jueves, 21 de julio de 2011

Capítulo 3. Puede que no vuelva.

Su salvador no le dijo cual eran sus intenciones al sacarlo de allí. Es más ya no respondió a ninguna de sus preguntas. Tan solo se levantó y sacó una especie de pistola enorme y partió el cristal blindado, que estalló en pedazos. Gabriel se apartó, pegándose a la pared, jadeante, mientras observaba como él llegaba a su lado, lo agarró con violencia, mientras que los guardias entraban en tropel a la sala, él les disparó a todos con la mano libre que no agarraba al asesino. Los cuerpos de los guardas cayeron uno por uno sobre le frío pavimento, inertes. Y en ese momento ambos salieron de la sala de visitas. El extraño agarrándole con una sola mano, con una firmeza milagrosa, mientras corría y disparaba a todos con los que se cruzaba. La alarma haciendo retumbar las paredes.
-         ¡Se escapa! ¡Se escapa!
Explosiones hicieron temblar los cimientos del edificio, haciendo que todos los guardas se tambalearan y cayeran, eso los que no habían sido pillados por la explosión, que habían muerto en el acto.
Gabriel quería chillar, presa del miedo, creyendo que aquello volvía a ser otro juego de su enrevesada enferma mente, que de nuevo quería confundirlo. Quizá ese hombre no existía, quizá tan solo era la voz de su conciencia. Tal vez el extraño no era el que lo agarraba y le había taponado la boca para que no gritara; podría ser un simple policía a la que su mente había desfigurado, un guarda cualquiera que lo arrastraba hasta las puertas de la muerte, para terminar finalmente con él. Así que cerró los ojos, y se dejó llevar. Esperando no sentir nada en cuestión de momentos. Esperando caer muerto sobre las losas de aquella cárcel.
Pero estaba equivocado, tan equivocado.
Una fuerte explosión resonó en toda la avenida, haciendo que Gabriel abriera los ojos y contemplara la cárcel destruida y en llamas, mientras que ellos dos escapaban, hasta un Toyota negro, al cual fue empujado dentro y Gabriel no tuvo otra que sentarse en el asiento de copiloto y abrocharse el cinturón, estaba jadeando, sin entender verdaderamente lo que estaba sucediendo a su alrededor. No sabía si todo era un nuevo invento de su cabeza, o si de verdad aquello estaba ocurriendo. Decidió tranquilizarse pensado que probablemente tan sería una especie de alucinación, y que aquel coche terminaría por conducirlo a la muerte.  
El coche arrancó, y Gabriel pegó su cabeza a la ventana, observando por última vez Tokio, su ciudad. El lugar donde había crecido… Que diablos. Estaba deseando dejar aquella ciudad, escapar por fin de ella y decir su último adiós a todos. No le aterrorizaba encontrarse con los chicos a los que él había tenido la delicadeza de matar durante los últimos meses de su patética vida. Ya todo le traía sin cuidado.
Algo lo sacó de sus pensamientos, sin embargo. Conocía aquel lugar. Estaba viendo como habían salido de la maraña de rascacielos y edificios grandes como titanes, de la muchedumbre de gente que andaba por las calles, el ruido estridente. Los edificios cada vez se hacían más pequeños y feos. El coche se internó en un callejón, donde casas antiguas y ruinosas se mantenían en pie a duras penas. No tardó en distinguir el tejado con agujeros cubiertos por un plástico impermeable amarillo, las numerosas pintadas en aquella fachada endeble y destrozada por los años. Horrorizado contempló su casa.
-         ¿Qué hacemos aquí? –preguntó cuando el coche se detuvo en la misma puerta de su domicilio.
Su salvador se volvió hacia los asientos traseros, sacó de ellos una maleta de tamaño mediano y se la tiró.
-         Llena esta maleta con tus pertenencias. Armas incluidas. Cuando hayas terminado, vuelve aquí. Te estaré esperando. Date prisa, dentro de unos veinte minutos la policía estará aquí.
Gabriel tragó saliva, no entendía nada y las piernas le temblaban. Odiaba aquel lugar, al que nunca podría llamar hogar y no recordaría con cariño. Aquel era el escenario de todas sus pesadillas, los traumas de su miserable infancia. Corrió la puerta de papel hacia la derecha, que como siempre se atascó a mitad de camino, por lo que le costó un poco colar la maleta en su mugriento salón de suelo de madera carcomida. Con la sorpresa se había olvidado de comprobar la hora que era, por lo cual no esperaba encontrarse a su padre fumando con la vieja pipa del abuelo, mirando la tele con señal distorsionada, mientras que estaba sentado sobre un desgastado y descolorido almohadón. Su padre se volvió hacia él, le miró y dijo como si no hubiera pasado nada:
-         ¿De donde vienes, Gabriel?
Entonces podía verlo; con lo cual no. No estaba muerto. Menuda mierda, pensó, mientras se mordía el labio inferior.
-         Pensé que estabas en la cárcel. Has salido en las noticias de la mañana. –dejó caer su padre, ahora devolviendo su atención al antiguo televisor.
-         ¿Ah si? Pues espero que haya salido favorecido.- gruñó él, mientras le daba la espalda a su padre y llegaba hasta su habitación.
Las mismas cuatro paredes, su armario lleno a rebosar de ropa negra y aquellas palabras pintadas en la pared. Nombres, fechas importantes, dibujos de crucifijos y lo que más le gustaba, lo había escrito un día para calmar su ira, en letras grandes ponía, encima su cama:
- Mi padre es un imbécil vago que nunca encontrará un trabajo. Alego su máxima estupidez y ceguera cuando tengo la total seguridad de que no leerá esto aquí escrito.
Y todavía no lo había leído, a pesar de que lo había escrito dos años atrás.
No tardó en deshacerse del feo uniforme de la cárcel y ponerse la misma ropa que llevó la tarde anterior que seguía tirada sobre la mesa de su improvisado escritorio. Una camisa de mangas cortas, unos pantalones ajustados de cuero negro y encima su fino chaquetón negro con capucha, revestida por los bordes con pelo blanco. Vació su armario con rapidez, llenándolo de todo tipo de ropa. Echó sus botas rojas con cordones negros de paso, como los únicos dos pares de zapatos que pensaba llevarse, además de otras botas negras que acababa de ponerse. Sus botas preferidas seguían en la cárcel y no podía volver a recuperarlas. Acto siguiente, llenó la maleta con todas sus cuchillas, navajas y su mini-pistola, armas que guardaba bajo una tabla hueca del suelo. Se echó la maleta al hombro, sujetando con la otra mano su uniforme de la cárcel. Tenía que deshacerse de él.
Su padre seguía descansando sobre su almohadón, con la pipa entre los dientes y la mirada fija en la televisión antigua. Al sentir el crujir de las tablas de madera, le dijo, sin mirarle:
-         ¿No habrás venido a que te ponga de comer? Porque no he hecho arroz para ti.
Gabriel fue hasta la pequeña cocina, pegando zapatazos con fuerza, tambaleando el suelo.
-         ¡Gabriel, que se va la señal de la televisión! –se quejó su padre desde el salón.
Como siempre su padre usaba aquella gran cacerola para hacer toda la comida, daba igual la cantidad, tan solo tenían aquella para cocinar. Gabriel destapó la cacerola, donde una pequeña cantidad de arroz estaba cocinándose. El almuerzo de su padre. Una sonrisa malvada iluminó su rostro, cuando dejó caer su uniforme de la cárcel en el interior del recipiente y lo taponó de nuevo con la destrozada tapadera.
-         Que disfrutes de tu comida, papá.-masculló, mientras salía de la cocina.
Abrió de nuevo la puerta corrediza, y mientras intentaba colar de nuevo la maleta a través de ella, le dijo a su padre, en una última oportunidad de llamar su atención:  
-         Puede que no vuelva.
-         Mejor, alquilaré tu habitación. Es más, ya tenía pensado hacerlo cuando he visto las noticias esta mañana. Tu tío es testarudo con eso de sacarte de los líos en los que te metes. Ya eres mayorcito ¿eh?
Gabriel resopló. Nada. Su padre era de hielo con él. Al diablo él y al diablo todo, pensó mientras caminaba hacia el Toyota, con paso firme. Sin saber que le aguardaba ahora el destino.


4 comentarios:

  1. Me acabo de leer los 3 capítulos. ¿Qué puedo decir? Tu historia me ha cautivado desde el principio. Es diferente, refrescante, con el punto justo de violencia y locura. También me gusta cómo tratas psicológicamente a los personajes. Plasmas muy bien el hastío que siente Gabriel, la desesperación de su tío porque su sobrino no entra en razón, y la frialdad de ese padre desnaturalizado que tiene.

    Sólo queda preguntarse: ¿qué intenciones tiene "su salvador" con él? ¿Pretende convertirlo en un asesino profesional? ¿Le ayudará a salir de su vida vacía y miserable?

    Espero con ansia el próximo capítulo. ¡Un beso!

    ResponderEliminar
  2. ¡Hola!
    Somos el equpo de TDDB (The Dream Diaries Blog) blog de lectura y escritura y francamente nos ha encantado tu blog y tu manera de escribir!
    te animamos a pasar por nuestro blog y participar en alguno de nuestros concursos de relatos, pero sobre todo a seguir escribiendo esta historia porque promerte!!! esperamos el capitulo 4 :(
    un abrazo;
    TDDB
    http://thedreamdiariesblog.blogspot.com/
    una de nuestro equipo tambien escribe un libro, te dejamos la direccion por si quieres pasar:
    http://utopia-nocierreslosojos.blogspot.com/
    un beso!

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias por vuestros comentarios, motivan a seguir escribiendo! ^^
    En cuanto a las intenciones de "el salvador" con Gabriel, pueden verse en el Capítulo 4, ya publicado. Espero que os guste :D
    En cuanto pueda me pasaré por vuestros blogs.
    ¡Un beso a ambas!

    ResponderEliminar
  4. Siento no haber comentado antes(y seguramente no podre hacerlo en todos los capitulo porque estoy con el portatil y me va muy lento),Pero queria decirte que me encanta la originalidad de la historia.Seguire leyendo aver que pasa eso si ¡Me encanta!

    ResponderEliminar