martes, 26 de julio de 2011

Capítulo 8. Con hielo en las venas.

El sudor se deslizaba lentamente a través de su piel, el oxígeno se iba agotando poco a poco, el olor a humo y a quemado inundaba aquel reducido espacio en el cual había quedado encerrado. Su mente estaba demasiado nublada como para acabar de percatarse del peligro que corría ahí dentro.
Gabriel acababa de incorporarse, bañado en sudor, sabía que había algo que se le escapaba, algo estaba ocurriendo en esos momentos y no se daba cuenta de lo que verdaderamente sucedía. Su cabeza daba vueltas y vueltas. Alargó la mano, y sus dedos palparon un cristal, deslizó la mano a través de él, hasta darse cuenta de que se encontraba en el interior de un coche. Parpadeó varias veces y su vista terminó de aclarase. Estaba totalmente desnudo,  sus pantalones estaban colgados del asiento delantero, alargó la mano para recogerlos y cubrirse. Fue en ese momento, mientras se abrochaba los botones para cerrar su pantalón sobre su cintura, cuando se dio cuenta de que por los alrededores de aquel lugar donde estaba aquel coche aparcado, todo estaba en llamas y que pronto el fuego llegaría a él. No se asustó, no maldijo a Samantha por no reprimir el pirómano impulso de incendiar el coche rojo que habían robado el día anterior;  se quedó tumbado donde estaba, en los asientos traseros, cerró los ojos. Esperando que la muerte llegara a él de nuevo. Siempre había sido así de suicida, deseaba morir desde hacía ya mucho tiempo. Y esta vez nadie le arrebataría la oportunidad de irse por fin de aquel cruel mundo, que solo había sabido despreciarlo y tratarlo mal.
Sentía que poco a poco se iba rodeando de llamas, que el oxígeno se convertía en negro humo que llenaba sus pulmones, y que iba asfixiándolo con lentitud.
Y cuando las llamas estaban a punto de alcanzar el vehículo, las puertas del coche se abrieron, una mano agarró a Gabriel por el hombro derecho, con fuerza, tiró de él hacia el exterior del coche. Gabriel se resistió, tirando de su cuerpo, empujándose a sí mismo a las llamas, que crecían cada vez más alto. Sus fuerzas no fueron suficientes, alguien lo había sacado de allí. Los rayos del Sol de aquella mañana acariciaron su piel, y el asfalto suelto de aquella carretera pinchaba las plantas de sus pies y su pelo formaba una maraña sucia y sudorosa, antes de que se hubiese dado cuenta lágrimas corrían por sus mejillas, por la impotencia que sentía al no poder apagar de una vez por todas, su miserable vida.
Se alarmó cuando alguien lo cogió y cargó con él hasta depositarlo en el asiento de copiloto de otro coche, Akira. Y lo estaba viendo llorar a lágrima viva. Gabriel se incorporó, poniéndose recto, abrazando su torso desnudo. Akira tomó asiento en el lugar del conductor y arrancó. Luego, mientras el coche estaba en marcha, circulando por aquella especie de autopista, Akira lo miró.
Gabriel estaba secándose las lágrimas, restregándose con los dedos sus mejillas.
-         ¿Por qué me has salvado? –quiso saber él.
-         Eres demasiado valioso, y acabo de terminar con tu entrenamiento inicial, como para ahora tirar por la borda todo mi trabajo.
-         ¿Valioso? –repitió Gabriel perplejo.
-         Así es. Ayer lo demostraste, sé que puedo sacar de ti grandes cosas. Todavía te queda mucho que aprender, tienes mucho que corregir. Pero eres inteligente e ingenioso, aprendes rápido… Una de las cosas que deberías de corregir, por ejemplo: Tu obsesión por el suicidio, y tu inestabilidad.
-         No es una obsesión.-contradijo él.- No quiero vivir y punto. Mi vida no tiene sentido desde hace mucho tiempo.
-         ¿No tiene sentido?
-         No, -siguió él.- Ni siquiera le veo sentido a esto que hacemos.
-         ¿Matar?
Gabriel asintió.
-         Gabriel, esa piedad del fondo de tus ojos, es otro de tus fallos. ¿Qué hizo por ti la humanidad? Despreciarte, odiarte, burlarse de ti. Para ellos no vales nada, no eres nada. Ahora, puedes demostrarles lo que eres. Eres alguien. Esta es tu venganza por todo lo sufrido. Antes matabas porque no soportabas la felicidad de los demás, porque era algo que tú no poseías. Pues bien, ahora haces lo mismo. Les robas la felicidad. Y créeme, pronto apagaré esa piedad que reflejan tus ojos.
Gabriel le miró, sin decir nada, mientras se peinaba el flequillo con los dedos, totalmente perdido en sus pensamientos.
-         No deberías rendirte ahora. Siempre has querido que tu vida tuviera algún sentido. Lo que haces es muy importante, el equilibrio del mundo está en juego, Gabriel. Y tú tienes un don. El sentido de tu vida es este: asesinar a esta secta.
Gabriel le miró, reflexionando con sus palabras, y cuando se bajó del coche, ya había decidido que por una vez en su vida, algo iba a tener sentido. Aunque tan solo fuera el ser asesino.

Cuando llegó a la mansión, y se encontró a Samantha ataviada con una mini falda y su camisa del rayo puesta, ella se aproximó a él y le dijo:
-         Lo siento. No pude evitarlo.
Él no le respondió, ni la miró, siguió su camino hacia su habitación.
Samantha le miró perpleja, pero no hizo nada por seguirlo.
Los días siguieron transcurriendo lentamente, y mientras que los demás, se iban de fiesta, flojeaban en el sofá, bebían hasta caer rendidos, iban por ahí a robar o veían estúpidos programas basura en la televisión, Gabriel invertía casi todo su tiempo en duros entrenamientos, quería volverse de hielo, quería asesinar sin motivo y que aquello no le importase. Quería buscar alguna manera de insultar a Kavita cada vez que ella le llamara: psicópata gay. Quería convertirse en el mejor de todos ellos. Para cuando terminara allí volver a Japón, y asesinar a todos aquellos que alguna vez le dañaron. Aquellos falsos amigos que se juntaban con él, para luego humillarle a sus espaldas, aquellos chicos que le pegaban palizas cuando tan solo era un crío, a todos los que se reían de él por su enfermedad y sobre todo, al primer culpable de su miseria. Ya había grabado el nombre de su padre en una bala, que guardaba en el primer cajón de su mesilla de noche.
Fue el protagonista de las siguientes misiones, les ganaba a todos en ingenio, y mataba mucho más que los demás, hacia su trabajo más rápido y con más eficiencia, ataviado de su abrigo, y sus gafas violetas. Se infiltraba en los sitios con una facilidad envidiable, y lo hacia todo con frialdad. Se había obligado a no mirar nunca a sus victimas a los ojos, a no mirar sus cuerpos destrozados, sus heridas de balas. Sabía que si no, acabaría echándose hacia atrás de nuevo. Estaba aferrándose al fino hilo del que pendían sus ganas de vivir.
Llegó a dejar de importarle que Chin lo estuviera observando con la cámara, llegó a dejar de importarle todo.
Su diferencia era tal, que un día mientras corría por la cinta, con la máquina a toda potencia, mientras en frente de él, una enorme televisión emitía las noticias. No se inmutó cuando la presentadora dijo que en Tokio todavía reinaba el desconcierto con la explosión de una de las cárceles más importantes del país. Tampoco sintió nada cuando vio a su tío hablándole al mundo, pidiendo a gritos que encontraran a su sobrino, el único que consiguió escapar de la cárcel a tiempo y desaparecer sin que las autoridades pudiera encontrarlo, su tío proclamaba furioso que era un asesino psicópata y que no merecía vivir. Que debía ser ejecutado lo antes posible.
Gabriel sonrió, con aquella desquiciada loca sonrisa que crecía por su pálido rostro afeminado.
-         ¿Eso quieres, tío? ¿Lo deseas? Yo ya no soy como antes, voy a ser el peor asesino que puedas imaginarte y cuando acabe con toda esta gente, tú serás el siguiente. –juró, mirando fijamente la pantalla.- Voy a aferrarme a la vida, más fuerte que nunca. Cuando más desees mi muerte, más me abrazaré a ella.
Aumentó la potencia de la máquina.
-         Ahora me has dado más razones para seguir adelante.
Todo seguía siendo normal, Gabriel no salía de su círculo vicioso de entrenamientos, armas y asesinatos. No pensaba en nada, salvo en como mejorar su forma de matar. Por la noche, estaba demasiado agotado como para quedarse reflexionado sobre lo que pasaba a su alrededor antes de dormirse. Se había sumido en una total inconciencia, solo sabía seguir hacia delante, no mirabas las nuevas optativas, su mente se había cuadriculado demasiado. Akira lo había felicitado, diciendo que cada vez era más estable y que aquella piedad de sus ojos cada día era menos visible, aunque Gabriel no se sintió totalmente satisfecho con lo que lograba. Nada conseguía satisfacerlo verdaderamente, por lo cual se esforzaba más y más, sometido a una enferma obsesión con sesgar vidas humanas.
Hasta que un día, Gabriel volvió a ser consciente de todo, bruscamente volvió a aterrizar en la realidad, cayendo desde tan alto que el daño fue devastador y lo hundió en una profunda depresión.
Todo empezó cuando fue atacado por su enfermedad, cuando volvió a pasarse solo toda la noche, victima del más hondo sufrimiento, ahogándose con sus propias lágrimas y asfixiándose en aquella habitación. Una vez más, la pesadilla de nunca acabar.
Su cabeza dio vueltas, y terminó de darse cuenta de que por más que lo intentaba no le llenaba matar, nunca lo hacía. Desde la primera vez que mató a aquel chico, su primera victima a la que empujó a los raíles de un tren, había estado toda la noche llorando arrepentimiento por sus ojos, pero por primera vez en su vida su padre lo había mirado, con decepción, por lo había hecho. Por primera vez su tío iba a verlo, por primera vez en su vida alguien luchó por él. Y aquello fue lo que lo indujo a seguir asesinando. Cuando veía alguien feliz sentía deseos de matarle, para así obtener algún tipo de afecto por parte de su tío, afecto que nunca había recibido. Quizás eso era lo único que quería…
Lloró por ello, lloró porque quería recuperar su frialdad, sus ganas de matar. Pero no podía, sus fuerzas le fallaban y el hielo que había estado corriendo por sus venas se había derretido completamente.
A la mañana siguiente, seguía encontrándose mal, y no acudió a la misión. De todas formas sus fuerzas le habrían fallado. Estuvo enfermo tres días y cuatro noches. Y nadie fue a ver como estaba, nadie. Era la primera vez que su enfermedad se prolongaba tanto, y con horror se dio cuenta de que estaba empeorando por momentos.
Cuando se hubo recuperado no fue a entrenar, se quedó en su habitación. Gastando paquetes de cigarrillos franceses en cuestión de horas, mientras buscaba imbecilidades por Internet. Leyó todas las noticias sobre él, y sobre sus compañeros. Jugó a juegos de carreras y leyó las noticias en varios idiomas. Abrió un traductor y buscó palabrotas en ruso, serbio, coreano y neocelandés. Hasta que al final, sumido en una honda tristeza escribió lentamente y ligeramente dubitativo “Akira” en el buscador. Con ese nombre tan raro, seguro que no podía equivocarse al no saber su apellido.
Mientras esperaba las respuestas del buscador, le dio una fuerte calada al cigarro, y mientras expulsaba el humo por la nariz, leyó la única página que se había abierto ante sus ojos. Estaba a punto de pinchar en ella, cuando alguien le tocó el hombro.
Se sobresaltó, y miró, aterrado a Akira.
-         Con que buscabas sobre mí ¿no es así?
No hacía falta que Gabriel contestara, con solo mirar la pantalla se podía averiguar la respuesta. Akira volteó su silla, haciendo que Gabriel le mirara.
-         Gabriel, si querías saber algo sobre mí, solo tenías que preguntar.
El aludido tragó saliva, no le gustaba nada el tono que estaba usando su jefe para hablarle.
-         ¿Me habrías respondido a las preguntas?
-         Seguramente no.-dijo y rió, luego, añadió, volviendo a adoptar un tono cargado de seriedad.- Pero, como tu trabajo últimamente ha mejorado, permitiré que me preguntes algo. Lo que sea. Y te responderé la verdad.
Gabriel, meditó durante un rato, decidió no darle muchas vueltas y se limitó a preguntar:
-         ¿Quién eres verdaderamente?
-         Mi verdadero nombre es Chax. Cuando encuentres y sepas quien soy en realidad, ven a hablar conmigo: te estaré esperando.
Él asintió, estuvo a punto de volverse hacia el ordenador y buscar aquel nombre en el navegador. Pero Akira volvió a voltear su silla.
-         Levántate. Tienes una misión. –le informó.
Gabriel reprimió su deseo de resoplar, mientras sacaba su chaquetón del armario. 

3 comentarios:

  1. A ver, comencemos.... soy imbécil :/ he comentado en el capítulo 6 así que tienes un comentario más XDDD
    pero al final no hacen nada!! :(
    quiero saber cuál es la misión!! BIEN BIEN BIEN :)

    ResponderEliminar
  2. Joderr!! Lo primero, vaya tela con Samantha. Aunque estaba claro que no podría reprimir sus instintos pirómanos. En cuanto a Gabriel, pobrecillo, no hay nadie que lo quiea o le dé un mínimo de afecto. Y Akira... ese tío cada vez me da más mala espina. Espero pronto el siguiente. ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  3. Empecemos por el principio.

    Es increíble la manera de desarrollar la historia hasta el punto de fascinarte y engancharte desde el principio, tiene siempre acción, suspense y intriga que necesita una historia como esta.
    Me ha encantado desde el principio y no a habido ningún momento que se haya hecho repetitivo o pesado.
    Te felicito.

    Seguiré esperando tus capítulos.

    ResponderEliminar