre la ciudad de Praga y un viento helado sacudía las calles.
Llegó ciertamente acalorado por la carrera a aquel centro para chicos sin recursos. Nada más entrar oyó una voz de asombro, una especie de chillido de felicidad y antes de que se hubiera dado cuenta Martin se había lanzado a sus brazos. Gabriel lo sostuvo sin esfuerzo, aunque un tanto desconcertado ya que nunca nadie se había alegrado de verlo.
-         ¡Has venido a verme! –exclamó Martin, totalmente ilusionado.
Gabriel tragó saliva ¿Cómo iba ahora a mentirle si lo miraba de aquella manera? Se sintió extraño, había hecho feliz a alguien.
-         Pero por poco tiempo.-advirtió.
-         Eso no importa.-dijo el pequeño, abrazándolo.
Y el joven asesino no supo porqué, pero también abrazó al pequeño, luego lo dejó de nuevo en el suelo. Justo en ese momento, una de las trabajadoras del lugar llegó donde estaban ellos y dijo:
- Martin, la cena. Despídete de tu… -lo miró de arriba abajo, desde su pelo castaño largo al estilo emo, hasta sus botas negras gastadas.- despídete de eso.
El pequeño bufó, decepcionado.
-         Espera, espera… -le pidió a Martin.- ¿Sabes si ella ha venido?
-         Se fue hace una hora o así.-le indicó él.
Gabriel pateó el suelo, chafado.
-         Pero… no ha ido lejos de aquí. –dijo Martin.
-         ¿Si? ¿Dónde? –exclamó Gabriel, esperanzado.
-         Es un comedor para personas sin techo, en la siguiente calle a la izquierda.
-         Oh, gracias.- dijo Gabriel. –Ya nos veremos.
Salió corriendo, esperando llegar a tiempo, tuvo que detenerse a respirar; doblado sobre si mismo y jadeante, observó como alguien salía de uno de los edificios, y pareció cortársele la respiración cuando la distinguió embutida en una chaqueta marrón y unos pitillos claros ajustados, su pelo negro ondeando detrás de ella.
En silencio, la siguió, manteniendo una distancia prudencial, observándola cautelosamente y suplicando no sabía ciertamente a qué, que no se girara y lo viera, porque no sabría que hacer.
Recorrió las heladas calles de Praga, estudiando cada uno de sus movimientos, la agilidad de sus pasos, hasta que llegaron a una casa de aspecto antiguo, y de dos plantas, de tamaño mediano.
No obstante, cuando llegó allí no se fue de inmediato, sino que comprobó cual era la habitación de la chica, en la parte lateral de la casa, la luz de un balcón se encendió y desde la calle, en la acera que estaba en frente, bajo la luz de una farola, Gabriel se quedó observando, a través del cristal de la puerta del balcón, como ella se peinaba vestida con un pijama blanco. Permaneció allí incluso mucho después de que ella apagara la luz.
Y a partir de ahí, volvió cada noche a aquel lugar, para, apoyado en la farola de en frente, poder observarla sin temer a ser visto por ella. A veces se pasaba la tarde entera con Martin, para también poder verla cuando ella pasaba por allí, solo que cuando ella se acercaba a Martin, Gabriel había desarrollado la tendencia de irse a la sala de al lado (la de los ordenadores) y fingir que no conocía al pequeño. No se sentía preparado como para hablarle y menos para volver a mirarla fijamente a la cara.
Aunque tampoco dejaba de entrenar y asesinar, y durante las dos semanas que duró esta, cuatro días estuvo enfermo y no pudo ir a verla, Gabriel asumió el hecho de que por más que intentara no podría sacársela de la cabeza, por más que decía: “Es la última vez que voy a verla” Sabía que no hacia más que mentirse a si mismo.
Incluso sus compañeros comentaban entre ellos que estaba últimamente demasiado distraído.
Sin embargo, una noche, frustrado porque había llegado aquel día demasiado tarde y no había podido verla, acabó, trepando por el árbol cercano a su balcón, para encaramarse a él, y aunque fuera para contemplarla desde ahí. Pero las cosas no le salieron como esperaba, puesto que cuando estaba apoyándose sobre el barandal del balcón, la puerta corrediza de cristal se abrió, sobresaltándole. Pegó un grito por la sorpresa y estuvo a punto de caerse.
-         Shhhhh. Mis padres están dormidos.
Gabriel se llevó la mano al corazón, y la observó mientras trataba de recuperar el aliento, puesto que se le cortaba la respiración cuando sentía la presencia de la chica. Y ahora estaba de nuevo, en frente suya, vestida con su pijama blanco, su pelo ligeramente desordenado cayéndole por los hombros, no parecía tener sueño, ni miedo… ni siquiera sorpresa.
-         ¿No… tienes miedo? –preguntó él.
Ella ladeó la cabeza, con una mueca socarrona en el rostro.
-         Ya te lo dije una vez. No le temo a un alma incomprendida como tú.
Gabriel, sentado sobre la barandilla, ciertamente incómodo, la miró sorprendido.
-         ¿Cómo me has reconocido?
La chica se encogió de hombros, y repuso:
-         Sé que me has estado siguiendo. Te vi en la puerta de mi instituto… y te veo todas las noches apoyado en esa farola. Llevaba tiempo preguntándome quien eres y que quieres de mí. Ahora, cuando he visto el color de tus ojos te he reconocido. No había visto a nadie con esos ojos… tienen cierta forma rasgada, como los japoneses y a la vez son demasiado azules.
-         Mi padre es japonés.-dijo él, y enseguida se arrepintió de haber dicho semejante idiotez.
Ella lo miró, fijamente, evaluándolo durante unos instantes. Luego dijo:
-         Bueno ¿Y se puede saber porque me espías? Sé que no vas a intentar matarme, sino ya lo habrías echo… Pero… no te entiendo ¿Qué quieres de mí?
-         No lo sé. –dijo él.
-         Sí, si lo sabes.-contradijo ella, con seriedad.- Sino no malgastarías tu tiempo aquí todas las noches.
Gabriel soltó aire, sin saber como explicarle lo que sentía, cuando él ni siquiera lo sabía a ciencia cierta.
-         Me fascinas.-dijo, incapaz de decir algo más. –Y… quiero comprenderte… no sé como, pero quiero hacerlo.
-         ¿Por? –parecía francamente desconcertada.
-         Porque dijiste que eras como yo. Y no comprendo como una chica como tú… tan… tan perfecta y que es capaz de hacer feliz a tanta gente… podría querer morir… bueno, o serle indiferente la muerte. Además, tú también eres parte de esa secta ¿no?
Ella no contestó de inmediato, parecía estar procesando la información e intentando asimilarla de forma adecuada, lo miró, pensativa y a la vez sorprendida y musitó:
-         Espera… ¿Me estas diciendo que soy perfecta?
Aquel cometario hizo que Gabriel se sintiera mucho más estúpido, pero ¿cómo había podido haber dicho eso? Aunque fuera lo que él pensaba de ella, ¿Por qué parecía que no podía mentirle a aquella desconocida?
-         Y ¿se puede saber de que secta hablas?
Gabriel se acomodó en la barandilla, y se cruzó de piernas, e intentó explicarle:
-         Ni siquiera sé como se llama. Pero resulta que son las personas que debo matar.
Ella enarcó una ceja.
-         ¿Y a quien en su sano juicio creería que unos niños pequeños de orfanato iban a pertenecer a una secta? Y en ese caso ¿Quién eres tú para matarles? Dime ¿Qué demonios te hizo esa secta a ti?
El joven asesino resopló, frustrado al no poder explicarse mejor. Hizo un esfuerzo:
-         Yo ya no mato porque quiero. Y no me gustó matar a niños. Es más, no maté a Martin. Matar no me llena, pero no tengo nada mejor que hacer en esta vida. Se supone que debería haber muerto hace dos meses y no lo estoy, por culpa del mismo tipo que ahora me obliga a matar… -hizo una pausa para respirar.- Resulta que hay una secta que desea destruir el equilibrio del mundo… y hay que matarles para impedirlo. Y sí, te doy todo el permiso para llamarme y pensar que estoy como una cabra.
-         Tú… ¿tienes un jefe no? Y ese jefe te salvó ¿No es así?
-         Bueno, estaría mejor muerto. Pero se podría decir que sí. –asintió él.
-         Está bien.-reflexionó ella.- Y ese jefe ahora a cambio de lo que hizo contigo te exige que hagas determinadas cosas ¿No? Te hace creer que tienes un deber que has de cumplir, porque si no fuera por él tú no estarías ahora aquí ¿Me equivoco?
Negó con la cabeza.
-         Vale… entonces parece que tenemos algo en común.
-         ¿Cómo dices?
-         Tú me dices que yo soy de una secta, secta a la que tú y unos pocos tenéis que matar ¿no?  Y los sitios a donde habéis ido a matar son lugares de caridad ¿no?
Gabriel ladeó la cabeza.
-         Sí.-admitió, arrastrando la palabra.
Ella se mordió el labio.
-         ¿Puedo confiar en ti? –quiso saber ella, en ese momento.- ¿O irás a tu jefe en cuanto termine de hablar?
-         Puedes.-prometió él. –Odio a mi jefe, dudo que vaya a decirle algo. – Y menos si tú me lo dices, pensó Gabriel, sin atreverse a decirlo en voz alta.
-         Es que resulta que yo también tengo un jefe. Bueno, una jefa más bien. Me salvó hace tiempo y ahora tengo que hacer lo que ella me pidió que hiciera. –le miró fijamente y luego pidió.- Háblame más de tu jefe. ¿De que te salvó?
Estaba abriendo mucho la boca, nunca había confiado en nadie, pocas veces en su prima… pero nunca había hablado con nadie de aquella manera. Aunque, tal y como iba su vida, ninguna consecuencia podría ser más negativa de lo que él vivía en esos momentos. Y deseaba tanto hablar con ella, que se había acomodado en la barandilla, a su lado y balanceaba sus pies descalzos que no le llegaban al suelo, mientras esperaba pacientemente a que él empezara a hablar.
-         Verás. Yo ya era un asesino antes de que mi jefe me encontrara. Lo único que quería era llamar la atención de mi familia… hasta que cuando dejaron de prestarme atención cuando mataba… entonces deseé morir e irme de aquí.-señaló el suelo.- Y casi lo consigo. Si no fuera porque él me “rescató” de la cárcel, un día antes de mi ejecución. Para traerme aquí, a asesinar a diestro y siniestro. Matar a todos los de la secta y a los que se pusieran en nuestro camino, ya sabes, eso que los americanos inventaron: Los daños colaterales.
Ella le miró, pensativa.
   -   Y bueno… ¿Qué te pasó a ti?
   -    A mi me pasó lo contrario. –Explicó.- Cuando era muy pequeña mis padres me llevaron a una especie de granja, donde se podía montar en caballos. A mi se me apeteció subir a uno… el caballo vio una serpiente y se asustó. De los saltos que metió acabó tirándome al suelo, me golpeé fuertemente en la cabeza con una piedra. Estuve a punto de morir ahí mismo, cuando se acercó una mujer. Me dijo que iba a vivir, pero que a partir de ahora viviría para los demás, que tenía un don, y ahora tendría que ejercerlo sobre la humanidad. Mi único don es que leo el sufrimiento y que puedo remediarlo. Por eso siempre estoy en lugares como en los que tú me encontraste. Y no puedo evitarlo, cuando veo desgracias hay algo que me llama y tira de mi, y acabo dándolo todo por aliviar el dolor de los demás.
Gabriel meditó sobre ello. Tenía lógica. Si Akira era un demonio querría destruir a la gente que quería hacer el bien por los demás. Todo encajaba perfectamente. Además, ella sentía lo mismo que él cuando le colocaban un arma en las manos, mataba casi automáticamente y la mitad de las veces no sabía ni como hacia esas elaboradas técnicas de lucha y de tiro que demostraba conocer en las misiones. Aunque si Akira era un demonio…
-         Y tu jefa ¿Qué es exactamente?
-         ¿A que te refieres?
Gabriel apretó los labios. ¿Cómo iba a soltarle que su jefe era un demonio y que él estaba condenado a al sufrimiento eterno?
-         Eso.-repitió.- ¿Qué que es?
-         Una mujer… supongo… -dijo.-Pasó hace mucho tiempo y no me acuerdo. ¿Lo dices por algo?
-         No, por nada.
Ella sonrió, una sonrisa sesgada y que inspiraba tranquilidad.
-         Mientes de pena. –comentó.
Él intentó sonreír, pero tan solo le salió una mueca sarcástica.
-         Bueno, vas a pensar…
-         ¿Qué estás loco? Oh, venga. Dímelo de una vez. –lo calmó ella.
Lo mejor era ser directo, pensó él, así que le dijo:
-         Mi jefe no es normal. No es humano.
-         ¿En cuanto a qué?
-         Es un demonio.
Ella enarcó las cejas.
-         ¿Pero que dices?
-         Ya te lo he dicho, es un demonio de verdad. Se transformó delante de mí y yo lo vi.
-         ¿Estás seguro?
-         ¿Ves? Te dije…
Habían alzado la voz sin darse cuenta, formando un ruido audible para la habitación cercana.
-         Hija ¿Qué estas haciendo? ¿Estás despierta?
Ella paró en seco, le miró, asustada, con sus ojos oscuros muy abiertos.
-         Vete.-le pidió, calmada.  
-         ¿Puedo venir a verte mañana?
-         Puedes.
Gabriel puso un pie en al árbol y con el otro por encima del barandal dijo, apurado, mientras llamaban a la puerta de la habitación de la chica.
-         Espera, espera.
Se volvió hacia él, unos segundos, con impaciencia.
-         ¿Hija? –Sonó la voz de su madre.
-         ¿Cómo te llamas?
-         Luego te lo digo.-contestó ella, apresuradamente.
-         ¿Cómo?
-         Vete, te lo prometo, luego te lo digo. –ella le dio un palmadita en el tobillo que tenía sobre la barandilla y se volvió, dispuesta a abrirle a su madre.
Gabriel se deslizó por el árbol, y cayó en la acera en pie. Desde ahí, oculto tras el árbol, escuchó a trazos la conversación que tuvieron madre e hija en la que ella le explicaba que estaba viendo una película y que no la había abierto antes porque le quedaban tres minutos a la película para acabar y no quería perdérselo. Una excusa bastante poco creíble, que coló totalmente, para sorpresa de Gabriel, y pensó que debía de ser normal, puesto que ella era demasiado buena, como para hacer algo malo.
Cuando oyó la puerta cerrarse, corrió junto a la farola, para ver lo que hacía ella. Estaba apoyada en su escritorio, escribiendo algo en un folio con un rotulador amarillo. Cogió el papel y lo estampó contra el cristal de la puerta del balcón.
En la hoja, escrito con unas letras redondeadas y grandes, de un color amarillo fosforito, estaba escrito su nombre:
“Ingrid” 

4 comentarios:

  1. Entonces, la jefa de Ingrid tiene que ser un ángel, ¿no? Aiis, qué mono se pone Gabriel con Ingrid. Para mí que se está enamorando de ella. A lo mejor, ella puede ayudarlo a redimirse... Espero pronto el siguiente capi, que está cada vez más interesante. ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  2. Oooooh, nuestro asesino se ha enamorado y ha hecho un amigo de verdad! :D jajajajaj Pues me alegro por Gabriel, el pobre necesita un poco de amor y comprensión. Espero el próximo! :)

    ResponderEliminar
  3. Un capítulo más largo de lo normal, lo reeconozco. Pero eso no quiere decir nada, solo que............ ha estado genial!!!!!
    Mira que sabía que Gabriel se enamoraba, es que lo sabía.
    P.D.: soy muy lista
    P.D.2.: días tontos

    ResponderEliminar
  4. Ohh Dios! Me acabo de enganchar al blog y me he leido 12 capitulos del tiron! ME encanta tu historia.
    Un beso :)

    ResponderEliminar