jueves, 21 de julio de 2011

Capítulo 2. Un giro inesperado.

Y es en ese momento en el que ya te sientes tan perdido, a miles de kilómetros del camino correcto que no tomaste en su momento. Alejado y fuera de todo. Excluido de la sociedad, que no te deja encajar. Cuando has perdido la fe y tu orgullo está por los suelos, pisoteado y masacrado. Cuando no eres capaz de ver nada más allá que no sea el fracaso de tu horrible vida, que no vale nada y que no le importa a nadie. Te sientes solo entre una multitud que te mira indiferente o que ni siquiera te mira. Con un agujero en tu interior que mide 20 millas de ancho. Perdido, solo, atormentando e incomprendido. Muerto en vida, víctima de un oscuro día a día que carece de sentido, al igual de la razón perdida de tu existencia vacía. Sin que te importe nadie; ni que a nadie le importes tú. Cuando tu vida es una absoluta mierda, y has caído tan bajo que ya no hay un grado ascendente para ti. Te has dado cuenta de la horrible persona que eres, la desgracia y el miedo te persiguen allá donde vayas, pisándote los talones. Cuando has derramado tantas lágrimas que ya ni siquiera te quedan fuerzas para llorar. Ese, es el momento en los que todo se te vuelve indiferente, hasta el simple hecho de que el final de tu vida estaba tan cerca
¿Qué más le daba a él morir? ¿Qué le importaba a él que su tío no quisiera ayudarle?
Nunca nadie había movido un dedo por aliviar el sufrimiento que le había perseguido desde su nacimiento, desde su desquiciada y desaparecida madre a su insensible padre que nunca estaba cuando él le necesitaba, desde su tío que tan solo iba a verlo cuando era encerrado en la cárcel. Sí, su tío aquel que parecía tan bueno intentando ayudarle, dándole una segunda oportunidad... cuando él sabía que era demasiado tarde para tenderle la mano, ya no podía caer más bajo y ni siquiera le quedaban energías para levantarse. Su tío tan solo intentaba limpiar su conciencia, pensar que él verdaderamente hacia algo por su sobrino, cuando ya todos los esfuerzos serían en vano. Ya nada lo ayudaría, nadie podía hacerlo. Una sentencia de muerte, era lo mejor que podría pasarle. Pensándolo mejor, aquel era el paso que él nunca se atrevió a dar, siempre tan cerca de aquella opción de suicidio, acariciando la idea en su cabeza… para al final echarse atrás cuando la cuchilla estaba a punto de rozarle las venas. Y en el fondo, ahora ¿Para que preocuparse de algo? Cuando pronto encontraría la paz. Para siempre.

El asesino no se había movido del suelo, seguía ahí tirado, su respiración apenas era perceptible y su misero almuerzo estaban en el mismo lugar donde lo habían dejado a la hora de comer, intacto. Solo había salido una vez, y fue el día anterior cuando lo condujeron junto a otros presos hacia las duchas.
Pero cuando los guardas ya se estaban barajando las opciones de que se  si había muerto, o suicidado ahí dentro. Alguien reclamó ver de nuevo al asesino.
Él seguía allí tirado en la celda, boca abajo. Tampoco se movió cuando los guardas lo agarraron. Nadie le dijo nada, por lo que él pensó que al fin iba a ser ejecutado. Aquella vez su cabeza le caía lacia, hacia delante, andaba sin fuerzas. Entregándose total y ciegamente a la muerte. Pero no fue así. Pronto el preso comenzó a reconocer aquel lugar, percatándose de a donde lo conducían.
Las pupilas del muchacho estaban dilatadas por el terror cuando se giró hacia un guarda y musitó:
-         ¿No van a ejecutarme?
-         Todavía no. Alguien quiere verte.
El acusado paró en seco, su cuerpo temblaba violentamente y en ese momento, por primera vez desde que había pisado la cárcel se resistió. Pegando violentas patadas mientras chillaba, preso de la histeria:
-         ¡Quiero morirme ya! ¡Matadme! –Se estaba revolviendo con una fuerza inmensa, y los guardias lo sujetaban a duras penas, tratando de que aquel peligroso chico no se les fuera de las manos.
Había comenzado a patear el suelo, iracundo, mientras chillaba dejándose la garganta en sus gritos:
-         ¡Merezco morir! ¡Lo merezco! –los guardias estaban oprimiéndole cada vez más.- ¡Yo no quiero ver a nadie! ¡Quiero morir!
Uno de los policías le volvió la cara de un sonoro bofetón.
-         Calla.-le reprendió.- Pronto morirás, pero no ahora.
El joven había comenzado a jadear, cayendo de rodillas en el suelo polvoriento, obligando a los guardas a arrastrarle por el pavimento.
-         Por favor.-musitó implorante el asesino.- No puedo más, mátenme.
Ni siquiera sus súplicas fueron escuchadas, acabaron llevándolo a la misma sala donde el día anterior había estado su tío. Lo empujaron en su interior y cerraron la puerta. Nada más cerrarse esta, el asesino se abalanzó contra ella. Golpeándola ciego de rabia.
-         ¡Sacadme de aquí, hijos de puta! –Bramó, mientras pateaba la puerta de hierro con fuerza.- ¡Abridme!
Durante un rato más siguió golpeando la fría puerta de hierro, sin recibir respuestas por parte de la policía. Los gritos se oían por todo el pasillo, haciendo que todos presos se apiñaran contra los barrotes intentando enterrarse de lo ocurrido.
-         Gabriel.- una voz sonó en la habitación, haciendo que el asesino parara en seco. Respiró durante unos instantes, y lentamente giró sobre sus talones para observar quien era aquel que deseaba hablar con él.- Siéntate.
Miró al hombre que se encontraba detrás del cristal blindado, era de mediana edad, su pelo negro como el carbón y totalmente lacio le caía hacia atrás, su rostro era de rasgos afilados y orientales, sus ojos rasgados relucían con un brillo extraño, eran como rojizos, ancho de hombros y vestido elegantemente de negro, con una chaqueta de aspecto cara. Era japonés. Y le estaba mirando a él, con total tranquilidad, recorriéndole de arriba abajo con sus ojos, evaluándolo.
Gabriel terminó por obedecer. Fuera quien fuera aquel hombre, sabía su nombre y era más, hacia mucho, mucho tiempo que nadie lo pronunciaba como era debido. Aquella panda de japoneses que convertía la r en una l, le hacía parecer que se llamaba Gabliel. Por otro lado, no había necesitado los auriculares para hablar con él, su voz había traspasado sin problemas el cristal blindado; ese hombre no era normal.
-         ¿Cómo sabe mi nombre? –preguntó, mirándole con cautela.
-         Oh –exclamó él, como si se sintiera alagado.-Yo sé muchas cosas de ti. Llevo mucho tiempo observándote, Gabriel Hatsuke. Tu padre es japonés ¿cierto? Por eso vives aquí. Él no te hace mucho caso verdad. Es más, tampoco le importa que estés por sexta vez en la cárcel y que vayan a ejecutarte. Y tu madre… ella era española. Tu abuela materna era polaca, y de ella has heredado esos ojos tan azules y  tan sobrenaturales que tienes. Tu madre tampoco puede ayudarte ¿eh? ¿Cuántos años lleva en aquel centro psiquiátrico…? ¿Doce?
Gabriel lo observaba con los ojos muy abiertos. Estaba destripando y desnudando su vida ante sus narices, haciendo sangrar más aún su alma rota al recordar a su familia. Una familia tan disfuncional.
-         Podría decir más cosas sobre ti. Pero prefiero ir al grano. –le miró fijamente al decir esto.- Yo sé lo que haces. Y por qué lo haces.
Gabriel hizo una mueca, incrédulo.
-         ¿Si? –dijo inclinándose sobre la cristal, acercando su rostro al de él, de forma desafiante.- Pues vega, dime ¿Cuáles son mis razones?
Él sonrió, totalmente confiado, y dijo, con firmeza:
-         La felicidad. La felicidad de los demás.
Había dado justo en la diana, puesto que el aludido se había retirado del cristal, y ahora lo miraba desde la silla, encogido sobre si mismo.
-         Eso te mata ¿verdad? Tienen lo que tu quieres, te hacen sentir más miserable de lo que eres. Les envidias. Y entonces los matas. Para sentirte mejor que ellos, para sentirte lleno.
Gabriel lo miraba aterrorizado desde su asiento, abrió la boca dispuesto a hablar, pero le faltó aire para que de su boca saliera alguna palabra.
-         ¿Me equivoco, Gabriel?
Él negó con la cabeza, que había ocultado tras su rodilla.
Una sonrisa iluminó el rostro del hombre. Y en ese momento, el asesino alzó la cabeza y perforando a su acompañante con la mirada, dijo:
-         ¿Y vienes para esto? ¿Para recordarme lo infeliz que soy? ¿Quieres que me arrepienta? O… ¿Eres pariente de Hiroshi?
-         No soy pariente de ese chico al que asesinaste en los servicios, Gabriel.
-         ¿Entonces? ¡Maldita sea! –se había levantado, imponente, y la silla en la que estaba sentado se había caído hacia atrás. - ¿Qué es lo que quieres?
Él le miró de forma socarrona.
-         Quiero sacarte de aquí. –dijo.
Gabriel le miró, totalmente desconcertado y perplejo.
-         ¿Por qué ibas a hacer eso? –musitó lentamente, mientras lo miraba.

2 comentarios:

  1. :o dios por qué la querrá sacar?? O.O
    hiroshi, hay que reconocerlo, cuando intento imaginarme un posible personaje para este hombre me imagino al padre de shin chan XDD es que llamarlos igual. Solo habría hecho falta que lo hubiese apedillado Nohara

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  2. Ya lo verás xDD
    Hahaha, es normal, son nombres japoneses muy comunes y recuerdan a shin-san ;)

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