ATENCIÓN: Este capítulo es un poco más largo que los demás, espero que no se os haga pesado ^^ Ahí va:
El viaje en avión fue largo. Ninguno de los dos habló, y Gabriel estuvo la mitad de este durmiendo, enfundado en su chaquetón negro, con la capucha negra de los bordes con pelo blanco puesta, ocultando su rostro. No se molestó en preguntar nada más, tampoco es que le importara mucho el lugar a donde lo fuera a llevar.
Lo despertó la megafonía que anunciaba en inglés que acababan de llegar a Praga, se incorporó sobre el asiento, poniéndose recto y dirigiendo una mirada de soslayo a su salvador, que seguía sentado en la misma postura que cuando él se durmió horas antes.
- ¿Praga? –se dijo él, en voz alta.
El avión aterrizó, y siguieron su viaje en otro coche aparcado en las puertas del aeropuerto. Gabriel suspiró, mientras vislumbraba el ambiente tan distinto de aquella ciudad comparado con Tokio. Allí se respiraba calma por los cuatro costados, los edificios eran antiguos, pero no estaban estropeados. Es más, eran bonitos, no había esa masa de gente que lo llenaba todo, el cielo estaba parcialmente nublado, al ser finales de septiembre. Atravesaron un puente de piedra, por el cual, por debajo surcaba un enorme río, con pequeñas embarcaciones navegando por él. Se internaron en el interior de la ciudad. Gabriel lo observaba todo, entre fascinado y desconcertado. El coche acabó deteniéndose cuando llegaron a las afueras de la ciudad, en la puerta de una mansión de aspecto antiguo y lúgubre, con un pequeño jardín, donde en su centro había una fuente vacía, donde en el centro había una estatua que representaba a un ángel sin cabeza. Su salvador salió del coche, y él, tras coger la maleta lo siguió.
- ¿Para qué me has traído aquí?
Su salvador siguió sin responder y le hizo pasar dentro de la mansión, llegando a un salón central, vacío, lleno de macabras estatuas que representaban seres de aspecto diabólico, lo condujo hacia otra habitación, igualmente grande, que poseía un largo sofá rojo, donde en él había sentados más chicos de su edad. Unos de aspecto duro, con poses violentas, miradas asesinas, otros tenían aspecto salvaje, despeinados, otros tenían pinta de psicópatas.
- ¿Quién es el nuevo? Es rarito. –comentó una chica mirándole con tanto desprecio como si fuera a levantarse de aquel sofá en el que estaban todos sentados, y fuera a agredirle. – Además, lleva un chaquetón de chica.
Gabriel se ruborizó debajo de la capucha de su chaquetón. No es que le hubiera insultado, es que simplemente estaba diciendo la verdad, esa chaqueta era de su prima, la hija de Eikichi. Un día se dejó aquella prenda en su casa y desde entonces él se había apropiado de ella, porque sinceramente le gustaba como le quedaba y porque le recordaba a su prima, ya que su padre le mandó a un internado en Irlanda y no la veía desde hacía casi un año.
El salvador pasó por alto el comentario de la chica, se volvió hacia el asesino y dijo:
- Gabriel, estos serán a partir de ahora tus compañeros de trabajo.
Él se volvió aturdido hacia su salvador.
- Espera, espera ¿Trabajo?
Los chicos que estaban en el sofá se rieron, burlándose de su ignorancia, hasta que el salvador los hizo callar con un gesto.
- Espero que hagáis todo lo posible para que se integre pronto y pueda ayudaros en las misiones.
Gabriel no sabía que pensar. Trabajo ¿qué trabajo? ¿Iban a mandarlo a alguna fábrica? ¿O ha hacer trabajos duros en alguna mina? No entendía nada. El salvador lo agarró del hombro y le indicó que lo siguiera, lo llevó hacia otra habitación, en este también había un sillón, lo hizo sentarse, y él se sentó en otro que estaba en frente suya.
- ¿Quiénes son ellos? –preguntó Gabriel.
- Ellos son como tú. Asesinos psicópatas, adolescentes problemáticos…
- ¿Y se puede saber que haces con todos ellos aquí encerrados?
- Os necesito para trabajar.
Gabriel miraba lleno de incertidumbre a su salvador, que sonreía enigmáticamente.
- Ya me lo esperaba. Nadie hace nada por nada. A todos ellos los sacaste también de la cárcel ¿No es así? Y ahora para cobrarte ese “favor” que nos has hecho a todos… vas a pedirnos que trabajemos para ti. Supongo que en alguna fábrica, o en otro trabajo cualquiera donde podamos ser usados como simples mulas de carga. ¿He acertado?
El salvador se rió, francamente divertido.
- Así que el muchacho nos salió inteligente. Casi aciertas, salvo por el tipo de trabajo que vas a tener que hacer junto a los demás. Dime… ¿Qué es lo que hace precisamente un asesino?
Las pupilas de Gabriel se empequeñecieron, como siempre que se sorprendía.
- ¿Quieres que matemos?
- Bingo. –sonrió de forma mordaz.- Te explico. Vuestra tarea es de mucha importancia, puesto que mi misión es acabar con una secta que como siga con lo que hace, destruirá el equilibrio de este mundo.
- ¿El mundo tiene equilibrio? –dijo él, incrédulo, haciendo una mueca.
- Lo tiene, lo tiene.- afirmó su salvador. – Aunque no deberías cuestionar lo que te pido, ya que tan solo me estás devolviendo el favor por sacarte sano y salvo de Tokio, muchacho. Además, cuando por fin logréis entre todos exterminar a esta secta de la que te hablo, seréis totalmente libres y podréis hacer lo que queráis. Como si cuando termines te apetece cargarte a otro en los servicios de algún establecimiento y que te fusilen. Creo que era eso lo que querías cuando estabas allí encerrado.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Gabriel. Sí, eso era lo que quería y lo seguía deseando. Pero ahora al parecer estaba allí, en Praga, en una casa llena de asesinos, con los que tendría que trabajar matando a gente.
Genial, ironizó él, mentalmente.
- ¿Te ha quedado claro, Gabriel?
- Transparente. –respondió él.
El salvador se levantó del sillón y Gabriel lo imitó, sin saber muy bien que iba a hacer a continuación.
- Ven, voy a enseñarte tu cuarto.
¿Tenía cuarto? ¿No lo harían dormir en literas… o en una habitación comunitaria? Bueno, eso empezaba a sonar mejor…
Lo hizo subir unas escaleras de piedra, forrada por una vieja y mullida alfombra azul marina, con decorados florales de color rojo. La mansión era enorme y había gran cantidad de habitaciones vacías, tomaron el pasillo derecho y su salvador se paró en una puerta abierta. Gabriel iba arrastrando su maleta a lo largo del pasillo y se quedó asombrado al ver su nuevo cuarto. Mucho más grande que el suyo en Tokio, pintado de color gris claro, una cama con una colcha negra, con un dragón chino de color rojo impreso en ella. Un escritorio, con un ordenador más allá, y un armario de caoba al otro lado de la cama. Se pellizcó la mejilla, incrédulo.
Rato después cuando había deshecho la maleta, y se había quitado su chaquetón decidió bajar al piso inferior a buscar a su salvador, se moría de hambre y no sabía donde estaba la cocina, o si tal vez tendría que vagabundear por Praga hasta encontrar un supermercado lo suficientemente cutre como para poder robar algo que comer. Sus pasos lo llevaron hasta el salón donde antes había visto a los demás asesinos. Cuando llegó no estaban todos, pero había tres chicos tirados en el sofá, viendo la televisión. Otro estaba más allá, en la otra punta del sofá, con un portátil de última generación sobre su regazo, mientras tecleaba a la velocidad de la luz. Gabriel se quedó en la puerta, sin saber si preguntar por el salvador o mejor dar media vuelta y buscarle él mismo. Fue demasiado tarde, puesto que la chica que antes lo había llamado “rarito” escogió ese momento para entrar. Se quedó mirándolo, una vez dentro de la habitación, haciendo que todos los demás volvieran su vista hacia él.
- ¿Sabes? –dijo la chica.- Ahora que te veo sin ese chaquetón, pareces aún más gay.
Gabriel frunció el ceño, picado. Odiaba que se metieran con su aspecto. Porque él mismo lo odiaba, y estaba completamente acomplejado por ello. Su padre también le decía que no sabía si su madre había parido a un chico o a una chica, por su andrógino aspecto. Su rostro, de piel blanca, rasgos orientales y finos, sus ojos grandes y a la vez rasgados, bordeados por sus largas y oscuras pestañas, lo cual hacía pensar a la gente que se maquillaba o se pasaba con el rimel, cuando verdaderamente aquel color era natural. Como adición el color de sus ojos eran de un color azul muy claro. Luego estaba su pelo, de color marrón claro, como el chocolate con leche, con su largo flequillo al estilo “emo”. De su oreja derecha colgaba un pendiente con forma de crucifijo y tenía tatuado Gabriel con letras japonesas en su antebrazo. Luego, su cuerpo era delgado y esbelto, embutido siempre en ropa negra y demasiado ajustada. Sin duda con esa cara tan peculiar que tenía podía hacerse pasar perfectamente por una mujer.
Un chico de aspecto marroquí, delgado y con el pelo rizado se volvió hacia él.
- ¿Tú no serás gay no?
Otro chico con la cabeza rapada estalló en risas.
- ¿Tienes miedo de ser acosado en la ducha, Adnan?
En ese momento Gabriel negó con la cabeza.
- Tengo una forma… rara.-simplificó él, sin querer indagar más en ese tema.
El chico de aspecto marroquí respiró aliviado, mientras el otro no dejaba de reírse.
- Por cierto…
- ¿Tienes hambre? –le preguntó la chica que lo había llamado gay.
Él asintió, aunque había algo que no le gustaba en la expresión de la chica.
- ¿Quieres que te prepare algo de comer? –dijo a continuación con voz dulce.
- No estaría mal.
Y en ese momento, la chica le pegó un fuerte pisotón en el pie derecho, Gabriel soltó una exclamación, ante el inesperado ataque.
- Cabrón.- masculló la chica, que lo agarró por la camisa y tiró de él, iba cojeando, sintiendo punzadas en la planta de su pie, lo llevó a la cocina. –Eres como todos, te crees que las mujeres estamos para serviros y manteneros como si fuéramos vuestra segunda madre. Pues no, si tienes hambre te lo cocinas tú.-señaló la cocina.- Ahora, píllate lo que sea, los demás te están esperando para la reunión.
Gabriel se quedó totalmente perplejo ante el comportamiento de la chica, si ella supiera que su madre le hacia de comer antes a sus amigos imaginarios productos de su enfermedad mental que a él…
Tenía la sensación de que en aquella casa estaban todos locos… con un pasado retorcido y complicado tras sus espaldas, pasados que los habían hecho como eran, comportándose de forma inentendible.
Suspiró y abrió el frigorífico. Lleno a rebosar de comida. Se quedó un rato observando todos los alimentos del interior, barajando a que lanzarse primero. Llevaba dos días sin comer, puesto que había estado dormido cuando habían servido la comida en el avión, además de que con los mareos la habría vomitado nada más bajar del avión. Había un cuenco lleno de extrañas frutas, el cual le llamó la atención, lo sacó, y cogiendo una por el rabillo que tenían, la probó.
Alguien entró en la cocina en ese momento, era un muchacho de raza negra, y largas rastas recogidas en la nuca con un moño.
- ¿Qué haces aquí? –dijo el tipo. –La reunión va a empezar pronto.
Gabriel no respondió, observando ausente las frutas.
- ¿Cómo se llama esto? –le preguntó, mirando el cuenco.
- Ehm… ¿Cerezas?
- Me encantan las cerezas.
El chico suspiró.
- La reunión va a empezar ya.
- Bueno…
- Pero hombre, tú eres el nuevo y el más importante en la reunión. -Sacó de la alacena un paquete de patatas y otro de pasteles de chocolate, acto seguido se los lanzó y él los atrapó al vuelo. –Vamos, vamos. -Le instó, empujando al cargado Gabriel que sostenían entre sus brazos los dos paquetes y el cuenco de cerezas- puedes comerte todo eso en la reunión.
La reunión se celebraba cada vez que llegaba un chico nuevo a aquella mansión. Y era como una especie de competición donde todos hacían ver lo malos y locos que estaban. Consistía en contar el porqué acabaste en la mansión, para asombrar a los demás, por último el nuevo tenía que contar también su historia. Para así decidir cuales eran los más peligrosos.
Gabriel, estaba comiendo con voracidad las patatas, pero aún así estuvo muy atento a la reunión, esperando sin impaciencia su turno.
Kavita, una chica de pelo negro recogido en una larga trenza, piel aceitunada y con aquel punto de color rojo propio de las chicas indias había matado a decenas de hombres, para luego tatuarles: Soy un cabrón y mi madre nunca debió parirme. Porque ella vale mucho más que yo. Entre ellos se encontraba su propio padre.
Odiaba a los hombres, y no quería dar razones de porque lo hacía. Sí, aquella era la chica que le había llamado gay.
Adnan, el chico con pinta de marroquí, había nacido en Irak, y allí había pasado toda su vida. Adoraba la dinamita y las bombas. Había echo volar en pedazos numerosas aldeas y gran parte de ciudades en Irak.
El chico con la cabeza rapada, que se reía a carcajadas, se llamaba Roman, era Ucraniano. Su pasatiempo era secuestrar a otros chicos, hacerle arañazos y cortes con un cuchillo de cocina, hasta que morían desangrados. Solía pedir grandes sumas de dinero por los cuerpos de los difuntos.
Alix, era francesa. Su piel era morena y su pelo de un color marrón oscuro. Era drogadicta. Se divertía echando grandes cantidades de droga en las bebidas desprotegidas durante las fiestas, tanta cantidad acababan matando o dejando en coma a la gente.
Chin, un sur coreano, delgado y con enormes gafas de pasta negra, era el chico que había estado con el portátil en el salón. Era un hacker. Había sido detenido al hacer que todos los ordenadores de su ciudad emitieran un agudo pitido, que había matado a numerosas personas y a otro tanto las había dejado sordas.
Samantha era australiana, con el pelo rubio ondulado, ojos azules sombreados por graciosas pequitas, vestía con un vestido rosa muy escotado, y era toda una monería de chica. Todo cambió cuando soltó que era pirómana y que quemaba todo lo que le desagradaba, entre esos sitios estaba su antiguo colegio al que había incendiado con todos los niños dentro.
En último lugar estaba Abeeku, el chico que le había suministrado la comida, con aquel aspecto tan rudo y su cuerpo musculoso, y fuerte. Había formado un grupo terrorista en su país y había matado a mucha, mucha gente. Le encantaban las armas pesadas.
Cuando llegó el turno de Gabriel, y todos les miraban expectantes, el muchacho tragó un último pastel y dijo:
- Creo que ya todos sabéis que me llamo Gabriel. Vivía en Tokio, Japón. Asesinaba por diversión, y me daba igual quien mirara, me daba igual donde fuera. Maté a seis chicos de mi instituto.
Aquello no era mucho en comparación con Abeeku, Adnan, Samantha o la propia Kavita.
- Eres un asesino de pacotilla. –se rió Kavita.
Gabriel se dejó caer sobre el sofá, con el paquete de pasteles a medio terminar. Se encogió de hombros ante la burla de Kavita, y siguió engullendo en silencio los pasteles.
A mí no se me ha hecho largo el capítulo. De hecho, me ha parecido cortito, jajaja. Algo muy chungo le tuvo que pasar a Kavita para que tenga ese concepto de los hombres. Me ha caído bien Abeeku, es el único que lo ha tratado bien XD.
ResponderEliminarComo ya te dije en el anterior comentario, me está enganchando bastante la historia. La temática es diferente y tu forma de redactar es impecable. Espero pronto el próximo capítulo para saber cómo se desenvuelve Gabriel en su primera misión con esos pirados. ¡Un beso!
Buff la verdad es que son todos unos psicopatas!!!
ResponderEliminarjajaja que gracia me ha hecho la chica!!:)